La fiera domada
Stoichkov, cuyo homenaje en el Camp Nou será el 29 de mayo, enseña ahora a los niños del Barça "a ser, ante todo, compañeros"
Johan Cruyff descubrió a Hristo Stoichkov (Plovdiv, Bulgaria; 1966) un verano en Mallorca. Claro que, por rápido, casi ni le vio: duró sólo unos minutos en el césped del Lluís Sitjar en el Trofeo Ciutat de Mallorca: le expulsaron. Antes, sin embargo, al delantero al que el agente Josep Maria Minguella había puesto en el escaparate, le dio tiempo a insultar a granel al banquillo del Barcelona.
Un año después, Andoni Zubizarreta fue al aeropuerto de El Prat a recoger a Isabel, la mujer que ayudaba a su familia en su casa, y se topó con un tipo greñudo, recién llegado de Sofía, que, agradecido, se le echó al cuello para abrazarle. El seny y la rauxa se dieron la mano. Acababa de nacer el dream team. De camino, Zubi dejó a los Stoichkov en el Camp Nou. "Jamás olvidaré aquel día", asegura Hristo. Tampoco el Barça.
Stoichkov pretende el 29 de mayo convertir el Camp Nou, -"mi casa", proclama- en una noche inolvidable, en una fiesta-tributo a una generación azulgrana. "No quiero que sea mi homenaje. Es el homenaje de Hristo al Barça", explica, acompañado del presidente, Joan Laporta, que le idolatra ahora tanto como en su día a Guardiola. Sólo necesitó una comida en la gira por Estados Unidos para cerrar el acuerdo con él "sin saber exactamente cómo podía ser util al club". "Nunca devolveré lo que me dieron aquí ni aunque viva dos veces", insiste el mítico 8, "pero, poco o mucho, quiero hacer algo por este club". En el contrato, por dos años, está incluido ese encuentro de homenaje.
"No tenemos muchos jugadores bota de oro", comentó Txiki Begiristain el día que le preguntaron por la incorporación de su ex compañero al cuerpo técnico. "¿Podemos permitirnos el lujo de prescindir de su ayuda?", añadió el director técnico. Desde entonces, Stoichkov, bota de oro en 1990 y mejor jugador de Europa en 1994, por delante del italiano Roberto Baggio, representa al Barça en actos sociales y tres veces a la semana pisa tierra y trata de inculcar su instinto goleador a los chavales de la cantera. "Si se entrena a los porteros, ¿por qué no a los delanteros?", plantea en un castellano tan curioso como el inglés que aprendió en Washington, donde jugó con los Diplomats y terminó siendo el entrenador. "Allí me enseñaron que para triunfar hay que ser egoísta", comenta todavía con el 11-S golpeándole en el alma: "Aquella mañana volvía del homenaje a Maradona en Buenos Aires. Aterricé en Washington a las 7.30, llevé a mis hijas al cole y, de vuelta a casa, al desayunar, puse el televisor y ya no paré de llorar".
Aquel atentado le obligó a alargar dos años su estancia en Estados Unidos. Cuando recibió la carta verde, que le permite volver a buscar trabajo cuando quiera, y después de que sus hijas, Micaela y Cristina, adquirieran el pasaporte, se vino de vuelta. Ahora, el mismo en esencia, "pero pulido por la vida", gusta de los trajes caros.
La culpa de que aquella fiera que pisó al árbitro Urizar Azpitarte en su primer Barça-Madrid acabara tan dócil ante los periodistas con los que vivió un cuerpo a cuerpo durante sus casi siete años en el Barça es de Johan Cruyff, Jose Mari Bakero, Txiki y de gente como Toni Fornés, al que conoció en la playa de Calonge el día después de llegar a la capital catalana.
Allí, tapado con un diminuto bañador, Stoichkov posó para la portada de los diarios deportivos cadena de oro al pecho, pelo Chunguitos y mirada desafiante al imperio blanco. A golpe de gol se ganó el afecto barcelonista por rebelde -se pegó con Cruyff y hasta con el entonces presidente, Josep Lluís Núñez-, goleador -116 tantos en 225 partidos- y cariñoso: "El beso a Koeman tras ganar la tercera Liga me perseguirá siempre".
En 1996 le preguntaron por quién apostarían los catalanes ante un España-Bulgaria de la Eurocopa. "Por Bulgaria", respondió sin dudar. El pasado miércoles, en la presentación de su homenaje, en el que espera a Maradona y Romario, le inquirieron por el Mónaco-Madrid. El amo de las gasolineras HS, de un hotel en Sofía y de concesionarios de coches en su país, incluidas cesiones de Parmalat, contestó: "Una dura noche. No me alegro del mal ajeno". Después, regresó a su casa y saludó a Josep Piqué, su vecino. Alguien, sí, domó a la fiera. Será por eso que, al hablar de lo que les enseña a los niños, resume con el corazón: "A ser compañeros. El fútbol es eso".
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