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MUSEOS

Picasso vive en la colección de su amigo el barbero Eugenio Arias

Buitrago de Lozoya, la villa amurallada que se espeja mansamente sobre su río, cobija un tesoro artístico impar. Desde el día 5 de marzo de 1985 permanece en una sala con vitrinas situada en el sótano de su Ayuntamiento. Los visitantes no dan crédito a lo que allí contemplan: 60 obras firmadas por Pablo Ruiz Picasso, gratuitamente exhibidas durante todo el año en horario matutino y vespertino, salvo lunes y miércoles tarde, y domingos y festivos, entre las diez de la mañana y las dos de la tarde.

En el soberbio ajuar artístico figuran cerámica, litografías, dibujos, carteles sobre el movimiento por la paz, aguadas y un pirograbado -formato éste muy poco empleado por Picasso, precisamente un plumier convertido en caja de instrumental de barbero- todo ello surgidos del taller del malagueño universal.

El tesoro es fruto de la lealtad de un hijo de Buitrago: Eugenio Arias, al que le gusta llamarlo Museo de la amistad. Nacido en 1909, allí estudió hasta los nueve años. Se empleó con su tío como peluquero. Enamorado de la lectura, se hizo comunista y convirtió parte de la peluquería en librería-biblioteca del pueblo y allí enseñó a leer a decenas de niños. En 1936, al estallar la Guerra Civil, combatió en el bando republicano.

Costa Azul

Al terminar la contienda, se exilio en Francia donde, tras numerosas peripecias como resistente contra el franquismo y la ocupación nazi, en 1946 se estableció en Vallauris, un pueblecito de la Costa Azul donde Picasso acababa de adquirir La Galloise, una espléndida mansión. En estrecho contacto con el PCE en la clandestinidad, Arias se ganaba la vida como peluquero en Vallauris: fraternal y campechano, no tardaría en contar con Picasso entre sus parroquianos asiduos. Exiliado también-y comunista- trató con Arias, intimaron y trenzaron una amistad que duró hasta la muerte del malagueño, en 1973; precisamente este 8 de abril hizo 31 años.

Su relación se basaba en la transparente sintonía de dos talantes muy hispanos que, desde el vuelo del artista a la llaneza del barbero les hermanaría imperecederamente. Arias ofició no sólo de peluquero, también de confidente del pintor con el que, para combatir la añoranza de España, participó hasta en la organización de corridas de toros en la plaza del pueblo de Vallauris, previo pago de una multa municipal.

A lo largo de 26 años, Arias recibió de su amigo decenas de regalos -que de la mano de Picasso no podían ser más que obras de arte-; inflexiblemente se negó a mercadear con estas obras de arte que, desde siempre, tenía decidido legar a Buitrago, como así ha sido.

Gracias a Arias, Madrid cuenta con una de las colecciones picassianas más singulares del mundo. De entre todas, un retrato de la madre de Picasso y varias escenas taurinas -más bacías de barbero especialmente decoradas para Arias por Picasso- resaltan por la belleza de su fuerza.

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