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FÓRUM DE BARCELONA | Opinión
Columna
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Grandezas y miserias del Fórum

Esta ciudad de prodigios es tan prodigiosa que lleva días entretenida en debatir sobre la fiambrera. Una no oía el término con tanta fruición desde sus tiempos de daina excursionista, cuando íbamos con la susodicha a la montaña a cantar "Foc joliu". En las épocas de la recuperación del catalán, la palabra carmanyola formaba parte de los iconos lingüísticos de los nuevos tiempos, casi tan relevante en el proceso de emancipación como lo era nuestra afición por subir picos patrios. Personalmente, aún conservo el amor por la chiruca y el campo, aunque me temo que he aburguesado mis gustos alimentarios: la fiambrera ha caído víctima de los abundantes y magníficos restaurantes de montaña. Decía que hemos estado entretenidos debatiendo la fiambrera. Ciertamente, el debate no era menor a tenor de los precios "asequibles, pacifistas y multiculturales" que los altos intelectuales que dirigen el Fórum han puesto al evento. Y tienen toda la razón, uno no es nadie ni nada si no es caro. Pero que sea caro carísimo no implica llegar al sadismo de no permitir ni el bocata refrescante que tranquilice el estómago y el bolsillo, así que, sabios ellos, han rectificado y hoy ya podemos pasearnos por las culturas del mundo, mientras masticamos el jamón y las patatas.

Me permitirán, sin embargo, que le haga el salto al debate sobre la fiambrera y el billete de entrada y salida para abundar en otras contradicciones que me resultan especialmente sonoras. Vayan por delante un par de cosas. La primera es que el Fórum generará, sin ninguna duda, papeles relevantes, como la agenda cultural 21 o la cuestión interreligiosa. Sólo faltaría que, con lo que cuesta, no dejara ni un papel para la posteridad. La otra previa es que no milito en el discurso antisistema por sistema, convencida como estoy de que los grandes acontecimientos no son perversos por naturaleza, sino perfectibles, criticables y hasta elogiables. El Fórum, como todo, tiene sus grandezas y miserias.

Las grandezas ahí están: reestructuración urbanística de una zona degradada. Intento de sentar en el mismo espacio y tiempo a múltiples sensibilidades culturales, sociales, religiosas. Preocupación por los temas de fondo y hasta vocación de respuesta. Exposiciones de categoría que son una delicia. Y, ¿cómo no?, hasta algún discurso interesante. Pero, como las grandezas nos las están machacando en todas las ondas hertzianas, televisiones miles y papeles varios cada minuto del día, dejaremos la buena propaganda para los profesionales que cobran por el empeño. Aunque, me pregunto, ¿no será contraproducente tanta pesadez informativa? Grandezas grandilocuentemente publicitadas al margen, las miserias del Fórum no son rutilantes ni merecen el foco cegador, pero están ahí para vergüenza de la ciudad, aunque la ciudad decida no hacerse preguntas. De entrada, la aparatosidad de todo el evento. En perfecta coherencia con el estilo de algunos de sus más conocidos dirigentes -que se han pasado años pensando el Fórum y cobrando una pasta gansa por tan merecido esfuerzo-, el Fórum se ha diseñado para la teatralidad, el exceso y la arrogancia. Un gran aparador vinculado a una concepción fastuosa del urbanismo y también del dirigismo cultural, más próximo a la retórica de los grandes titulares que a la humildad de los procesos reales de transgresión social. Por ejemplo, la plaza. Puede que algunos, en su vanidad, estén encantados de que Barcelona contenga la segunda plaza más grande del mundo, en conexión directa con Tiananmen y con coste multimillonario incluido, pero para mí es un ejemplo de lo que estoy denunciando. Aparte de la antiestética connotación de que sólo los delirios de grandeza de los dictadores han dado plazas enormes, ¿qué tiene que ver una macroplaza con la tradición urbanística mediterránea? ¿No es el espacio un bien escaso? ¿No luchamos por la cultura de la sostenibilidad? ¿Resultan sostenibles esas 16 hectáreas de plaza de hormigón, con la ciudad de dimensión humana que soñamos construir?

Las contradicciones se cuelan por las fisuras del paquete Fórum por todas lados. Hablamos de los problemas de la discriminación económica, pero nos gastamos miles de millones de euros en un evento, mientras que sólo dedicamos 72 millones a la futura reforma de La Mina. Y por supuesto, nos cuidamos mucho de no explicar los contratos millonarios que han percibido los pensantes del evento. Por cierto, la publicación de dichos contratos, ¿no formaría parte de la política de transparencia del cambio tripartito? Nos preocupa la paz, pero movilizamos centenares de policías para que los antifórum no molesten a los 3.500 de la élite que han sido invitados. Y, por supuesto, permitimos que empresas que participan en el desarrollo de misiles nos paguen también la retórica pacifista. Hay que cuidar la mala conciencia... Hablamos de sostenibilidad, pero nos comemos con patatas las denuncias de Greenpeace sobre "invasión de la franja costera" que el Fórum representa. Estamos por la multiculturalidad, pero nos hemos olvidado de los gitanos, quizá aplastados por la losa de hormigón que tapa lo que un día fueron sus barracones. Queremos otro mundo, pero firmamos cheques con muchos ceros para que jubilados de lujo al estilo de Clinton o Gorbachov vengan a adoctrinarnos. Y que igual, ni vienen. Estamos por el diálogo, pero nos hemos cargado la capacidad de dialogar con decenas de entidades de la propia ciudad, etcétera...

Esta es la lección del Fórum, mucho más allá de los aspectos interesantes que también generará: resulta más fácil hablar de diálogo que dialogar; más simple hablar de paz, que convertirla en una cultura; más cómodo debatir la sostenibilidad que trabajar por ella; y, por supuesto, lo realmente fascinante es debatir el hambre cobrando unas nóminas generosamente regadas con dinero público. En fin, puede que todo el mundo vea al Rey con un vestido rutilante, pero mirando al Fórum, servidora lo ve desnudo.

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