'Small is beautiful', la comidilla, fea
Hay cosas pequeñas que resuelven grandes cosas. Recuerdo vagamente aquel libro de E. F. Schumacher, de tanto éxito en su tiempo, Lo pequeño es hermoso, escrito en los setenta, en plena euforia pos-sesenta-y-ochista, con un apéndice que decía: "Lo pequeño es posible". Lo es. El caso es que lo pequeño empieza a ser necesario.
Los centros de las ciudades del paisito están hechas unos zorros. No hay quien aparque, no hay quien circule con soltura. Se dice aquello de "quieres ir en coche hasta al baño". No. En el XXI todo va de prisa, y no te puedes demorar en dar un "agradable paseo" de un cuarto de hora a media mañana. Has de "entregarlo" ¡ya! Cada vez el trabajo se hace menos ubicable, la gente se mueve a entregar sus tareas, a recoger información, o a ponerse en contacto con quien corresponda. Hasta tal tienda antes de comer, o hasta la casa de un amigo que te cederá una prenda. La vida va de prisa, y las calles de nuestras ciudades son lentas. (O peligrosas: grúas, que secuestran tu vehículo porque sí -es eso constitucional-, o multas carísimas).
Ahora se les ha ocurrido en Vitoria trazar unas líneas en medio de los carriles de coches para que circulen las bicicletas. ¡A ver quién es el valiente! Yo no, desde luego. Europa está cubierta de ejemplos a imitar. Amsterdam, Córdoba, Roma. Todas han eliminado el centro a la circulación de coches. Descartaría Roma (rally de motos en cada semáforo) y Córdoba (antzerako). Queda Amsterdam, sobre todo, o Nantes, pueden ser útiles: buenos aparcamientos en las afueras, tren barato y un tranvía que bate el centro de la ciudad. O Montpellier. Y, quien quiera tener autonomía -cosa muy necesaria-, que se haga con una bicicleta. Una bicicleta vieja con un candado ad hoc, y con una mochila. Eso le basta al más emprendedor de los ejecutivos.
Condición: un buen tranvía o autobuses, cierre absoluto del centro de la ciudad a todo vehículo con motor... y las bicicletas vendrán solas. Un centro -bien definido- de tranvías, peatones y bicicletas. Casi una Disneylandia de la ciudad. Es lo que necesitamos. Las medias tintas nunca fueron buenas.
El día 3 de abril fue el día de la Libertad de Expresión. El mundo del periodismo, naturalmente, se sintió concernido. Y lo está (debates varios, en los que no entraré).
Pero, ¿el mundo del chascarrillo, del rumor, de la comidilla? ¿Quién controla eso? Se le ha ocurrido al nuevo Ministro de Interior pensar en fiscalizar a los clérigos de distinto signo. ¡Qué disparate! Debiera haberse callado, y hecho: hubiera evitado la polémica. Pero, ¿todo lo que circula por ahí como dogma y verdad divina está en manos de cuatro clérigos y tres misas? ¿Quién pone en cuestión a Txabi Etxebarrieta o a Bin Laden sin resultar sospechoso en ese círculo reducido de conversos? Eso sería información y no circulación de ethos particulares
La libertad de expresión va mucho más allá de la prensa (aunque tiene sobre todo que ver con ella). Tiene que ver con canales subterráneos de información, con sociedades cerradas, con comunidades en las que manda el dictamen del jefe religioso o familiar antes que la verdad de los hechos. Con circuitos comunitarios de transmisión: ¿quién es capaz de soltar sin contradicción la verdad contradictoria de Telesforo Monzón (quasi-franquista, aristócrata, nacionalista y quasi-abertzale)? Hay círculos de información impenetrables a la sencilla información. Pasa otro tanto con comunidades musulmanas en Europa.
Quizá una de las labores esenciales de la defensa -y los defensores- de la libertad de expresión es deshacer esos "grumos" de sectarismo que se mantienen incólumes en esta sociedad abierta.
Por las bicicletas y contra los "grumos" de intransigencia.
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