Regalos tóxicos
Recibir basura no solicitada se ha hecho un rasgo importante de la modernidad. ¿Han medido ustedes, lectores de este periódico de pago, el tiempo que cada día emplean en abrir, leer, estrujar o borrar, tirar los desechos involuntarios a las papeleras reales y virtuales? Miedo me da hacerlo. Y también me escama lo que recibo en el buzón de correo, el del portal..., ahora me doy cuenta de que la terminología informática copia miserablemente el vocabulario de la cartería tradicional, la que empezó con Miguel Strogoff, bueno, me estaba refiriendo a lo que manos humanas depositan en el cajetín de madera o metal que lleva nuestros nombres. En mi caso, en mi casa, todos los días hay folletos sobre depilación, paella a domicilio y prótesis dentales, aunque tengo entendido que en otras comunidades de vecinos más informales, sin portero físico siquiera, la propaganda es de cursos de aerobic y tele-sushi. Por razones imagino que semejantes, a veces alargo la mano para recibir un volante en la boca del metro y el repartidor me lo niega, pues no debo tener el perfil (¿más estilizado?) del destinatario de esa oferta. La sociología ha llegado también a la mensajería.
Por otra parte, mucha gente está contenta con el auge de lo gratuito. De las publicaciones gratuitas. Como lector impenitente que soy de la prensa impresa (qué gran e inevitable tautología), compro a diario mis periódicos de referencia, pero no le hago ascos a aquello que se me regala en la calle, en el vestíbulo de un cine o en los bares de ambiente. Confieso que durante años leí con gusto el periódico gratuito de mi zona, llamado entonces, si no recuerdo mal, Barrio de Salamanca. Tenía, como sus sucedáneos actuales, mucha publicidad gastronómica y comercial (con predominio, por cierto, de las arrocerías y los centros depilatorios), pero incluía también en sus páginas crítica de teatro y cine, esta última encomendada a Eduardo Torres-Dulce, que sabía bien de lo que escribía. Ambas secciones desaparecieron, y también las entrevistas -con su encantador costumbrismo cotilla- a vecinos ilustres o destacados de tu barrio. El empeoramiento podría atribuirse (si yo fuera aún más pesimista de lo que soy) al declive general de las costumbres, pero la lectura reciente de dos de estos periódicos, la Gaceta Local, correspondiente a donde yo vivo, y otro nuevo llamado El Distrito, me ha causado una alarma que sin duda es social.
En la cabecera del segundo se dice que El Distrito es una "publicación independiente de información local", y tampoco consta que la empresa editora del primero, La Voz-Gacetas, esté sostenida por ninguna institución pública. La sospecha, sin embargo, de intervención política de una ideología partidista de derechas (incluso de extrema derecha) se deja sentir de forma inequívoca. En la página de opinión del ejemplar de Gacetas Locales correspondiente al 29 de abril, el presidente del grupo escribe un artículo que podría haber sido dictado desde algún despacho de la calle de Génova. Reconociendo los errores cometidos por ciertos dirigentes del PP en la campaña electoral, el articulista insiste, una y otra vez, en dos puntos: las "extrañas actitudes" en "la explotación de lo acontecido en el trágico 11 de marzo", es decir, la famosa tesis tóxica del trío Aznar-Acebes-Rajoy para achacar su derrota a ciertos móviles (no sólo telefónicos) de la izquierda y el Grupo PRISA, y el acoso a Zapatero, que "lo tiene muy difícil" al frente de un Gobierno que "no se podrá, o no se querrá, mantener más allá de dos años". De juzgado de guardia, y nunca mejor dicho, es el artículo que un tal Jorge Vázquez, miembro del equipo de opinión de El Distrito, firma en su último número bajo el título, y me da asco ponerlo aquí, de El Almorrana. En este caso se trata de una serie indecente y pésimamente escrita de insultos del estilo más soez, retrógrado y homófobo contra Pedro Almodóvar, a raíz de sus -rectificadas- declaraciones sobre un temor que muchos cientos de miles de españoles sentimos al ver y oír en la noche del sábado 13 a Mariano Rajoy, violando, él sí, la jornada de reflexión.
Estamos iniciando una época de aclaración de lo oscuro. Que quede también claro en una ciudad como Madrid, tan viciada por las limosnitas y gastos injustificados del "manzanato", que el dinero de los ciudadanos no contribuye de ningún modo a costear regalos envenenados.
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