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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuentos alzados en vilo

Manuel Rivas

"La casa luchaba bravamente" (Henri Bosco). Cuando se desplazó a Dublín, en 2001, para recoger el apreciado premio IMPAC por su única novela No Great Mischief (editada en castellano con el título Sangre de mi sangre, en RBA), en una reseña de prensa se refirieron a Alistair MacLeod como "a diminutive author". ¿Minúsculo MacLeod? Está más extendida de lo que parece la idea de que una gran obra tiene que tener el peso suficiente para causar un homicidio si se le desprende de una estantería y golpea en la cabeza al lector que la esperaba con los brazos abiertos. Sí, es sorprendente (¿enternecedora?) la confusión inmobiliaria entre el valor y la calidad de una obra y su tamaño. Así, Alistair MacLeod (Saskatchewan, Canadá, 1936) se limitó a responder con un sonriente parpadeo, como el minero que desaloja una minúscula mota de polvo en un salón de baile: "Todos perdemos peso cuando viajamos a Irlanda". Lo que está claro es que en el futuro este antiguo profesor en literatura inglesa del XIX, especializado en Charles Dickens y Thomas Hardy, no tendrá que pedir excusas ante la humanidad por innecesaria deforestación. Además de la novela citada y de Los pájaros traen el sol, MacLeod ha publicado otro libro de cuentos (The Lost Salt Gift of Blood, 1976) y una colección de todos sus relatos (Island, 2000). Los personajes de este escritor canadiense de raíces escocesas (nació en 1936, en Saskatchewan, y se crió en Cape Breton, al extremo norte de Nueva Escocia) suelen acometer las cosas con sus propias manos. Mineros, ganaderos, pescadores. Gente que levanta su casa, que la sostiene.

LOS PÁJAROS TRAEN EL SOL

Alistair MacLeod

Traducción de Miguel Martínez-Lage

RBA-Integral. Barcelona, 2004

222 páginas. 15 euros

Más información
De la estirpe alejada del ruido

Una de las singularidades de

MacLeod, un rasgo anatómico de su prosa, es el vínculo muscular entre los movimientos del lenguaje, la acción de los cuerpos y la agitación de los sentimientos, en permanente pugna con la intemperie y la incomunicación. Eso les otorga una fuerza, un interés e incluso una autoridad narrativa (la de alguien que tiene algo que contar) ante un lector que cuando lee estas historias no sólo ve sino que oye la voz, cumpliéndose así la intuición existencialista de que la mejor forma de conocer el ser no es el verlo sino escucharlo. La de la casa es también la construcción de un adentro, de una intimidad. Pero las vigas de la casa de MacLeod, como las de la que erige Archibald, el subyugante protagonista del relato titulado La armonía perfecta, no están apuntaladas con clavos sino con su misma materia, con calzos de madera, para hacerla flexible a los embates del viento, de las tempestades. Es, por así decirlo, una casa con alma de barco. Anclada en tierra, es el yo, la concha humana.

El casi omnipresente invierno

viene a ser en la obra de MacLeod lo que en La poética del espacio Gaston Bachelard llamó la no-casa, el no-yo. La memoria de los antepasados, lo que podríamos llamar herencia cultural o una cierta identidad, tiene una presencia simbólica muy importante en estos relatos. La relación con ese legado a veces ayuda, a veces causa dolor. A veces ilumina, a veces oculta. En algún momento, en alguna parte de los relatos, casi siempre alguien canta en gaélico. Incluso puede cantar con sentimiento sin comprender el significado de las antiguas palabras transportadas en la boca por los emigrantes de otro tiempo. Y es como el efecto de las lamas de una persiana o el descorrer de una cortina. Es algo que está ahí, como los calzos de madera. Como los senderos, como los pájaros que traen el sol, que conectan lo de adentro y lo de afuera, la intimidad con el "cosmos del invierno", la casa con la des-localización. Ese encanto desaparece cuando la melancolía que aletea es cazada por vampiros de la identidad, a quienes MacLeod destina unas puyas de fina ironía. En uno de los relatos más intensos, el titulado El final del verano, un minero cava en la galería de su propia vida mientras toma el sol en una playa. Pronto viajará con su cuadrilla de especialistas para trabajar en un lugar de África. Ese minero podría entrar por la boca de una mina en Ontario y salir por la boca de un relato de Rulfo. La manera en que avanza esta historia es la del lenguaje en vilo. Verdadera literatura que eriza la piel. "Cuanto más honda era la fosa que cavábamos, con mayor intensidad llovía" (MacLeod).

Alistair MacLeod obtuvo el premio IMPAC en 2001 por 'Sangre de mi sangre'.
Alistair MacLeod obtuvo el premio IMPAC en 2001 por 'Sangre de mi sangre'.GORKA LEJARCEGI

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