Un empate conformista
El Athletic y el Valencia se dejan llevar por el miedo a perder y desaprovechan la mejor ocasión para sus objetivos
En San Mamés imperaba el síndrome del éxito. La derrota del Madrid le ponía al Valencia en la autopista de la Liga y los petardazos del Atlético y Osasuna le abrían al Athletic las puertas de Europa de par en par. Así que el partido estaba predestinado a ser gobernado por el nervio, más que por la estrategia, por el ansia más que por el tacticismo. Pero a Lacruz le dio un ataque de pánico en una carrera con Oliveira y metió la mano desde el suelo, sin mucha necesidad, cometiendo un penalti instintivo que Jorge López transformó a pesar de golpear muy mal el balón. En apenas un cuarto de hora, el valencia había encontrado el partido que buscaba y el Athletic el que más detestaba.
ATHLETIC 1 - VALENCIA 1
Athletic: Aranzubia; Javi González, Lacruz, Karanka, Del Horno (Larrazabal, m. 40); Orbaiz, Gurpegui; Iraola (Arriaga, m. 68), Etxeberria, Yeste; y Urzaiz.
Valencia: Cañizares; Curro Torres, Ayala, David Navarro, Garrido; Sissoko, Marchena (Baraja, m. 80); Angulo, Jorge López, Vicente (Xisco, m. 83); y Oliveira (Rufete, m. 70)
Goles: 0-1. M. 13. Penalti por mano de Lacruz que transforma Jorge López. 1-1. M. 30. Libre indirecto de Yeste que cabecea Del Horno viniendo desde atrás.
Árbitro: Turienzo Álvarez. Amonestó a Marchena, Ayala, Orbaiz, Yeste y Etxeberria.
Unos 38.000 espectadores en San Mamés.
El Valencia malgastó la derrota del Madrid en una segunda mitad sin ocasiones de gol
Jugar a remolque no es un buen consejo cuando alguien se enfrenta al Valencia, por más que Benítez, en su enésima rotación, se olvidara de jugadores como Baraja, Mista o Pellegrino, en el día quizás más importante de la temporada, vistos los acontecimientos. El Athletic hizo lo contrario, forzó al máximo a un lesionado Del Horno que aguantó 40 minutos sobre el campo pero se fue a la ducha con un soberbio gol de cabeza en un fenomenal centro de Yeste. la sociedad amistosa que ambos componen dentro y fuera del campo funcionó de nuevo y el lateral rojiblanco sorprendió a la defensa valencianista, especialmente obsesionada con Urzaiz. Nadie, al parecer les había dicho, que en las jugadas de estrategia, Del Horno es el futbolista más peligroso, por su decisión, y que Urzaiz se ha reconvertido en uno de los mejores asistentes de la Liga. Así que Del Horno marcó el gol y a los pocos minutos se fue al vestuario, dolorido, quizás excesivamente forzado, pero satisfecho y dejando a su equipo en condiciones de aspirar a más ante un rival que ha hecho de su espíritu rocoso un arte de buen paladar.
Benítez había apostado por la velocidad de Oliveira y la imaginación de Jorge López para sorprender a la defensa rojiblanca y el truco no le salió mal, aunque a cambio hubiera poblado de envergadura, más que de neuronas el medio campo. Su apuesta era llegar en velocidad lo antes posible hasta Oliveira con los desdoblamientos de Angulo, Jorge López y Vicente como enganches.
El Athletic iba a lo suyo, es decir a buscar las dejadas de Urzaiz y la pegada de Yeste, más pegado al costado izquierdo de lo que a él le gusta.
Y el partido se fue enredando, no por falta de ambición -que sobraba- sino de pausa. A ambos equipos les faltaba dirección, porque el centro del campo estaba entregado al culturismo, pero les sobraba intensidad. Y quizás miedo, como si el empate de Del Horno hubiera sido demoledor para ambos equipos: al Athletic le tranquilizó tanto como al Valencia le asustó y el partido adquirió un tono igualitario en el que sobraban los delanteros y prevalecían los centrocampistas, donde no aparecían los artistas como Vicente y Yeste salvo en acciones contadas, generalmente insulsas.
El fútbol sin ocasiones podrá ser muy académico, aceptable incluso estratégicamente, pero resulta monótono, un concierto aburrido, sin solistas, una partitura conocida. Si acaso quedaba la sensación de que algo podía pasar pero nunca pasaba. De hecho, en la segunda mitad, transcurrían los minutos sin que se produjera ni una sola ocasión de gol, sin un solo disparo a portería, sin una intervención de los porteros.
El Valencia, sin Baraja, no tenía la posesión del balón (algo a lo que acostumbra) y el Athletic, ya con Yeste de medio punta, tampoco encontraba la manera de organizar su juego ofensivo más allá de buscar el pecho de Urzaiz por si ocurría una segunda jugada.
Todo demasiado previsible, demasiado entregado a los gladiadores, con tal esfuerzo que deja a los futbolistas tan molidos como a los espectadores enmudecidos. El riesgo de la especulación era evidente: a más minutos jugados, más miedo a perder. A mayor entrega física, menos precisión.
Lo que había nacido con nervio, con ansiedad, se convirtiendo en un forcejeo, en un imperio de las defensas que dejaban pocas noticias de los artistas invitados. Benítez fue moviendo su baraja. Primer Rufete, luego Baraja, más tarde Xisco, pero a veces los cambios, cuando el partido está tan definido, no tienen el, efecto vivificador que se les supone. Quizás Benítez tardó demasiado en mover pieza, especialmente en el centro del campo, en una actitud excesivamente precavida más cercana al valor del empate que al éxito de la victoria. Valverde apostó por el eléctrico Arriaga, pero eran fuegos de artificio. Ni una ocasión en la segunda mitad, ni un disparo a puerta solo proponen un gol si el portero dispara contra su red. Y no ocurrió. Así que todos hicieron la mitad de su trabajo. La Liga y la UEFA tendrán que esperar.
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