Triunfo del toreo moderno
César Rincón consiguió un triunfo de clamor en el cuarto toro de la tarde, al que se le dio la vuelta al ruedo con todo el honor que el premio supone en esta plaza. Violinista era su nombre, pesaba 546 kilos y ya forma de la historia de la Maestranza. Ahí es nada. Al igual que su matador, que reverdeció los viejos laureles de su mejor época, citó de largo, en el centro del ruedo, desde muy largo, y ligó cuatro tandas, las dos primeras por el lado derecho, con el toro embebido en la muleta; muy sentidos los naturales, los últimos a pies juntos y ceñidos, que desbordaron el entusiasmo en los tendidos.
El toro, muy alegre, se comía literalmente la muleta desde que el diestro se la mostraba a varias decenas de metros.
Jandilla / Rincón, Finito, El Juli
Toros de Jandilla, correctos de presentación, muy blandos y nobles; al cuarto, muy flojo y de encastada nobleza, se le dio la vuelta al ruedo; muy nobles tercero y quinto; descastados primero y segundo, e inválido el sexto. César Rincón: en el primero pinchazo y estocada (silencio); estocada tendida y baja (dos orejas). Finito de Córdoba: dos pinchazos, media y un descabello (silencio); pinchazo, media y dos decabellos (ovación). Julián López El Juli: tres pinchazos -aviso-, pinchazo, media trasera y un descabello (palmas); dos pinchazos y estocada (silencio). Plaza de la Maestranza. 23 de abril. 9ª corrida de feria. Lleno.
Fue un triunfo cabal, legítimo, bien rematado con unos garbosos ayudados y un espadazo que cayó tendido y bajo. Clamorosa fue la vuelta la vuelta al ruedo del torero colombiano, al igual que la del toro de Jandilla.
Por cierto, el toro no fue picado, y se mostró como un inválido para el que una parte del público pidió su devolución. Es más, salió del caballo con un pitón totalmente escobillado. Y pujanza no mostró ninguna.
No es que se le quiera restar méritos a nadie, pero la verdad sólo tiene un camino. Fue un toro noble, de casta y con recorrido, pero no fue poderoso, serio y fiero. Un buen toro moderno.
De parecido estilo fue el segundo toro de Finito, de bondad infinita y dulzura empalagosa, - también con un pitón escobillado- al que el Finito toreó con elegancia y sentimiento, en una labor que supo a poco, aunque destacaron algunos larguísimos y hondos derechazos. No fue el Finito desmayado y artista de antaño, pero dejó el sello de su calidad.
Y a El Juli le tocó otro noble, el tercero, y lo toreo con sobriedad y suficiencia, de menos a más, pero la faena careció de emoción, porque su toreo adolece de garra. Lo mejor, una tanda de naturales a pies juntos que remató, sin enmendarse, con un largo pase de pecho.
Hubo, pues, momentos para la alegría, que no es poco para los momentos que corren. Pero no hubo conmoción, ese sentimiento de recuerdo imborrable que sólo se produce cuando se encuentran el toro bravo de verdad y el artista irrepetible.
Ni Rincón ni Finito quisieron ver a sus primeros oponentes. Puede parecer extraño, pero así fue. Ambos le dieron de lo lindo a sus toros en el caballo, y aquéllos, que no eran precisamente Maciste el Coloso, quedaron derrengados. Uno y otro muy tristes y desanimado; y los dos hicieron el ridículo a la hora de matar, echándose fuera con todo el descaro del mundo. El Juli lo intentó en el último, pero el pobre toro no podía con su alma.
Pero hubo también toreo de siempre, y lo protagonizó, sobre todo, Curro Molina, de la cuadrilla de Finito, que lidió magistralmente al tercero -su toreo a una mano fue excelso-, y banderilleó asomándose al balcón al quinto. Su compañero Juan Montiel manejó el capote son soltura y autoridad, y José Antonio Carretero, de la cuadrilla de El Juli, se lució en banderillas.
¡Viva la alegría del toreo moderno! Y que dure. Pero vaya, también, un recuerdo emocionado para el toro-toro...
Babelia
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