El talento maltratado
La escritura continuada de un diario, si el autor no es un expedicionario en una selva o traficante de armas, supone aceptar grandes dosis de trivialidad. La vida cotidiana, por definición, carece de épica, y no da mucho de sí. Para que un diario sea algo más que una exhibición de anomalías y desafectos, el autor tiene que ser un problema para él mismo que sólo encuentra solución o consuelo en las páginas del diario. El inglés WNP Barbellion, seudónimo de Bruce Frederick Cummings (1889-1919), inició su diario a los 13 años. Hijo de un periodista local, su ambición era ser un gran naturalista; sus primeras anotaciones refieren sus salidas al campo a tirar piedras a los pájaros, recoger nidos y perseguir ardillas, y apuntes sobre lecturas de la adolescencia -Stalky & Co, de Kipling- o adecuadas a su interés -El origen de las especies-, que denotan que su pasión científica va en serio. A tan temprana edad ya recoge las variaciones del dolor, al principio el sufrimiento impersonal (tres días consecutivos sólo anota: "Dolor de muelas"), pero pronto se detiene en la observación detallada de sí mismo. A Barbellion las circunstancias sociales y familiares, junto a una deplorable salud, lo convertirán en una víctima de la adversidad, en un hombre decepcionado, maltratado por la fatalidad, alguien que pudo decir de sí mismo: "El motivo de que no pase los días sumido en la desesperación y las noches llorando es que estoy enamorado de esta ruina que soy. Por ello no merezco compasión alguna y lo probable es que no la obtenga: ya basta con la compasión que tengo". Así, lo que podría haber resultado, simplemente, el interesante diario de un naturalista se transformará -con la participación de su autor que, consciente de su valor, lo preparará para la imprenta- en un documento literario prodigioso, rebosante de sinceridad, sutileza y desesperación, una obra de arte a la altura del análisis egoísta y pendenciero de Rousseau, de los estertores de Baudelaire en Mi corazón al desnudo y de las páginas más mortificantes de Kafka.
EL DIARIO DE UN HOMBRE DECEPCIONADO
WNP Barbellion
Traducción de Carmen Francí
Alba. Barcelona, 2003
396 páginas. 23,80 euros
¿Qué sucedió para que un oscuro entomólogo del Museo Británico de Historia Natural, sin formación universitaria, relegado a un modesto puesto de especialista en piojos, pudiera escribir un libro considerado, con todo rigor, uno de los ejercicios de introspección más notables y significativos del siglo XX? Pues sucedió que la vida de Barbellion fue una serie ininterrumpida de mala suerte elevada a tragedia cotidiana. Dotado de una gran inteligencia y sensibilidad, autodidacta -estudió química y alemán por su cuenta-, lector voraz, tanto de ciencia como de literatura, apasionado por la música, este desmedido talento surgió en el lugar equivocado, con la necesidad de ganarse el sustento, hostigado siempre por la precariedad. Comenzó a trabajar de aprendiz de periodista, y cuando le ofrecen un puesto en el Laboratorio Marino de Plymouth, tiene que renunciar porque su padre se queda inválido. Después de la muerte de éste, ingresará en el Museo Británico de Historia Natural, donde "apenas penetra la vida con sus vulgares luchas, su ajetreo y su obscenidad"; una época vagamente feliz en la que se le declara la esclerosis múltiple que lo consumirá, enfermedad que su familia le había ocultado, y ya el diario será la única reserva vital que puede oponer a su frustración y calamidad.
Barbellion se complace en su dolor, pero su ironía es mucho más fuerte que su lamentación: "Me he topado con una frase deslumbrante: 'Pálido, anémico, cadavérico, dentadura mala y digestión alterada, más un egotismo morboso'. Sí, pero no tengo mala dentadura". No hay nada que no le interese, si sirve para reflejar su infortunio; aunque más que exponer su miseria, se deleita en su debilidad, que también es, paradójicamente, la energía con la que se autorretrata: "Miento por vanidad. Y después confieso que he mentido, también por vanidad. De manera que, de un modo u otro, estoy decidido a hacer de mí una fi-gura de prestigio". Esa decisión Barbellion la llevará a las últimas consecuencias. Cuando se publicó el diario, en 1919, con un prólogo de H. G. Wells, no faltó quien acusó al libro de ficticio. El autor incluyó notas y afrontó una posición de narrador que confundió a muchos lectores. Después de la última entrada de 21 de octubre de 1917 (sólo tres palabras: "No me soporto"), añadió que Barbellion murió el 31 de diciembre. Pero lo cierto es que vivió casi dos años más. "El caso es", dijo, "que ningún hombre se atrevería a seguir vivo después de haber escrito un libro así".
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