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Reportaje:

Jackson, en el banquillo

El cantante, acusado de abuso sexual a un menor de 14 años, comparece ante la justicia

En primera fila de la moderada multitud destacaba una bandera roja, amarilla y roja inscrita con las palabras "Spain believes", que se traduce como "España cree", o quizá mejor "España se lo cree", dado que hacía referencia a la promesa de inocencia que repite Michael Jackson cuando se enfrenta a las últimas acusaciones por presunto abuso sexual a menores. Quizá conmovido por semejante gesto de solidaridad transatlántica, el cantante se acercó después a unos micrófonos. Para "dar las gracias a mis fans de todo el mundo que me han dado apoyo y amor desde todos los rincones de la Tierra", dijo.

Aunque Jackson siempre vive en una realidad ajena a la que presencia el resto de la humanidad, el artista parecía haber aprendido algunas lecciones de comportamiento: esta vez no llegó tarde al tribunal y tampoco bailó después subido encima de un coche. Con su retraso en la primera comparecencia se ganó una reprimenda del juez por "haber comenzado con mal pie este proceso"; su espectáculo de baile en la puerta del tribunal dejó a sus abogados con cara de querer cortarse las venas con un CD del cantante.

La sesión judicial de ayer fue fría y rápida. Consistía tan sólo en la lectura formal de las acusaciones para que Jackson presentara en alto su declaración de inocencia o culpabilidad. Optó por lo primero y se declaró inocente de 10 cargos, varios de ellos de abuso sexual a un menor de 14 años a quien también proporcionó bebidas alcohólicas. El expediente se completa con acusaciones de secuestro -por retener al niño contra su voluntad- y, como novedad, conspiración y extorsión, que definen seguramente las presuntas maniobras ilegales con las que intentó cerrar el caso para evitar que saltara a la opinión pública.

El rojo sangre de la corbata y un brazalete brillaban sobre el blanco de la camisa y el negro de la chaqueta, escogidos sin duda para causar buena impresión. Pero nada había en su atuendo capaz de evitar que las miradas se centrasen en sus facciones disparatadas. Llevaba gafas transparentes de intelectual, y su permanente sombrilla para evitar el sol.

En la puerta del tribunal, después de la comparecencia, su abogado, Thomas Mesereau, dio un espectáculo de relaciones públicas que justificaba la enormidad de su minuta. Convirtió la fiscalía en una moderna Inquisición y describió a su cliente como una pobre víctima de maniobras legales y personales cuyo único fin es robarle dinero. El juicio promete convertirse en el espectáculo mediático del año.

Michael Jackson, en Santa Bárbara.
Michael Jackson, en Santa Bárbara.EFE

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