Con la cruz a cuestas
Olazábal y García llegan muy sufridos al primer 'grande' del año
Semana Santa. Así que, aunque los protagonistas estén en Augusta (Georgia, Estados Unidos), no son extraños diálogos como el siguiente, oído el Miércoles Santo en el porche de la casa club del Masters:
- José María Olazábal: He visto en el canal del tiempo que para mañana hay una probabilidad del 50% de lluvia. A ver si es verdad y llueve.
- Mayte Menta, amiga de Olazábal: ¡Ay, que no llueva! Quiero un Masters en el que haya sangre. Un Masters imposible, con los greens secos, cocidos, duros como el cemento. Quiero un Masters sangriento.
- J. M. O.: ¿Pero no te basta con la sangre que llevo yo todo el año echando a chorretones, que tengo como un surtidor en la espalda, que parezco el Cristo de Mel Gibson?
Así está Olazábal, entregado al humor ácido. Realista informado.
Hace diez años, cuando tenía 28, ganó su primer Masters. "Y diez años después, con dos chaquetas verdes en el armario, me veo diez años mayor, con más canas, con menos flexibilidad, con buenos recuerdos", dice Olazábal, entregado casi a la nostalgia, como si fuese el viejo Arnold Palmer, que en septiembre cumplirá 75 años, que ha sobrevivido a un cáncer de próstata y a diversas lesiones, que ha sido capaz de no faltar a un Masters, un torneo que ha ganado cuatro veces desde 1955, y que anunció que éste, su 50º, será también el último.
A Olazábal no le faltan las comparaciones para describir su actual momento de juego. "Es como si me hubiera tirado desde un avión sin paracaídas", puede decir. También: "Soy como una montaña rusa. Un día, arriba del todo. Al siguiente, en lo más profundo". Hace dos semanas, en el TPC, fue capaz de hacer un hoyo en uno en el 13 y luego un doble bogey en el 14. No pasó el corte. Hace una semana, en Duluth, fue capaz de terminar líder el primer día con unos magníficos 65 golpes y saltarse de inmediato a 77, 12 más. Terminó el 45º. "Y llego aquí sufriendo con el putt, que es un calvario", dijo, para continuar con los símiles de las fechas.
Olazábal, convencido de que siempre tendrá ventaja quien mejor se maneje con el driver, ha emprendido una verdadera transformación de su swing, lo que ha afectado sus grandes puntos geniales, los hierros, y el juego corto en general. También el putt, lo que parece mal asunto con vistas a un Masters en el que todos, el norteamericano Tiger Woods el primero, afirman que, estando como están los greens, será el toque fundamental. Y así llega a un Masters en el que defiende el título el zurdo canadiense Mike Weir.
Sergio García, que ya ha cumplido 24 años y ha perdido los favores que la afición reserva a los más jóvenes, a los que cree siempre rebeldes y geniales -ahora los que están de moda, más jóvenes que El Niño de Castellón o más nuevos en el circuito, se llaman Adam Scott, Jonathan Byrd, Paul Casey, Nick Flanagan, Charles Howell, Ian Poulter o Justin Rose-, lleva una temporada más potable que Olazábal, pero, aun así, lejos de las maravillas que anunció con su espectacular irrupción en el mundo del golf.
"Hay que tener paciencia", predica; "y en Augusta más que en ninguna parte. En 2002 emprendí una renovación bastante completa de mi swing y las cosas van bien, pero hay que seguir mejorando".
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