Freaks
Un caricato millonario, antiguo periodista radiofónico que dirige un programa nocturno en la televisión, uno de esos programas que todos ven y nadie reconoce haber visto, ha sido demandado por los familiares de un disminuido psíquico. Los parientes de Javier Cristo acusan al programa de mofarse de la desgracia ajena, incluyendo en su circo catódico, en el papel involuntario de payaso, a un ciudadano cuya capacidad para evitar los abusos del prójimo está muy limitada.
El demandado alega que los Cristo le habían dado permiso para pitorrearse de su familiar con ánimo de lucro, es decir, con el único objetivo de mantener los índices de audiencia del programa en cuestión y divertir al vulgo, que últimamente está muy cariacontecido. El demandado dice, como era de esperar, que su intención no fue reírse de Cristo, sino reírse con Cristo. Es lo que le decía, con mejor intención y más desorientada caridad, Viridiana a uno de sus pobres en la obra maestra de Buñuel.
Ahora les llaman freaks, pero en los buenos tiempos de Fellini y Buñuel eran enanos, gigantes y tullidos y medio locos o locos enteros que eran nuestro reflejo en el espejo cóncavo-convexo en el que todos deberíamos mirarnos al menos una vez a la semana. Todas estas personas participaron, trabajando con Buñuel o Fellini, en la creación de algunas obras de arte perdurables. No fueron contratadas para causar espanto ni para divertir al público. Lo de ahora es distinto. Mucho peor que el circo. Es la televisión. En el circo el Augusto, el ingenuo payaso de las bofetadas es al final, en un acto de justicia poética, mucho más listo que el avispado Carablanca que le daba las tortas. El espectáculo al que asistimos hoy tiene que ver, en cambio, muy poco con el circo verdadero y nada con el arte. Ni siquiera es posible compararlo con el famoso circo neoyorkino de Phineas Barnum, bajo cuya carpa se representaban las obras de Shakespeare con enanos, gigantes y fenómenos de la naturaleza.
Hacen muy bien los Cristo en demandar al viejo periodista radiofónico, cuyos dengues progresistas se compadecen mal con la utilización, uso y abuso de las carencias físicas o intelectuales de la gente. En la televisión han acabado por reinstalarnos en la plaza del pueblo, con su tonto al que todos humillan agarrado a su boina igual que a un clavo ardiendo. Todos somos el tonto del pueblo, nos dirá, de seguro, el viejo periodista radiofónico, pero entre un tonto moral podrido de millones y un deficiente psíquico perceptor de una de esas pensiones estupefacientes que la administración asigna en estos casos, hay una perceptible diferencia. No es lo mismo Dalí (el mayor freak del viejo arte moderno) que Paco Porras, aunque algo se parezcan. Alguien tendrá un día de estos que tomarse el asunto de los freaks más en serio y legislar acerca del derecho a la propia dignidad frente a un desaprensivo o un idiota empuñando un micrófono.
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