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Columna
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Incógnita

Diga lo que diga el refrán, no siempre dar primero significa dar dos veces, ni por el hecho de madrugar tiene uno garantizada la ayuda de dios. Es lo que tiene el refranero: que atesora dichos tan variados y contradictorios que lo mismo permite sostener una cosa y su contraria. Junto a todas esas sentencias que nos animan a tomar la iniciativa, a ser los primeros, prometiéndonos la recompensa del éxito, no faltan tampoco las que nos advierten de la posibilidad de que no gane aquel que parte en primera posición, de que sea el último quien ría mejor o de que no por mucho madrugar amanezca más temprano.

Tomar la iniciativa puede ser, en principio, una buena cosa, pero en la práctica la bondad del asunto depende de muchas cosas: del tipo de competición, de la duración de la contienda, etc. Ocupar la pool position puede ser una ventaja en una carrera de coches, donde las posibilidades de adelantar al adversario son exiguas; pero es, seguro, una faena si de lo que se trata es de asaltar las posiciones enemigas en una guerra de trincheras. Chutar el primero a puerta, aún cuando no se logre el gol, puede servir como acicate al equipo y a su afición; disparar el primero y errar el tiro en un duelo a pistola, en cambio, augura lo peor para el animoso duelista.

El plan Ibarretxe permitió al nacionalismo vasco gobernante recuperar la iniciativa política en unos momentos en los que el acoso del PP, junto a los errores de bulto del propio nacionalismo vasco, lo situaba en una posición ciertamente crítica. Pudiera ocurrir, sin embargo, que esa iniciativa se vuelva ahora un pesado lastre. ¿Cuál es el margen de maniobra que permite el plan Ibarretxe al nacionalismo vasco? A la luz de lo dicho, depende de quien lo diga. A la luz de lo escrito, poco, por no decir nada. El plan Ibarretxe no es, ni por asomo, la oferta de regeneración democrática realizada hace ahora una semana por la Declaración de Barcelona; una oferta realista, razonable y, por lo tanto, negociable. Planteado en términos de sujeto único de soberanía versus sujeto único de soberanía, el plan Ibarretxe es innegociable. Lo único negociable es la manera de afirmar ese nuevo sujeto soberano distinto del demos definido por la Constitución, no así la existencia del mismo. Pero es que, además, el plan Ibarretxe no es ya el plan del lehendakari; ni tan siquiera es ya el plan del Gobierno Vasco. Desde que Mary Shelley publicara su Frankenstein es sabido que hay circunstancias en las que los productos de la acción humana pueden volverse contra sus creadores. El plan Ibarretxe es, en estos momentos, el plan de aquellos nacionalistas que nunca lo asumirán como propio: de quienes siempre lo considerarán como un planito, como un divertimento o como una distracción de diletantes.

Hace tiempo escribía en este mismo lugar que no habrá salida al conflicto vasco mientras lleven la voz cantante quienes, por un lado, no conciben una España distinta de la históricamente realizada, y por otro, quienes no son capaces de concebir una Euskal Herria distinta de la históricamente soñada. Hoy, en aquel lado la voz cantante ya no la llevan los mismos. ¿Será capaz el nacionalismo vasco de situarse de manera distinta ante la nueva situación política? El PNV tiene que optar entre la construcción de un nuevo estado en Europa, el Estado vasco, o la progresiva desestatonacionalización de Europa. Es el PNV, dentro del campo nacionalista vasco, el único que puede hacerlo, ya que es el único que aún conserva la suficiente autonomía política como para no hacer depender su existencia como partido de la depredación de los recursos de las otras fuerzas nacionalistas; depredación para la que, según parece, están mejor preparados aquellos que más afilan sus dientes independentistas.

Estatonacionalizar o desestatonacionalizar, esa es la cuestión. Y lo primero no sirve como medio para lograr lo segundo. Pero hay un texto escrito y un proceso trazado. Todo indica que el nacionalismo vasco está dispuesto a apurar su propio cáliz hasta las heces. Que después de hacerlo pida otra ronda o decida apuntarse a estatonacionalistas anónimos es, hoy por hoy, una incógnita.

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