'Writing an article'
Camino por las calles de esta ciudad que me conozco y asisto con perplejidad a una implacable mudanza de carácter cultural: la lengua del Estado se derruye. Parece un castillo de naipes al que un idiota hubiera azotado con la punta del meñique y esto le bastara para venirse abajo. Y no se trata en este caso de que, como dirían algunos cráneos privilegiados, las taimadas lenguas periféricas y sus no menos taimados valedores estén aniquilando el castellano: se trata de que el castellano se aniquila por sí solo. El nacionalismo español, tan sensible al prestigio de la lengua con relación a aquellas que considera inferiores, queda completamente laminado ante la verdadera lengua imperial, que es el inglés. Aquí no cabe rebeldía ni protesta, aquí no se habla de castración, ni de genocidio cultural, ni de desmán separatista. Aquí hay simple y llana resignación ante aquel a quien, en lo más oscuro del subconsciente, se considera lisa y llanamente superior, algo que se acepta de buen grado: sarna con gusto no pica.
No tengo que salir de mi barrio para encontrar un zapatero que prefiere denominarse shoemaker. De veras, no bromeo. Lo ha puesto con letras metálicas y ribetes dorados. El de zapatero debe de parecerle un oficio triste y denigrante. Shoemaker, en cambio, se le antoja el colmo de la ingeniería pédica. Un poco más allá de la plaza donde luce semejante engendro abre sus puertas una tienda de corbatas. Ignoro si dentro del gremio sertorial la palabra corbata genera castizos adjetivos, pero lo cierto es que el letrero en cuestión identifica con meridiana claridad la naturaleza del comercio: The Tie Shop. Supongo que a ningún ama de casa de la villa se le escapa la semántica. Sigo el paseo por mi barrio, animado por toda clase de comercios. Un lujoso salón de peluquería debe de considerar que tal denominación casa mal con sus altas pretensiones. Han decidido que peluquería es una horrísona palabra, impropia de sus dominios. Incluso el ambicioso diseño de la rotulación no logra superar el empaque de la leyenda elegida: Hairdressing Saloon.
No miento. Esto ocurre en una ciudad donde presumiblemente no todos son idiotas. En Bilbao es posible hoy comprarse en el shoemaker unos zapatos (¿no sería mejor decir que nos compramos unos shoes?), arreglarse el pelo en el Hairdressing Saloon y, de paso, pasar por The Tie Shop para llevarse a casa una corbata. Lo malo es que las connotaciones lingüísticas no son las únicas que juegan en este campo. Lo connotativo es secreto, subliminal, pero pretenden desencadenar efectos muy concretos. Poniendo a sus negocios rótulos en inglés los avezados comerciantes intentan distinguirse, crecer en sofisticación, proporcionar a los clientes la sensación de que elevan su estatus económico y cultural. Pero, perdón, he aludido al término "económico". Y seguro que, en este caso, las connotaciones alcanzan un claro sentido material. Me temo que el shoemaker vende su género a precio mucho más alto que cualquier zapatero, que las corbatas de The Tie Shop resultan carísimas, y que en el Hairdressing Saloon cada bucle cuesta una pasta.
Claro que no puede decirse siquiera que las instituciones públicas intenten ejemplificar. Recientemente se ha inaugurado en Baracaldo el Bilbao Exhibition Centre, quizás bajo la suposición de que mantener la antañosa denominación de Feria de Muestras resultaba demasiado humilde y remitía, en realidad, a un siniestro mercadillo. No me parece mal que el centro tenga fijada su denominación en inglés, pero privar a cualquier otro idioma de la suya, en este paisito presuntamente bilingüe, resulta cerril y chusmacero. A partir de ahora estamos condenados a hacer todos el imbécil pronunciando exhibition como Dios nos dé a entender. Y, sinceramente, uno sabe algo de inglés y cree poder hacerlo de forma canónica, pero amoldarse al acento anglosajón cuando se habla en otro idioma resulta de un hortera subido, al menos para cualquier persona con sentido de la vergüenza. Por de pronto, prometo a la redacción de este periódico no empeñarme en decir que soy un writer: no tengo intención alguna de imaginarme superior a mis entrañables compañeros de columna ni pedir, por el momento, un aumento en la tarifa de cada pieza.
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