Del oficio mayor
Me funciona ese cruce casi animal entre onirismo y ruralidad,
que me imantan más a lo elemental que a lo literario. El oleaje
del fundamento mío está allá abajo, como se sabe, en ese
pequeño
rincón llamado Lebu, con el carbón pariente del diamante.
No entiendo bien mi propio zumbido y no es que sea un poeta
genealógico, pero creo en la genealogía de los laberintos, en la
genealogía de la geología y amo las piedras. Excusen el desvarío y
la repetición, me dejé llevar por el viento, como digo, y el
viento sabe.
Vallejo me dio el despojo y, desde allí, el descubrimiento del tono;
Huidobro, acaso el desenfado; Neruda, cierto ritmo respiratorio,
que él, a su vez, aprendió en Whitman y Baudelaire, pero yo
gané el
mío desde la asfixia; y Borges, voilà, el rigor, el "ostinato rigore",
que dijo Leonardo, y el desvelo, un desvelo al que se llega sin prisa,
por incesante crecimiento. Soy larvario y me demoro y me
hartan, más allá del hartazgo, las impaciencias de la escritura y,
por lo visto, las del éxito. Es que todo es nuevo, para el
oficio de poetizar desde el asombro todo es nuevo.
ANTOLOGÍA DE BABEL
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.