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Columna
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Cuerpos en guerra

El buen tiempo trae anticipo de rituales veraniegos. Aunque llueva, como sucede en primavera, esos rituales se instalan en el paraíso fantasioso del consumo y las promesas maravillosas de la publicidad. Es un ejercicio repetido, insistente y tan eficaz como corresponde a la potencia económica vertida en el esfuerzo bélico. Se trata de una guerra: una guerra sin cuartel contra el propio cuerpo. Una guerra oculta, secreta, sin tregua. Pero, con el calor, los cuerpos, piadosamente ocultos tras abrigos y jerséis, se desvelan como enemigos a los que controlar, dominar y, finalmente, vencer.

Pocas épocas de la historia serán recordadas como ésta por la obsesión de cuerpos que persiguen su santificación pública a través no sólo del sacrificio o la ascesis, sino de la tortura o el martirio. El buen contemporáneo, inmerso hasta la médula en eso que llamamos con benevolencia cultura de la imagen, sabe de sobras que, con la primavera, la movilización -que el individuo vive en la intimidad con angustia y congoja contra su humanidad hecha carne- resulta inaplazable. El cuerpo que no se ajuste a la ortodoxia de una belleza diseñada por sus enemigos sufrirá el justo castigo de la vergüenza social, y sus vísceras percibirán el cosquilleo insidioso que presagia el bajón de la autoestima.

La guerra contra la porción de carne que nos identifica es una orden irrevocable pero aceptada ya -después de años de insistencia y de lavado de cerebro- con inevitable fatalidad. Véase, por ejemplo, el triunfo, en apenas 10 años, del tanga femenino y el paso ligero del tanga masculino. Una tendencia ampliamente divulgada bajo el nombre, ya normal, de porno-chic que lideran grandes marcas y diseñadores fetiche del lujo mundial.

Éste es el mes en que las revistas para mujeres, supuestamente emancipadas por cierto, pasan revista a las armas de guerra -cremas, potingues, ejercicios, dietas, operaciones-, instruyen en estrategias -"consigue un culo VIP", "practica la dieta de la Luna"- y renuevan los gritos de una batalla inclemente, a veces camuflada en el espejismo fantasioso de la vida sana y siempre amparada por el bendito, y normal, deseo humano de ser agradable a los demás.

La arenga es convincente, persuasiva: "No des tregua a la celulitis. ¡Trasero arriba! Piernas de pasarela. ¿Sabes cómo conseguir un culo igual [al de la foto esplendorosa]? Presume de obligo. Sin ejercicio no se puede conseguir una retaguardia 10. Mi piel desafía el tiempo ¿y la tuya? Adelgazar empieza en la cabeza. Triunfa sobre la edad. Tu crema y tú, ¿quién elige a quién? ¡Es el momento de acabar con los complejos!". Ésta es una selección mínima hecha de revistas que están en los quioscos y venden millones de ejemplares a muchos más lectores, así que buena parte del país -y del mundo- vive en esta zozobra por la imposible perfección. "Traga o libérate", se sentencia. Es la guerra.

Los hombres también luchan encarnizadamente contra sí mismos. Muchos están al cabo de la calle del poder del agua volcánica, el body creator, la fuerza de los "oligoelementos", el programa choc del cacao, el complejo wondershape, el champú voluminador, la bioingeniería celular, el plancton termal, las extensiones, la depilación por láser, el anticelulítico global. Todo esto son armas de nueva generación que el mercado ofrece generosamente. Impunemente.

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Según Naciones Unidas, el gasto anual en cosméticos de Estados Unidos serviría para solucionar el acceso a la enseñanza básica en todo el mundo y sobraría dinero. Es una mala comparación, que mezcla el culo con las témporas. Pero, claro, los culos son los que hoy están en el escaparate, preparándose para la batalla. Precisamente porque no tengo nada contra la carne ni contra la libertad, pido, con humildad, un poco de paz. De paz corporal.

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