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Columna
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Centelles

Llueve. Una columna de camiones cargados hasta las lonas avanzan pesadamente entre un desbarajuste de hogueras en las que apresuradamente se van incinerando archivos, ficheros, correspondencia... Eran las maniobras del traslado del cuartel general de las Brigadas Internacionales a Barcelona. Aquella noche, de un modo inquietante para quienes sabían descifrar ciertos signos, se hizo fácil conseguir cigarrillos Gauloises Bleues, Gitanes, Bisontes rubios, cajetillas de Lucky Strike y hasta botellas de Cognac con un despilfarro de intendencia insólita que sólo podía significar la inminencia del fin. La guerra ya estaba perdida.

Poco tiempo después un automóvil atraviesa un camino polvoriento. En el interior del coche viaja un fotógrafo de 29 años nacido en el Grau de Valencia. Se llama Agustí Centelles y la última imagen que acaba de ver en el visor de su cámara muestra parte del interior del vehículo: el salpicadero, un fragmento del volante, los bordes del parabrisas. Al frente, enmarcando los márgenes, dos larguísimas columnas de milicianos que se repliegan derrotados desde el Frente de Aragón.

Al igual que Robert Capa, Agustí Centelles realizaba su trabajo con una Leica que compró a plazos por 900 pesetas. Durante la República sus fotografías habían ilustrado los principales diarios catalanes. Pero el 19 de julio de 1936 Centelles tuvo que salir a la calle para documentar los sucesos del alzamiento fascista. Son imágenes de barricadas en las Ramblas, la foto de tres milicianos apuntando con su fusil detrás de un caballo muerto, el escorzo de un abrazo de despedida... Durante la guerra estuvo en los frentes de Cataluña y Aragón, fotografió a Ascaso momentos antes de su muerte en el asalto al cuartel de Atarazanas; a Orwell con los muchachos del POUM en el cuartel Lenin en una de las pocas instantáneas que se conservan del autor de Homenaje a Cataluña en nuestro país. Cazaba las imágenes sin ningún tipo de preparación, pero su mirada no era fría ni aséptica, sino que prefirió mostrar el testimonio honesto de una causa que conocía muy bien porque era la suya, la de su gente, la del bando al que pertenecía por orgullo de clase y por convicción antifascista.

En 1939, cuando la guerra civil estaba a punto de acabar, Agustí Centelles recibió el encargo urgente de abandonar España para poner a salvo la memoria gráfica republicana y evitar las represalias del bando vencedor sobre los fotografiados. Entonces, acompañado de su inseparable Leica, metió en una valija más de 5.000 negativos de 35mm. Hizo parte del viaje en coche, captando las últimas imágenes de la retaguardía republicana, pero tuvo que recorrer a pie, con la maleta a cuestas, el último tramo de 30 kilómetros hasta la frontera francesa cruzando de noche los Pirineos nevados.

Durante los convulsos avatares de la ocupación alemana de Francia y la participación de Centelles en la Resistencia, la maleta permaneció a salvo en casa de unos campesinos franceses. Sólo después de la muerte de Franco, el fotógrafo decidió recuperar los negativos. Hay un magnífico documental de la TV3 que cuenta la historia de la maleta. El próximo mes de mayo la asociación Salvem el Cabanyal dedicará una exposición a este reportero que no sólo nos dejó uno de los mejores testimonios gráficos de la guerra civil, sino algo bastante más profundo. Algo que tiene que ver con el coraje y la generosidad y la pasión por la vida. O una cierta manera de vivirla.

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