_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Péndulo

Enrique Gil Calvo

La democracia instaurada en 1978 acaba de determinar su tercera alternancia política. La primera se produjo en 1982, cuando los electores sustituyeron el Gobierno de centro-derecha de Leopoldo Calvo Sotelo (que había suplido a Adolfo Suárez tras la dimisión de éste) por otro de signo opuesto, liderado por Felipe González. La segunda se dio en 1996, cuando los votantes devolvieron el poder al centro-derecha, sustituyendo a González por José María Aznar. Y la tercera acaba de producirse hace dos semanas, con el vuelco del electorado que ha vuelto a otorgar el Gobierno al partido socialista, tras recusar los flagrantes abusos de poder cometidos por Aznar. A partir de aquí se inicia un nuevo ciclo político presidido por la izquierda, a la que se concede una segunda oportunidad para rectificar los errores cometidos durante su pasada ejecutoria, que merecieron su expulsión del poder.

De este modo, tras veinticinco años de democracia, la trayectoria descrita por nuestro sistema político pasa a exhibir un perfil ondulante, puntuado por las sucesivas alternancias de poder. En principio, estas oscilaciones cíclicas corresponden al vaivén pendular entre la derecha y la izquierda, de acuerdo a la principal divisoria política (o cleavage, según la terminología anglosajona) que articula nuestra estructura de clases, oponiendo el partido de los propietarios y profesionales libres (el centro-derecha) frente al que representa a los trabajadores por cuenta ajena (o centro-izquierda). Pero además de esta divisoria de clase, nuestro sistema exhibe otros dos cleavages añadidos, que vienen a complicar la oscilación pendular de nuestro ciclo político.

Uno de ellos es la divisoria que opone a los partidos centrales o estatales (PP, PSOE e IU) frente a los nacionalistas o periféricos (CiU, ERC, PNV y BNG). Pues bien, también en este eje de confrontación territorial se ha producido la alternancia, pues el electorado ha restado casi todo su poder al centralismo que gobernaba para devolvérselo a los partidos autonomistas o soberanistas, que pasan a disponer de nuevo de un evidente poder arbitral: un poder que puede ser de veto, dada la dificultad de establecer una gran colación entre los dos partidos centrales por el crispado antagonismo entre izquierda y derecha.

Pero además de esta segunda línea de conflicto territorial, nuestro sistema político posee un tercer cleavage de naturaleza institucional, dada la peculiar ingeniería jurídica con que se constituyó nuestra democracia. Me refiero a la ambivalencia del sistema electoral, que es a la vez semimayoritario y semiproporcional, lo que le permite comportarse de dos formas opuestas. Cuando el electorado genera mayorías absolutas, entonces el régimen funciona como un presidencialismo plebiscitario, según el ejemplo de los mandatos de González (de 1982 a 1993) y de Aznar (de 2000 a 2004). Y cuando el electorado genera mayorías sólo relativas, entonces el régimen funciona como un parlamentarismo consociativo, que obliga a gobernar por consenso mediante coaliciones multipartidarias explícitas o implícitas. Es lo que acaba de suceder ahora, pues también se ha producido la alternancia pendular entre la mayoría absoluta de Aznar, cuyos abusos de poder colmaron la paciencia de los electores, y la nueva mayoría relativa de Rodríguez Zapatero, sin poder absoluto del que abusar.

De estas tres alternancias producidas el 14-M (la política, de derecha a izquierda; la territorial, del centralismo al nacionalismo, y la electoral, de la mayoría absoluta a la mayoría relativa), ¿cuál ha sido la más significativa de todas? Sin duda, la tercera, pues el electorado no ha votado tanto a la izquierda o al nacionalismo como ha votado contra Aznar. Pero no tanto contra el propio Aznar como contra el poder absoluto del que gozaba Aznar, dejándole caer en la tentación de abusar de él. Lo que han hecho los electores el 14-M ha sido recusar la mayoría absoluta de la que abusan sus titulares como González o Aznar. Lo cual implica un mensaje dirigido a Zapatero, pidiéndole que reforme nuestro sistema para evitar su futura mayoría absoluta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_