El temor a los 'marroquíes afganos'
La reciente operación realizada por la policía francesa en Aulnay-sous-Bois y Mantes-la-Jolie, en los alrededores de París, ha desembocado en la neutralización de 16 personas. La mayoría de los detenidos tiene la doble nacionalidad francesa y marroquí, y se les relaciona con los atentados de Casablanca del 16 de mayo de 2003. Se les acusa de pertenecer al GICM (Grupo Islámico Marroquí Combatiente), organización creada en 1998 y de inspiración salafista, corriente islamista partidaria de una lectura literal del Corán. El salafismo es un invento de un grupo de ulemas que en 1991 quisieron reaccionar contra la presencia de soldados estadounidenses en Arabia Saudí. El fundador del grupo, Mohamed Guerbouzi, condenado en rebeldía a 20 años de cárcel, vive en Londres, o más bien en Londonistán, según Dominique Thomas, especialista en movimientos islamistas que denuncia la supuesta tolerancia de las autoridades británicas para con todo tipo de organizaciones sospechosas.
Los no musulmanes, y especialmente los ateos, tienen un pie en la tierra y el otro en el infierno, según los extremistas seguidores del 'tabligh'
En Francia hay entre cinco y seis millones de nacidos, hijos o nietos de inmigrantes magrebíes. Algunos investigadores señalan que son practicantes del islam, es decir, acuden a la mezquita, menos del 10%. Aún más difícil es distinguir entre esos fieles y los islamistas y, dentro de éstos, separar los salafistas de los chiíes o de los seguidores del tabligh, que se niegan incluso a dialogar con un cristiano -no hablemos ya de un ateo o agnóstico- porque cualquier creyente de otra religión "tiene un pie en la tierra y otro en el infierno".
Dominique de Villepin, flamante ministro del Interior, acudió el 5 de abril, poco después de tomar posesión, a una reunión del CFCM (Consejo Francés del Culto Musulmán), organismo creado para tener un interlocutor representativo del islam francés y que, en la práctica, está controlado por los integristas, entre ellos por gente del tabligh que se reparten las cuotas de influencia con imames subvencionados por Argelia, Arabia Saudí y Marruecos. Al mismo tiempo, Villepin ratificaba el mantenimiento del plan Vigipirate "en nivel rojo para estaciones y aeropuertos y naranja para el resto del territorio". Eso significa que hay 1.500 militares suplementarios permanentemente desplegados, que en las estaciones de tren y en los aeropuertos se han suprimido las consignas para el equipaje, no hay papeleras y cualquier objeto extraviado y sospechoso se hace estallar en cuestión de minutos. Las consignas o maleteros móviles de los trenes de gran velocidad también se han anulado, y los 32.000 kilómetros de vía férrea son objeto de un peinado sistemático.
Las leyes republicanas, que prohíben que la documentación oficial tenga en cuenta informaciones de carácter étnico o religioso, impiden también saber en qué medida el origen o las creencias perjudican a ciertos grupos. El índice de paro francés, que es del 9,2%, parece alcanzar el 40% en el caso de jóvenes de entre 18 y 29 años en los guetos magrebíes.
Para el conjunto de los franceses, la percepción del islam ha cambiado, y un 48% estima que sus valores no son compatibles con los de la república y, en definitiva, de la democracia. Un 43% de los encuestados asocia la religión musulmana a "la intolerancia, la discriminación de la mujer, el integrismo y el terrorismo". El 82% celebra que se prohíban los signos religiosos en los lugares públicos, es decir, que el velo o pañuelo islámico no sea admitido en la escuela o entre los funcionarios.
Francia tiene una larga experiencia de combate contra el terrorismo de origen árabe. A finales de los años cincuenta, el problema eran las bombas de los independentistas -oficialmente laicos y socialistas- del FLN argelino. Casi enseguida hubo que luchar contra las bombas de los ultranacionalistas franceses de la OAS, que luchaban por mantener el imperio colonial. En los setenta, consecuencia sin duda de la kermesse de Mayo del 68, los terroristas pasaron a ser autóctonos y promaoístas, superproletarios o de simpatías palestinas. La década de los ochenta conoció el terrorismo antijudío y también el próximo al discurso de las facciones palestinas más radicales, que explotó en París, pero también en Beirut y contra soldados franceses. Los noventa conocieron la irrupción del terrorismo indiscriminado, de origen islamista y dirigido contra ciudadanos anónimos. El verano de 1995 vio tres explosiones en el metro de París obra de integristas simpatizantes del FIS argelino.
Hoy, los principales enemigos de la DST son los marroquíes afganos, como Mustafá Baouchi, detenido el día 5. Los jóvenes musulmanes franceses fueron objetivo principal del reclutamiento contra el invasor soviético. Baouchi aprendió durante sus dos estancias en Afganistán a aplicar su título de ingeniero en electrónica a la activación de explosivos. Hoy sus saberes se aplican contra los rusos en Chechenia y contra los intereses de países occidentales democráticos.
La DST, que tiene fama de ser uno de los servicios secretos más eficaces y opacos del mundo, sigue fiel a sus técnicas de vigilancia e infiltración. Respetando la ley napoleónica que impide entrar en una casa antes de las seis de la mañana, los agentes irrumpieron en los domicilios de Aulnay y Mantes por sorpresa, sin prevenir a nadie, basando la eficacia en la imposibilidad del adversario de organizar la menor oposición. Llevaban meses siguiendo a Hassan B., antiguo empleado de la Brinks cuyo camión fue atracado cuando salía para alimentar los distribuidores de billetes. La DST teme que los euros robados hayan servido para financiar el terrorismo.
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