Bélgica no es Bruselas
Si vas al Museo Groeninge y ves un cuadro de Jan van Eyck que se titula La Virgen del canónigo Van der Paele, comprenderás la importancia de la división vertical del espacio". Quien habla es Paul Robbrecht, un arquitecto de Gante; y su interlocutor es el crítico y profesor Marc Dubois, a quien el primero explica cómo es el nuevo auditorio de Brujas, realizado junto a su socia y esposa, Hilde Daem, uno de los edificios emblemas de la capitalidad cultural europea de la ciudad en 2002. Cuando lo más habitual en los discursos teóricos que explican las obras de arquitectura del momento es citar a autores del siglo XX -preferiblemente artistas antes que arquitectos-, la referencia a uno de los maestros del primitivismo flamenco (1395-1441) resulta cuanto menos insólita. "Mi padre me traía a Brujas a visitar museos", cuenta Paul Robbrecht; "Van Eyck es para mí sinónimo de precisión, por su dominio absoluto de la perspectiva y su ejecución perfecta... Sus obras son ventanas abiertas a un mundo utópico. La ciudad, detrás de un personaje que se coloca en primer plano, aparece como algo irreal. Pero esta representación anuncia lo que llegará a ser la ciudad".
Los arquitectos belgas están más preocupados por el paisaje que los rodea y por el futuro de sus ciudades que por cuestiones estilísticas.
En diálogo con el centro histórico
rico, en cuyo borde se levanta, el auditorio de Robbrecht y Daem es fruto de un concurso internacional, se trata de la mayor obra de sus autores hasta la fecha. Aproximando su textura y color a los de la ciudad, los volúmenes que encierran una sala para 1.300 personas -habilitada también para congresos- y otra para música de cámara se envuelven en una piel de terracota roja cuyas inflexiones responden a la articulación de los distintos espacios. Junto al Museo de Arte Contemporáneo Grand-Hornu -la conversión de unas instalaciones mineras del siglo XVIII a cargo de Pierre Hebbelinck-, es uno de los escasos edificios públicos a través de los cuales podría analizarse la actual producción belga. El resto es prácticamente arquitectura doméstica. Y aunque ello implique que en Bélgica hay una "cultura del vivir" muy arraigada, explica Marc Dubois, "difícilmente se puede conseguir un lugar en el mapa de la arquitectura europea sólo con viviendas unifamiliares". Wim Cuyvers, nacido en Hasselt, formado en Gante, residente en Francia y profesor en Holanda, lo tiene muy claro: en Bélgica no hay tradición de "lo público", ni sentido de lo colectivo, así que la gente considera que no hay mejor inversión que la propia casa. Los principales clientes de los arquitectos no son las instituciones, sino particulares cuya máxima aspiración es tener una casa independiente, sin muros medianeros. Como los criterios respecto a la nueva edificación son muy estrictos -en cuanto a materiales, volúmenes y tipos de cubierta- surgen proyectos que Cuyvers no duda en calificar de "surrealistas": él mismo ha diseñado una casa que es como un cobertizo agrícola de madera, alojado en una caja de vidrio. Ya no es insólito ver cerramientos de policarbonato y cubiertas a dos aguas; son sueños particulares sometidos a las normas generales.
Pero más allá del tipo de encargos, ¿cuáles son los rasgos que definen a los belgas? Aunque algunos de los estudios más conocidos tienen su sede en Lieja o Bruselas, las obras más destacadas se producen hoy por hoy desde la región de Flandes -con Gante a la cabeza-, así que en la caracterización es inevitable recurrir a las comparaciones con sus vecinos de los Países Bajos, siempre en la vanguardia de la arquitectura. Para Dominique Pieters, redactora belga de la revista holandesa De Architect, las primeras diferencias atañen a lo que distingue un país de otro: los belgas son católicos y los holandeses calvinistas; unos son poco dados a figurar y los otros sienten la imperiosa necesidad de destacar; la referencia de unos es Henry van de Velde y la de los otros Hendrik Petrus Berlage; el terreno de actuación de unos ha sido lo privado y el de los otros lo público; unos han sido poco receptivos a las corrientes que venían de fuera -desde la deconstrucción hasta lo digital-informe- y otros están acostumbrados a dictar las modas, y si unos construyen edificios, los otros proyectan a escala territorial.
