De la estirpe alejada del ruido
SÓLO CUANDO las frases están listas en su cabeza y encuentra su musicalidad y ritmo al pronunciarlas las plasma en la hoja en blanco con su puño y letra. Es un proceso lento en el cual Alistair MacLeod busca reproducir la riqueza de la historia de viva voz. Algo que hace teniendo como fondo el rumor del mar que golpea el acantilado donde tiene su cabaña de Cape Breton, en Nueva Escocia, Canadá. El lugar donde pasó su infancia. La tierra a la que llegaron sus antepasados en 1791 procedentes de Escocia y donde pudieron copiar la vida dejada gracias a que apenas si había un alma en aquellas verdes, frías y ventosas tierras de aliento polar. Sólo ellos. Campesinos escoceses en busca de un nuevo mundo que no dejaron de hablar el gaélico. Y así 200 años. MacLeod pertenece a la sexta generación de aquellos colonos con eterna añoranza, que enlaza no sólo con la estirpe de escritores de tradición oral sino también con la de aquellos que empezaron a publicar después de los 40 años, de los que escriben poco (en España dos libros de relatos, El regreso y Los pájaros traen el sol, y una novela, Sangre de mi sangre) y de los que son felices lejos del ruido de la fama. Lo más cerca son los muchos años que lleva dando clases de literatura inglesa, ahora en la Universidad de Windsor (Ontario); pero tan pronto asoma el verano se va en busca de su cabaña en Inverness para reencontrarse con su historia a través de su evocación oral que cuajará en escritura. Una que le ha valido en Canadá la categoría de clásico vivo.
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