Del naranja y sus amigos
Ahora que los norteamericanos usan los colores para asustar a la gente, con el naranja junto al amarillo y rojo para avisar de la aparición del fantasma Mohamed Atta, procuro hacer ver a mis alumnos lo divertido de jugar con los colores.
El naranja me parece especialmente interesante, como color fronterizo. Parecía un color tonto en los semáforos, entre un pasar y un no pasar, hasta que llegó el extraterrestre de aquella película Starman, para descubrirnos su verdadero significado: que entre el rojo de "parar" y el verde de "pasar", naranja significa "acelerar". Démonos prisa, que esto se acaba.
El naranja nace del encuentro de una mancha roja y otra amarilla en la paleta del pintor. Con ese encuentro se inicia toda una primavera de colores. En esta primavera, precisamente, está de moda esa gama de naranjas que va del amarillo al rojo, y que una vez desplegada acepta nuevos colores, verde, fucsia, azul celeste,... Y las trasparencias, mezclándolo todo y haciendo que revolotee. Definitivamente, el naranja es mágico.
Pero, siempre hay un pero; para que todo eso funcione hace falta el amarillo, que es como decir el sol. En mis primeros veraneos en Guipuzcoa tuve que sufrir el mobbing de mis primos. Pensé que me miraban por el corte de pelo a lo garçon; pero era por mi vestido franchute de fresco percal: "Amarillo, caca de chiquillo..." Así aprendí que los vascos tenemos a gala odiar el amarillo y todo lo que toque.
Recuerdo haber oído a un amigo de mi padre, viajante de una empresa textil catalana, que cuando venía a estas tierras sacaba del muestrario las prendas amarillas. Estamos hechos de azul mahón, grises y negro. Al menos antes, al estilo jansenista. Pero no hace tantos años en un barrio de Bilbao presencié un intento frustrado de pintar de amarillo la puerta de un pub. Tras recibir una visita de advertencia, el dueño cubrió la puerta de un sobrio color negro.
¿Qué misterios se esconden tras ese tabú al amarillo? Quizás sea porque la bandera rojigualda es poco apreciada por aquí, pero, por extensión, hasta el azafrán está mal visto. Como me decía una vecina: "Los españoles no saben hacer la paella; hasta le echan azafrán..."
Lo que no sabía mi vecina es que las luces roja y verde producen al fundirse el amarillo. O sea, que cuando Sabino inventó la ikurriña estaba deconstruyendo el denostado color español. A la inversa, una ikurriña muy agitada acabará generando una bandera de España. Lo digo desde un punto de vista científico y sin ánimo de buscarle tres pies al gato.
En esta época en la que los jóvenes se entusiasman con la biodiversidad, podríamos aplicar la máxima "mezclaos los unos y los otros", que los colores naranjas tienen ya aprendida.
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