Docencia hoy
Cuando aprobé las oposiciones, ya tenía a mis espaldas 20 años de aprendizaje y formación. Desde los siete años, una vez dominada la lectura, pasé a convertir paulatinamente mi destreza, recién adquirida, en pasión y, posteriormente, en profesión. Nunca tuve lecturas obligatorias -excepto Las trescientas, de Mena- en la carrera. Y concluí aquella etapa con la ilusión del principiante, alentada por el altruismo de contribuir a la formación de mis congéneres.
Transmitir las palabras, sus combinatorias más famosas, a mis alumnos era otorgarles la oportunidad de interpretar la realidad, con un enfoque múltiple, que les abriría su perspectiva mental. Creí estar realizando una labor mesiánica, de redención cultural a través de la educación del pueblo.
Tras 19 años de docencia en Sevilla, me siento sumamente decepcionada por el ambiente general de nuestros centros. Frustrada, compruebo que la conciencia popular no valora la tarea docente. Sólo la critica, especialmente por el "largo" periodo vacacional. Los padres, en su mayoría, reclaman y aprueban cualquier medida que contribuya a ampliar el periodo lectivo; mientras muestran una pasividad y un desinterés marcado por cualquier reglamentación que aporte normalidad a las relaciones alumnos-profesores.
A una minoría de padres, importante por su agresividad, intolerancia y ruindad, le es insoportable descubrir que las actuaciones de sus hijos, en sus centros de educación, son el fiel reflejo de su propio abandono. En otros casos, el espejo que les devuelve la imagen no deseada de un hijo mal educado. Tan insoportables les resulta que proyectan en los profesores su fracaso como educadores. Nos convierten en diana de sus más groseros dardos, trasmitiendo a sus hijos esa infravaloración de nuestra tarea. De ello se deduce la falta de respeto de la que algunos de nuestros alumnos tanto alardean. Y ese alarde proviene de la permisividad que reina en nuestros centros. La razón: la actual obligatoriedad en la Secundaria genera alumnos aburridos y provocadores, por suerte y por desgracia, sólo algunos; la vigente incardinación de los padres en el proceso educativo ha propiciado, excepcionalmente pero con frecuencia, la intromisión en nuestra tarea de algunos ignorantes y, por tanto, atrevidos críticos, que no colaboradores como son otros muchos.
Todos somos padres, todos participamos de la sociedad, todos deberíamos contribuir a su mejora; por ello, tenemos la obligación de educar a nuestros hijos en el respeto y a tolerancia, nunca en la agresión y el enfrentamiento. Los padres somos el modelo a imitar, ofrezcámosles nuestros mejores modales y palabras. Mientras intento renovar mis ilusiones, seguiré leyendo y me alimentará con las palabras de los poetas. Quizá me sirvan algunas: "Un hombre noble, aún entre las más oscuras aspiraciones, / conserva todavía el instinto para seguir el camino recto". (Goethe).
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