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Columna
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Hacer el ridículo

Todavía andamos con la célebre qüestió de noms. En el mismo día, dos parlamentarios valencianos, un diputado y un senador, hicieron el ridículo en sus respectivas cámaras. En el Congreso, y en la reunión de la Mesa del pasado martes, el diputado Ignacio Gil Lázaro, vicepresidente cuarto, se opuso a la tramitación de dos iniciativas presentadas por ERC e IU en las que se instaba al Gobierno a devolver al País Valenciano la documentación incautada por la dictadura franquista y depositada en el Archivo General de la Guerra Civil. Motivo: la fatídica denominación de País Valenciano que figura en el texto y que, según el diputado Gil Lázaro, "no es constitucional". El término que figura en el Estatuto de autonomía, dijo, es el de Comunidad Valenciana. Será pues una denominación contraria al Estatuto, no a la Constitución, porque en ésta no figuran los nombres de las Comunidades Autónomas. A lo mejor, si hubiesen utilizado el nombre de Reino de Valencia, Gil Lázaro no hubiese puesto reparo alguno. Y esto, en el caso de estar de acuerdo con que esos documentos fueran devueltos a Valencia. Porque se da la circunstancia de que su partido, el PP, siempre se ha manifestado en contra.

También, en el Senado, y el mismo martes, otro insigne parlamentario valenciano, Pedro Agramunt, alzó la voz desde su escaño diciendo, "¡Se llama Comunidad Valenciana!", cuando el presidente del Gobierno, señor Zapatero, que estaba en el uso de la palabra ante el pleno de la Cámara, anunció que se iba a reunir con el presidente del País Valenciano. Otra vez el ridículo. Posiblemente todo esto sea debido a la pobreza mental, a la sinrazón, al complejo de inferioridad... ¡yo qué se! Que algunos políticos como los citados nos salgan, todavía, con semejantes cantinelas, produce vergüenza ajena, por no decir hilaridad. Resultan tan ridículos, tan provincianos, tan pueblerinos... tan de poca substància, tan de poc trellat, que uno siente vergüenza, como valenciano, tener políticos de tan poca entidad, no ya intelectual sino de sentido común. En fin, menos da una piedra.

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