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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hipocresía y locura

Colombia y su realidad calamitosa han sido objeto principal de las novelas de Laura Restrepo, a quien el periodismo ha provisto, por así decirlo, de cierta metodología tanto en la elección de sus asuntos como en el modo de perseguirlos, pero que para tratarlos opta, cada vez más, por un registro inequívocamente literario. A ello le mueve no sólo su ambición como escritora, sino también una cierta propensión por la reconstrucción arquetípica del pasado, por las derivas soñadoras y sentimentales de sus personajes, así como una intensa delectación en el lenguaje, muy en particular en la expresividad del habla coloquial.

Delirio plantea el sinuoso esclarecimiento de un enigma: el del trastorno al parecer irremediable de la joven y bellísima Agustina Londoño, perteneciente a una familia patricia de Bogotá. Cuatro líneas narrativas progresan paralelas y finalmente se trenzan en averiguamiento de las razones por las que un buen día fue hallada Agustina en la habitación de un hotel, sumida en una locura que hasta el momento sólo se había manifestado en ella de manera episódica pero que de pronto parece anegarla por entero.

DELIRIO

Laura Restrepo

Alfaguara. Madrod. 2004

352 páginas. 19,95 euros

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Por un lado transcurre la investigación de Aguilar, amante devoto de Agustina, que lucha con denuedo por recuperarla. Por otro, la reviviscencia, por parte de Agustina, de su infancia dolorosa y del truculento cuadro familiar en que transcurrió. Luego está la reconstrucción, a través de cartas y diarios, de la personalidad enajenada de Nicolás Portulinus, el abuelo materno de Agustina, un músico alemán afincado en Tierra Caliente. Y en contrapunto, el soliloquio lúcido y desesperado de Midas McAlister, antiguo amante de Agustina, un trepador que actúa de intermediario entre Pablo Escobar -el antaño todopoderoso capo del narcotráfico- y la oligarquía bogotana.

A excepción de la de Aguilar, que actúa como eje de todas las demás (pues a él corresponde "ordenar la concatenación de los hechos con calma y a sangre fría, sin exagerar, sin dramatizar"), cada una de las otras tres líneas narrativas de la novela va desvelando diferentes estratos del trauma que se halla en la base del desvarío de Agustina.

Si la historia de Portulinus

apunta a sus antecedentes hereditarios, el cuadro familiar de los Londoño se dibuja con trazos típicamente freudianos, sin que en él falten los escarceos incestuosos y las corrientes edípicas, en el marco todo de una severísima denuncia de la hipocresía que rige los comportamientos de la alta sociedad bogotana y de su arraigado machismo.

En cuanto al monólogo de Midas McAlister -sin duda la línea más atractiva de la novela-, escarba en el sustrato de corrupción y de feroz violencia en que se sustenta la sociedad colombiana en su conjunto, mostrando su fragilidad.

Restrepo acierta a representar muy convincentemente el delirio de Agustina, aun a pesar de que, en su pretensión de ejemplaridad, su explicación resulta demasiado mecánica y al cabo melodramática. La perplejidad sufriente de Aguilar frente a las furias de ese mismo delirio es otro acierto de la novela, que sobre todo en su primera parte Restrepo acierta a guiar con pulso experto, recurriendo a una clásica estructura de revelado progresivo y sirviéndose de una eficaz combinación de la primera y la tercera persona narrativas. Conforme se van desvelando las claves del trauma, sin embargo, se percibe un desbarajuste creciente de las líneas del relato, que hacia su parte final sufre un giro inesperado, consecuencia, se diría, de un cierto atolondramiento en el trenzado de sus diferentes hilos, pero también de la decisión de superponer, a modo de desenlace, tres descartes sucesivos, entre los cuales opta Restrepo por el más complaciente, con perjuicio no sólo de la verosimilitud sino también de la moralidad algo escabrosa que no deja de emitir la novela entera.

Respecto a esto último, Restrepo coloca al comienzo de su novela una estupenda cita de Gore Vidal, en la que éste cita a su vez a Henry James. Dice así: "Sabiamente, Henry James siempre les advertía a los escritores que no debían poner a un loco como personaje central de una narración, sobre la base de que al no ser el loco moralmente responsable, no habría verdadera historia que contar".

Con sutil ironía, la cita sugiere una valiosa clave de lectura para una novela en la que lo que se cuenta viene a ser, precisamente, la locura de la que se hace responsable -y partícipe- la inmoralidad de una estructura tanto familiar como de clase, capaz de desatar en su seno todas las atrocidades, sin dejar de segregar, para neutralizarlas, "ese almíbar de ambigüedad que todo lo adecua y lo civiliza hasta despojarlo de sustancia".

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