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Tribuna:OPINIÓN | Apuntes
Tribuna
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Reconocimiento de la dedicación académica

El objetivo prioritario ya no es la extensión del sistema universitario, sino la mejora de todas sus actividades. No se discute la conveniencia de la evaluación de la calidad de la institución y mucho menos el objetivo de la mejora continua de la misma. El reto es encontrar el modo de verificar la adecuación de los medios humanos, materiales y económicos, así como de los métodos o procedimientos que cada universidad pone en juego, para la consecución de sus expectativas de futuro.

No se trata de idear y aplicar, como casi siempre, una solución taumatúrgica, simple y dogmática, a un problema complicado, sino de crear y consensuar un sistema complejo, pero a la vez claro y flexible, que incorpore a todos los agentes universitarios, reconociéndoles en igualdad de condiciones todos sus esfuerzos, dedicaciones, realizaciones, aspiraciones y logros.

La docencia presencial deberá tener un intervalo de variación
La única unidad de medida, la hora de clase, el crédito docente, ha de ser abandonada

Hasta ahora, la defensa a ultranza de la libertad académica, propugnada por Humboldt hace casi dos siglos, puede inducir al profesorado universitario a actuar de manera individual, aunque voluntariosa, anteponiendo su libertad a una idea de trabajo colectivo en la universidad, más relacionada con los requerimientos del entorno social. No puede haber excusas que justifiquen la dejadez profesional o la incapacidad organizativa basándose en razones de libertad de enseñanza y de autonomía institucional.

Los incentivos en la universidad deberían recaer, con sentido de equidad, en el reconocimiento social y administrativo de todos los méritos acumulados, para poder alcanzar en cada momento la justa promoción o consideración.

El principal estímulo pasa por la libertad y la posibilidad de orientar nuestra evolución, de fijar y creer en un futuro mejor colectivo e individual, para luchar por él, contando con el apoyo necesario de la Institución y el reconocimiento de todas las dedicaciones, esfuerzos, innovaciones, creaciones y resultados, contrastados con los objetivos previos y con nuestros semejantes.

La actividad académica de los profesores tiene cinco vertientes: la docencia, la investigación, la gestión, la formación y la extensión universitaria, con múltiples facetas dentro de cada una de ellas de diferentes niveles de dedicación. El profesor individualmente puede tener sus propias metas y se le debe reconocer el conjunto de sus dedicaciones, pero necesariamente habrá de compaginarlas con las de sus compañeros, sin perder su identidad, autonomía y aspiraciones, para lograr objetivos de eficiencia de niveles superiores.

Las referencias equitativas para dicho reconocimiento se podrían articular por medio de un sistema de reconocimiento integral de la dedicación académica (RIDA), que incorporara y modulara todas las actividades, para dar sentido de proporción y transparencia, sin dejar de ser suficientemente flexible.

Si asumimos nuestras limitaciones para no poder desempeñar por igual todas las ilimitadas posibilidades que nos brinda nuestra apasionante profesión y consideramos la libertad académica bien entendida, para desarrollarla con actitud de compromiso, tendremos una guía voluntaria para encaminar nuestros esfuerzos en unas determinadas direcciones, con la posibilidad de evolucionar en el tiempo y variar dichos caminos o trayectorias con flexibilidad.

La única unidad de medida actual y centenaria de la actividad del profesor, es decir, la hora de clase o su referencia moderna, el crédito docente, ha de ser abandonada. Si se pretende englobar todas las actividades del profesor habrá que adoptar una nueva unidad de medida. Nuestro sistema universitario precisa una nueva unidad de referencia, la unidad de dedicación académica (uda).

La consideración de la parte correspondiente a la docencia directa quedaría facilitada si se establece el mismo módulo que el del crédito europeo, es decir, cada uda se asimilaría con unas 27 horas de dedicación, por lo que la referencia anual individual se basaría en 60 udas. No se trataría de llevar el cómputo horario de nuestra labor, lo cual sería absurdo, sino de establecer unos baremos flexibles y consensuados que asimilen cada una de nuestras posibles actividades a un número determinado de udas, modulando dentro de cada tarea tres aspectos fundamentales: el tamaño o cuantía, el grado de innovación o dificultad y la excelencia o calidad del resultado. No todo puede, ni debe, ser objetivable, por lo que siempre tiene que existir un margen razonable para la flexibilidad y la consideración de aportaciones particulares o de situaciones personales.

La docencia presencial deberá tener un intervalo de variación sobre la referencia fija actual, para así incentivar el desarrollo de otras actividades académicas, pero también para incorporar innovaciones docentes. Así, por ejemplo, el profesor que se limite a sus clases tradicionales aumentaría su carga docente hasta unas 12 horas semanales, mientras que el profesor que desarrolle metodologías docentes innovadoras y otras actividades académicas, podría ver reducida su docencia presencial hasta unas 4 horas semanales.

La dedicación docente dependerá de las horas de los diferentes tipos de actividades presenciales y, también, de la actualización de sus metodologías y materiales didácticos, la dirección de tesis y trabajos, la corrección de las actividades prácticas, las tutorías y la evaluación continuada del proceso, por lo que el número de alumnos será un factor nuevo y primordial.

La formación también debería tener un mínimo obligatorio de dedicación para mantener continuamente un adecuado grado de preparación y capacitación para afrontar las diferentes labores con garantías de progreso y éxito.

La gestión universitaria sólo se desarrolla en ciertas fases, generalmente con una actitud comprometida y convencidos de la necesidad de la alternancia para conseguir mejorar la universidad y, a la vez, no perder el ritmo y la capacitación para la actividad propia como profesor.

La investigación es una de nuestras principales funciones y con el sistema RIDA se potenciaría, por los reconocimientos asociados, siendo además imprescindible el aumento de los recursos.

La extensión y prolongación de la Universidad hacia su entorno, creando valor económico, social, cultural y humano en el mismo, puede ser desempeñada voluntariamente por etapas, por lo que en cada momento se reconocerían las dedicaciones correspondientes.

Con el libre y variado desempeño de cada profesor, se tendrán que producir cambios internos consensuados de asignación de la docencia, teniendo como referencia el sistema RIDA que cada Universidad acuerde y el Plan de Ordenación Académica (POA) que establezca anualmente la asignación mínima de actividades académicas para cada profesor y unidad universitaria, que permita alcanzar los objetivos de la Institución en proporción a sus recursos personales, materiales y económicos.

La implantación del sistema RIDA tiene que pasar por una definición consensuada, situando unos módulos, intervalos y límites que se correspondan razonablemente con unas dedicaciones normales y aplicables a toda la comunidad universitaria. Además, todo ello serviría de base para la concreción de un sistema de reconocimiento de incentivos al profesorado universitario, tomando las mismas referencias para proporcionar el incentivo al diferencial de dedicación académica sobre la base mínima. Todo ello con el suficiente grado de flexibilidad y libertad, pero sin perder el espíritu de impulso, equidad y transparencia.

De esta forma, podríamos dar un paso importante hacia la adecuada rendición de cuentas a la sociedad que nos confía la responsabilidad de la formación y capacitación superior de su mejor capital humano, nos demanda el progreso del conocimiento a través de una investigación, desarrollo tecnológico e innovación de calidad, nos pide apoyo social, cultural y técnico de valor añadido, y finalmente nos reclama eficiencia en el aprovechamiento de los recursos económicos confiados al sistema universitario.

Alfredo García es catedrático del Departamento de Transportes de la Universidad Politécnica de Valencia.

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