La arquitectura belga, y más concretamente la flamenca, está hoy por hoy mucho más en sintonía con la suiza: por la escala de las obras, normalmente menuda; por el rigor geométrico, con superabundancia de prismas; por la fruición material, con texturas insólitas; por la precisión constructiva, con acabados de artesanía. Son ambas autoexigentes y casi perfectas, pero la belga se ha despojado hasta tal punto de afectación que resulta más inmediata, más cálida y seductora. Desde los patios domésticos de Mari-José van Hee a los ventanales de Christian Kieckens, pasando por los muros de Stéphane Beel o los vacíos de Vincent van Duysen, estos edificios son tan exquisitos como las colecciones de moda de sus compatriotas Dries van Noten y Martin Margiela.
Con todo, los arquitectos belgas, como el resto de sus colegas europeos, están más preocupados por el paisaje que los rodea y por el futuro de sus ciudades que por cuestiones estilísticas. En contraste con Holanda y Estados Unidos, las afueras de los núcleos urbanos no tienen un uso preferentemente residencial. Atravesadas por una tupida red de carreteras que se cuenta entre las más densas de Europa, muchas áreas rurales del país han quedado irreconocibles por la proliferación diseminada de casas, centros comerciales, pequeñas industrias y gasolineras, hasta el punto de que cada vez resulta más difícil distinguir entre centro y periferia, dónde acaba la ciudad y dónde empieza el campo; y una gran extensión entre Bruselas, Gante, Amberes, Lovaina y la parte norte de Valonia está siendo objeto de una urbanización muy acelerada. Por otra parte, la presencia siempre creciente en la capital de instituciones europeas no se ha traducido en nada más que en metros cuadrados de oficinas, y todo lo que se construye está en manos de promotores inmobiliarios. La banalidad de la arquitectura ha desdibujado su imagen. En los foros donde se debaten estos problemas, al menos hay consenso: es mejor buscar soluciones a partir de realidades propias que importar modelos.
La experiencia de Brujas, que promovió edificios públicos como Capital Europea de la Cultura (no sólo el auditorio de Robbrecht y Daem; también proyectos del japonés Toyo Ito, los holandeses de West 8 o el suizo Jürg Conzett), o de la asidua presencia de proyectos de arquitectos belgas en las últimas convocatorias de los premios europeos Mies van der Rohe -en 2003, las torres residenciales de Xaveer de Geyter en Breda estuvieron entre las cinco obras finalistas- parece haber provocado una mayor toma de conciencia acerca de la dimensión cultural y política de la arquitectura. En las regiones francoparlantes de Valonia y Bruselas, cuyas obras se presentaron en la octava edición de la Bienal de Arquitectura de Venecia, en 2001, a través de un montaje titulado Las islas flotantes, se han multiplicado las iniciativas de acercamiento a la sociedad, entre las cuales, un Libro Blanco de la arquitectura realizado con la participación de economistas, juristas, sociólogos y otros profesionales.
Frente a este prometedor panorama
, el amorfo escenario de Bruselas, donde los movimientos de protesta ciudadana poco han podido hacer frente a la presión burocrática e inmobiliaria. Conscientes de su "déficit identitario", el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, y el primer ministro belga invitaron a un grupo de intelectuales del Viejo Continente a reflexionar sobre cómo debía ser la que de hecho es capital europea (la sede oficial está en Estrasburgo, pero aquí están radicados los principales organismos). El holandés Rem Koolhaas propuso renovar los símbolos de la Unión Europea, rediseñando su bandera a partir del código de barras, y reconsiderar la dimensión monumental de Bruselas. Varios colectivos reagrupados bajo el nombre de BruXXel vienen reivindicando también para la ciudad una forma urbana acorde con su papel institucional. Bruselas no es Bélgica.
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