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Columna
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Operación Cartagena

Si yo tuviera que pedir el indulto para Luis Fernando Cartagena, procuraría no excederme con las virtudes del ex alcalde de Orihuela. Antes que una estricta petición de gracia, esos escritos que hacen circular las cámaras de comercio y la patronal son un panegírico. Y no conviene exagerar. Sobre todo porque se corre el riesgo de que la operación fracase ante la opinión pública. Si Luis Fernando Cartagena posee realmente los méritos que sostienen los señores empresarios, no será suficiente con que el Gobierno lo indulte: a una persona de sus cualidades habría que rendirle también un homenaje. Y esto quizá resulte excesivo para un hombre condenado repetidamente por los tribunales.

En esas cartas que circulan pidiendo el indulto para Luis Fernando Cartagena detecto, sin embargo, una contradicción que convendría resolver. La opinión pública se ha vuelto desconfiada y no dejará de advertir que la persona que defienden los señores empresarios no es la misma que condena la justicia. Ese hombre "honesto, de alto valor humano y trato enriquecedor, preocupado por la prosperidad de los valencianos", no tiene punto en común con el desaprensivo que se apodera del dinero que unas monjas le confían para obras de caridad. El problema es que no sabemos a cuál de los dos debe indultar el Gobierno.

Es probable que las cualidades que el empresariado admira en Luis Fernando Cartagena las descubriera en el trato próximo con el ex político. Sabemos que el conocimiento íntimo de una persona nos lleva a advertir sus virtudes y aminorar sus defectos. Pero si cada vez que alguien se apodera de un bien ajeno, hubiéramos de juzgarlo por las opiniones de sus amigos y familiares, nos íbamos a ver en un serio compromiso. Y no creo que unas personas tan celosas de la propiedad privada como suelen serlo los señores empresarios desearan que nos adentrásemos por ese camino.

Para sortear estas contradicciones, no veo otro recurso que pasar de inmediato a la acción. Si se quiere lograr el indulto para Luis Fernando Cartagena, hay que despertar la simpatía de la opinión pública hacia el personaje. El Gobierno debe saber que el ex alcalde de Orihuela goza de un amplio respaldo popular, un respaldo del que por el momento, como es obvio, carece. Firmar cartas, como se ha hecho hasta ahora, está muy bien, pero es improbable que a base de rúbricas únicamente se obtenga el resultado apetecido. Sobre todo, porque no se ha conseguido que la operación parezca espontánea, y el aire de gremialismo que despide hace desconfiar a todo el mundo.

Para atraer a la opinión pública, yo sugeriría a los señores empresarios que destinasen un generoso donativo para los pobres de Orihuela. Conviene no tirar por lo bajo para evitar una mala impresión que arruinaría el gesto y resultaría contraproducente. Si Luis Fernando Cartagena se apropió de ocho millones de las antiguas pesetas, ¿no deberíamos multiplicar por diez o por veinte esa cantidad? Con un donativo, pongamos, de un millón de euros, la opinión pública quedaría impresionada. Muchas personas -yo mismo, entre ellas- pensarían que si el ex alcalde de Orihuela tiene amigos dispuestos a desprenderse de tan importante suma para obtener su libertad, debe ser ciertamente un hombre tan valioso como aseguran en sus cartas.

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