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Columna
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Volver a la política

Cuando la naturaleza te impresiona, se produce en tí una sensación especial. No es cosa de contarlo, hay que sentirlo. Urbanos por naturaleza, no siempre somos capaces de dejarnos impregnar por ese sentimiento extraño. Cuando en el plazo de dos horas graniza extraordinariamente hasta dos veces tenuemente, y luego nieva en primavera, se siente algo especial en el cuerpo y en tus sentidos. Sientes el frío que debieron sentir tus antepasados, los copos caen físicamente y te van cubriendo, y pisas por donde debes. Es algo emotivo e inopinado. Recuperas las sensaciones más físicas que conservas -¿ancestrales tal vez?-, habitualmente adormecidas... o entretenidas por el "turismo de aventura". Recuperar esa sensación es una impresión especialmente agradable.

Parece que la política 'es', que los compromisos se cumplen, y que nuestro voto vale

Ocurre otro tanto cuando, alguien transforma un sentimiento en expresión plástica. Nos ocurrió a algunos con el cuaderno de Miquel Barceló (EP[S], 11 de abril de 2004) sobre los sucesos de 11-M. Todo aquello nos dolía muy intensamente, muy dentro de nosotros. Era un dolor lacerante. Y un pintor lo supo expresar con cuatro brochazos al modo japonés. Él sabía ponerle cara al dolor, darle el matiz, mostrar la congoja.

Hablamos de emociones, está claro. Algo que va más allá de la razón, pero es rabiosamente humano. Creo que era Aristóteles quien dijo aquello de que el humano era un animal político (homus politicus), no necesariamente racional. Este domingo, Rodríguez Zapatero ha hecho algo de esto. Ha encantado a la serpiente emocional de la ciudadanía. "Al no ser previsible una resolución satisfactoria de la ONU, nos retiramos de Irak". Golpe de efecto inmediato, encantamiento de toda la oposición resignada que le había votado, gran cisco internacional. Resultado, una fuerte conmoción interior.

Por lo demás, habla de un plan sobre viviendas, de una real reforma del Senado, de cambios en la ley de Educación, de un fiscal autónomo del Gobierno, de una nueva gestión de TVE, de claras reformas en la Constitución (sin degradarla), de reformas estatutarias que sumen (el plan Ibarretxe resta), y lo hace todo eso con cara de persona decente. ¿Puede ser cierto?

Uno se engañará como con el pedrisco, que es en general dañino. O con la nevada, que impide las comunicaciones. Pero los gestos le emocionan. Qué se le va a hacer, uno es humano.

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Nunca otro Gobierno suscitó tantas expectativas añadidas. El de 1982, el de Felipe González, era previsible: debía realizar "el cambio". Todos esperabamos mucho de él. Fue un acontecimiento. Modernizó España -sin que se le haya reconocido-, pero generó un alto grado de escepticismo. "OTAN. De entrada, no", "ocho-cientos-mil puestos de trabajo" y reconversión industrial,... Fueron dificultades mal o bien llevadas que hicieron que el PSOE (Felipe-Boyer-Solchaga) perdiera crédito ético y político. Pero cuando la naturaleza de las cosas te impresiona, cuando impresiona al homus politicus que somos ya de sí, se produce una sensación especial.

El Gobierno de Zapatero lo está haciendo (en tres días de vida... y ya lanzamos las campanas al vuelo). Parece que la política es, que los compromisos se cumplen, y que nuestro voto vale. Nada de "escaladas con vivaqueo" (Imaz y plan Ibarretxe), ni Gran Política de las Azores. Vivienda y cumplir con las promesas en política internacional.

¿Será una ensoñación? Esperemos que no. Esperemos que, como el tenue granizo, nos impregne y la política sea al fin cosa de la polis.

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