"Ya no vale el perdón"
La familia del mecánico atropellado por Farruquito se queja del olvido de la víctima

Benjamín Olalla Lebrón amaba los coches tanto que los convirtió en su profesión. Era de esas personas que parecía adquirir los conocimientos de mecánica por la epidermis. Soñaba con comprarse una moto de gran cilindrada o un coche potente, aunque viajó igualmente sin ellos gracias a una furgoneta que cuidaba con mimo en el taller donde trabajó la mitad de su vida.
Murió, a los 35 años, tras ser atropellado en Sevilla el pasado 30 de septiembre mientras cruzaba en un paso de peatones por uno de esos coches potentes con los que fantaseaba. Al volante del flamante BMW blanco, recién comprado y sin asegurar, iba el bailaor Farruquito, sin permiso de conducir, que regresaba de recargar la tarjeta del móvil. Benjamín Olalla salía en ese momento de la piscina de San Pablo, a la que acudía cada martes y jueves después del trabajo. Aquel día lluvioso, su esposa, Mari Ángeles Madero Ramírez, de 35, prefirió no ir a nadar: "Me llamó a las siete o así para preguntar si iría y si venía a buscarme al salir, pero le dije que no, que aprovechara él".
La banal charla telefónica fue la última de la pareja, trenzada en la juventud -se hicieron novios con 16 años y se casaron a los 24- y apuntalada por un sinfín de vivencias, amigos y aficiones comunes como las excursiones, los viajes y la Feria de Abril. La siguiente llamada que recibió Mari Ángeles fue la de su hermano para informarla del accidente. En el hospital no vio a su marido, que falleció en la UCI, seis horas después.
Farruquito tardó seis meses en confesar que era el autor del atropello. Lo hizo el sábado 27 de marzo tras ser detenido en Sevilla por la policía, que averiguó que era el conductor del vehículo gracias a las escuchas telefónicas realizadas mientras investigaban al agente Bernardino R. M., apartado del Cuerpo Nacional de Policía mientras el Tribunal Supremo no resuelve su recurso contra una sentencia que le condena por tráfico de drogas.
Antes de esto se había responsabilizado del siniestro el hermano del artista, Farruco, también bailaor, que al tener 15 años se había acogido a la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, que impide encarcelar a menores. Tras recordar esta secuencia de acontecimientos, la viuda del mecánico Olalla se muestra tajante: "Ahora ya no vale el perdón porque son seis meses y le ha cogido la policía, si se para y atiende a mi marido mi actitud habría sido distinta". "No me puedo creer nada de lo que diga con la de trampas que ha hecho", zanja. El artista lloró el jueves al explicarse ante la prensa. Mari Ángeles siguió a medias la conferencia por radio desde el despacho de su abogado, José Manuel Rosendo. Las palabras de Farruquito no le han hecho variar un ápice: "Lo único que me interesa es la condena que le va a caer".
Su abogado aspira a lograr la pena máxima, que castiga el homicidio imprudente (cuatro años), la omisión del deber de socorro (dos años) y atentar contra la seguridad del tráfico (dos años). El letrado asegura que "en ningún caso" negociarán las penas, aunque estaría dispuesto a llegar a un acuerdo sobre la responsabilidad civil.
"A mi marido no lo cambio por dinero", ataja la viuda. "Para mí la justicia sería que estuviera 40 o 50 años en la cárcel, que es lo que le ha quitado a mi marido de vida, aunque sé que es imposible", dice. En el entorno de la víctima se quejan del tratamiento compasivo hacia el artista y el olvido de Benjamín. "La vida de una persona es más importante que el arte, antes de ser artista hay que ser persona y vestirse por los pies", lamenta Juan Carlos Contreras, primo del fallecido. Rosario Lebrón, su esposa, apuntala el reproche: "Él ha seguido con la misma vida, pero ella no".
Mari Ángeles Madero ha estado de baja y sigue a medio gas, trabajando algunas horas por recomendación médica. Recibe apoyo psicológico y psiquiátrico. Acude a terapias del Teléfono de la Esperanza y ha contactado con una asociación de víctimas de accidentes de tráfico. A duras penas soporta ahora las excursiones y le cuesta horrores ir a nadar aunque se haya cambiado de piscina.

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