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Reportaje:FÚTBOL | Homenaje a un gran jugador a un mes de su retirada

La última clase de Baggio

El mejor italiano en varias décadas, incomprendido por los técnicos, se despide hoy de la selección

Un angustioso y melancólico nudo en el estómago atormenta a Roberto Baggio desde hace meses. Es el síntoma de los enamorados del fútbol cuando la retirada se les echa encima. A sus 37 años, demasiado castigado por las lesiones, pero aún con una descomunal capacidad para plasmar su arte sobre el césped, el gran fantasista, balón de oro europeo en 1993, se despedirá al final de la temporada. Italia le rinde hoy homenaje en el que debe ser su último partido con la selección.

Pero, pese a la incondicional admiración de los aficionados, que le consideran el mejor jugador de los dos últimos decenios, la relación de Baggio con la squadra azzurra ha estado marcada paradójicamente por la incomprensión. Nadie ha padecido como él un ideario basado en la supremacía de la táctica, el músculo y los valores colectivos respecto a la creatividad individual.

Desde que debutó en la selección, en 1988, sus características han chocado con la conservadora filosofía de los sucesivos técnicos. Azeglio Vicini, un clásico de la escuela de Coverciano, fue el primero. En el Mundial de Italia 90 no le puso como titular hasta el tercer partido: 2-1 a Checoslovaquia y el mejor gol del torneo arrancando desde su campo y sentando rivales hasta batir a Stejskal. También fue titular en los dos encuentros siguientes, pero no en la semifinal contra Argentina. El exceso de precauciones de Vicini se tradujo en una excusa absurda: "Te veo cansado", le dijo. "Sólo tengo 23 años y me comería la hierba", contestó Baggio, que salió en los minutos finales de un partido horroroso que Italia perdió por penaltis.

En Estados Unidos 94, Arrigo Sacchi presentaba un cuadro mecanizado que, tras una complicada primera fase, aprovechó sus genialidades ante Nigeria, España -el gol decisivo, sin ángulo, tras superar a Zubizarreta- y Bulgaria. Pero Baggio llegó a la final mermado por una lesión, infiltrado y medio cojo. Así, mandó alto el último penalti contra Taffarel y Brasil levantó el trofeo mientras él lloraba.

El recuerdo de aquel error no dejó de perseguirle hasta su último Mundial, el de Francia 98. Tras un excelente curso en el Bolonia, entró en la lista por la presión popular. Pero, por misteriosas razones de orden táctico, a Cesare Maldini no le cabían juntos dos virtuosos como Del Piero y Baggio. Viejo vicio del fútbol italiano, como demostró en el de México 70 Valcareggi, que nunca hacía coincidir en el campo a dos estrellas como Mazzola y Rivera. Baggio apenas pudo brillar en una selección precavida hasta el aburrimiento, aunque marcó tres goles.

Pocos meses después, en marzo de 1999, Baggio vistió por ultima vez la camiseta azzurra con otro técnico de los de tiza y pizarra, Dino Zoff, que se lo quitó de encima a las primeras de cambio.

Ahora, Giovanni Trapattoni, que levanta más alto que nadie la bandera del viejo catenaccio, llama a Baggio para que se dé su último baño de multitudes. Es el mismo técnico al que Baggio imploró que le llevara al Mundial de Corea y Japón 2002 tras recuperarse milagrosamente de una grave lesión de rodilla. El mismo que no valoró sus geniales actuaciones y sus 11 goles en 12 partidos en aquella campaña, con el Brescia, y del que Baggio, desolado, dijo que se había burlado de él. Trapattoni se justificó diciendo que un campeón no necesita caridad.

Para la historia no quedarán sólo los 27 goles de Baggio en 55 partidos con Italia. Quedará también la inmensa figura de un alma futbolística tan sensible como incomprendida porque la fantasía es un término abstracto que no tiene cabida en una simple pizarra.

Baggio dribla a Zubizarreta antes de marcar el 2-1 con el que Italia eliminó a España en el Mundial de 1994.
Baggio dribla a Zubizarreta antes de marcar el 2-1 con el que Italia eliminó a España en el Mundial de 1994.AP

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