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Columna
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Europeas

La cita de las elecciones europeas, tan próxima al 14-M, y en función de los acontecimientos que acabaron siendo cruciales para el vuelco electoral en las generales, me indujo a pensar y luego a exponer en varios foros de debate, que ante el PP se abría la oportunidad de convertirlas en un test sobre si lo que había ocurrido en marzo podía entenderse como extraordinario -por no previsto- y su electorado así lo reconocería, o si, por el contrario, tienen razón quienes afirman, cada vez con menos recato, y, desde luego, sin referencias empíricas solventes, que sin los atentados también habría ganado el PSOE (por cierto, ya tardan en exhibir las encuestas solventes que apoyan un argumento tan voluntarista).

Sin embargo, de acuerdo con el laconismo que muestran dirigentes significados del PP ante la cita, y observando los movimientos estratégicos que el gobierno socialista está protagonizando día a día, deduzco que, por una parte, el PP parece haberse tomado la derrota del 14-M como algo más que un incidente imprevisto fácilmente superable, y, en consecuencia, nadie entre los dirigentes de ese partido confía en el test de las europeas más allá de hacer un digno papel; y por otra, si analizamos la cascada de decisiones que el gobierno está desplegando ante la opinión pública, percibimos que las europeas constituyen el horizonte que dicta a la vez la celeridad y la contundencia con que se suceden las exquisitas amortizaciones del programa electoral, quedando bastante en evidencia que el propio gobierno no quiere que los votos que se sumaron al PSOE después de la formidable movilización electoral a que condujeron los hechos de marzo se queden donde estaban el 10 de marzo (en la abstención, en la indiferencia) y, con ello, pueda darse una victoria del PP, con unos apoyos inusuales (por altos) para unas europeas.

Pero la decepción del PP y su escaso entusiasmo ante la próxima cita, la resignación que le sobreviene a buena parte de sus dirigentes ante lo que perciben como momento dulce del gobierno, significan a mi entender una mecánica interiorización del argumento falaz del contrario, es decir, que aquella derrota de marzo se veía venir, y que la de las europeas está, por lo tanto, y hagan lo que hagan también cantada.

He aquí, pues, una patética ecuación que colabora a que lo que no era sino un argumento construido a posteriori (la victoria inevitable), se pueda convertir en certero debido al desencadenamiento de los efectos irreparables que produjo en el PP la pérdida del poder de un modo tan inopinado, entre los cuales está y de un modo preferente la incapacidad de reaccionar con audacia y prontitud, transmitiendo esa sensación inevitable a unos electores frustrados que, en número de 9.630.512, en aquellas circunstancias, a pesar de todo prestaron su apoyo al partido del gobierno.

A veces, decimos los analistas, hay variables difíciles de calibrar, y en estos momentos, la combinación de una cierta parálisis en el PP (desconcierto popular postelectoral) y la sucesión de gestos gubernamentales dirigidos fundamentalmente a los menos movilizables de los votantes socialistas del 14-M, quizás invalidan la hipótesis de que la frustración de los votantes conservadores del 14-M les podría llevar a participar masivamente en las europeas rompiendo la previsión de esa baja participación que se espera.

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