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Columna
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El sur también es Rita

En la derrota electoral del PP está el origen del PP. Camps y Zaplana se han proclamado públicamente miembros de familias mal avenidas, y partidarios de uno y otro ya han fortificado sus presuntos territorios: los de Camps han puesto en pie una nutrida y pintoresca germanía de regidores capitaneada por la alcaldesa de Valencia Rita Barberá, en tanto que los muñidores del desvencijado Zaplana le cantan el alirón a José Joaquín Ripoll, presidente de la Diputación Provincial de Alicante y aspirante a esa cúpula orgánica que reclaman las huestes de Camps. El monolito del PP se ha disgregado en luchas intestinas, que anuncian el nacimiento de un partido, con problemas, pero también con todas sus virtudes al aire. Una de esas virtudes se llama Rajoy. Y Rajoy que anda muy escamado tras el vapuleo, ya les ha mandado un conciso mensaje a los revoltosos: nada de bromas. Rajoy que no tuvo su oportunidad en Aznar, que lo machacó sin contemplaciones en campaña, sí la ha tenido gracias al discurso de investidura de Zapatero, donde en la réplica se reveló como un político duro, hábil y dialéctico. Rajoy no puede permitir que, tal y como le han dejado las cosas y la casa, una reyerta de ambiciones y estratagemas personales le escore aún más los restos del inesperado naufragio. A su lugarteniente Acebes le ha confiado la pacificación de la militancia valenciana. Y Acebes se inclina por Camps para presidir el PPCV: es su turno, en tanto en cuanto con la presidencia del Consell que también detenta, se evita la bicefalia. De forma que si por el norte el poder municipal encabezado por Rita Barberá se opone al pesado y ya obsoleto aparato de los viejos tiempos de Zaplana, por el sur también Rita Barberá puede desplegar sus reivindicaciones, no en un movimiento insurreccional, sino en las fórmulas de "apaños internos" que propicie la diplomacia de Ángel Acebes. Es posible que Ripoll cuente por aquí abajo con más apoyos, pero también es posible que se eche mano del gesto y del trueque.

El PP es un partido que emana facciones -¿fracciones?-, familias, grupos, sensibilidades, en fin, toda esa nomenclatura que, en el fondo, no esconde más que intereses bastardos o legítimos, miserias de unos y generosidades de otros. El PP en la medida que desaprieta las filas y astilla el ceporro del pensamiento único, deviene formación política, aun en medio de la inseguridad y el desconcierto. Es un trance. Es un trago. Es una purga. Pero es una realidad. Antes que nada, tiene que solventar el problema que ahora lo apremia. De momento se aplaza por unos días, para la reflexión, el diálogo y la busca de una salida razonable y pactada. Veremos cómo se las apañan en esta nueva andadura que inicia, con un Gobierno central adverso. Francisco Camps quiere todo el liderazgo, como lo quiso y lo tuvo Zaplana, en su momento, y confía en que cualquier "presidente transitorio" podrá ser laminado fácilmente en un próximo congreso regional. Es posible. El cronista considera que más aún, si en el congreso nacional, a finales de éste o a principios del año que viene, se revisa la debilidad de cada una de las piezas que provocaron el estrepitoso derrumbe electoral. Tampoco hace falta que se lleve a término una revisión meticulosa. Se sabe muy bien cuáles son. Y menudas piezas.

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