_
_
_
_
Reportaje:FÚTBOL | La violencia y la crisis económica disparan todas las alarmas en Italia

A Berlusconi se le hunde el 'calcio'

La impunidad de los ultras, que el pasado domingo lograron que se suspendiera el Lazio-Roma, y el hecho de que al menos 9 clubes estén al borde de la disolución levantan una enorme polvareda política en un país donde el fútbol es excesivo

Más de la mitad de los clubes en quiebra técnica, una deuda con Hacienda superior a los 500 millones de euros, estadios sometidos a mafias violentas... El fútbol italiano estaba al borde del abismo. Y el domingo 21 de marzo, en el Olímpico de Roma, dio el definitivo paso adelante. Tras el fantasmagórico derby Lazio-Roma, que los ultras de ambos bandos obligaron a suspender como exhibición de fuerza, el calcio se precipita en el abismo. Sobre cinco sociedades de Primera División, entre ellas las dos romanas, y sobre cuatro de Segunda pesa la amenaza de no competir el año próximo. El vicepresidente del Gobierno, Giancarlo Fini, teme un estallido de violencia: "En Roma puede desencadenarse el fin del mundo".

"Hay que evitar como sea la crisis del fútbol: añadiría un factor muy grave en la tensión social del país"
Más información
El presidente del Roma vende parte de su imperio para retener a Totti
El incómodo perdón de Panucci

Los acontecimientos del Olímpico fueron un ensayo general. Los ultras (mafias de presuntos seguidores, vinculadas a la extrema derecha) reclamaban desde hacía años la "autogestión de la seguridad" en el estadio, es decir, la rendición total de la policía, para desarrollar sin interferencias su negocio: venta ilegal de camisetas y banderas, extorsiones a los clubes (obligados a pagar las "coreografías de animación desde la grada") y organización de viajes en los desplazamientos. Los Irreductibles del Lazio facturan anualmente más de un millón de euros, y la mitad, según estimaciones policiales, es beneficio neto a repartir entre un puñado de capos. Los Servicios de Información del Ministerio del Interior calculan que hay en Italia unos 60.000 ultras unidos en el propósito de adueñarse del calcio.

El 21 de marzo les bastó lanzar un rumor falso. Desde la curva sur del estadio, dominada por los romanistas, se lanzó la noticia de que la policía había matado a un muchacho de 16 años. En el cuarto de hora del descanso el rumor se difundió por la grada, y al principio del segundo tiempo todas las pancartas y banderas laziales y romanistas fueron retiradas. Esa fue la señal. Una delegación de tres capos descendió al césped y ordenó al capitán de la Roma, Francesco Totti, que se negara a jugar "por respeto al chico muerto". Fue inútil que el Prefecto de Roma (delegado del Ministerio del Interior en la ciudad) afirmara por los altavoces que nadie había fallecido y explicara personalmente a los jugadores que todo era un invento: nadie le creyó. En cualquier caso, la amenaza era clara. O suspensión, o invasión de campo. "Éstos nos matan", dijo Totti al árbitro. Y el árbitro, tras intentar sin éxito que se reanudara el juego, optó por lavarse las manos y comunicar por teléfono con el presidente de la Liga, Adriano Galliani. Éste, vicepresidente del Milan y hombre de confianza de Silvio Berlusconi, contactó con el gran jefe. Y después autorizó la suspensión.

Lo que ocurrió a partir de ese momento demostró que alguien había planeado las cosas. Mientras los 80.000 espectadores, consternados y desorientados por una muerte que no había ocurrido, se convertían sin saberlo en rehenes de los violentos, éstos tomaban posiciones alrededor del estadio y cargaban contra la policía. Los disturbios impidieron la evacuación. Miles de personas vivieron momentos de pánico, entre gases lacrimógenos y bandas armadas con palos y navajas. Al final de los enfrentamientos, 153 policías necesitaron atención hospitalaria.

Aún no se sabe, quizá no se sepa nunca, quién organizó la exhibición de fuerza de los ultras. Los tres delegados que bajaron al césped fueron detenidos pero ya están en libertad, sin otra sanción que tres años de alejamiento de los estadios. Stefano Carriero, 29 años, cámara de televisión y miembro de Tradición y distinción; Stefano Sordina, 34 años, asesor financiero, miembro de AS Roma Ultras; y Roberto Morelli, 27 años, sin profesión conocida, alegaron que sólo querían "impedir un estallido de violencia". Mintieron (Carriero le dijo a Totti que había hablado personalmente con los padres del muchacho fallecido) y hablaron, de forma muy significativa, en nombre de los ultras de ambos bandos, pero no se ha podido probar que formaran parte de una conspiración.

Para el vicepresidente del Gobierno, Giancarlo Fini, de Alianza Nacional, ex neofascista y buen conocedor de las tramas negras del fútbol, consideró que los sucesos constituían una advertencia. Los ultras habían querido hacer una pequeña demostración de lo que podría ocurrir si Lazio y Roma fueran disueltos y relegados a la categoría regional. "No quiero ni pensar en que esos dos clubes fueran excluidos de la competición el año próximo; ya hemos visto lo ocurrido en el derby", dijo. "En Roma podría desencadenarse el fin del mundo". El alcalde de Roma, Walter Veltroni, de los Demócratas de Izquierda (ex comunistas) fue más genérico: "Hay que evitar como sea que el fútbol entre en crisis, porque eso añadiría un factor muy grave en la tensión social del país". Es imposible exagerar sobre la importancia del calcio en Italia, sobre sus ramificaciones políticas y su impacto en la vida cotidiana.

¿Cómo evitar la quiebra de Roma y Lazio? Esa es la pregunta sin respuesta. Cada uno de los clubes tiene una deuda cercana a los 400 millones de euros. La Lazio debe a Hacienda 113 millones; la Roma, 108. En teoría, no podrían participar en las competiciones europeas del próximo año, porque la UEFA, que cierra el plazo de inscripción el próximo día 31, no acepta sociedades con deudas fiscales. Pero la trampa ya está preparada: les bastará presentar un recurso ante Hacienda, con lo que, al menos durante 60 días, su situación quedará en suspenso. Para después, cuentan con que habrá ocurrido el milagro de cada año y el gobierno les habrá salvado, de una forma u otra.

Esta vez, sin embargo, Silvio Berlusconi lo tiene difícil. Pensó en un nuevo decreto salvacalcio que cancelara las deudas con cargo al contribuyente, pero la Comisión Europea le hizo saber que nunca aceptaría tal cosa. Ahora baraja la opción de presionar sobre los bancos, especialmente Capitalia, para que participen en ampliaciones de capital de los clubes afectados y aporten dinero fresco suficiente para pagar las deudas más urgentes.

Roma y Lazio no son las únicas sociedades en peligro de desaparición. En situación similar se encuentran Perugia, Ancona y Chievo, en Primera, y Nápoles, Como, Génova y Salernitana, en Segunda.

Hoy se celebrará, en Milán, una cumbre del fútbol italiano con los máximos dirigentes de las Ligas profesionales, la Federación y los sindicatos de futbolistas y entrenadores. Los clubes han preparado un esbozo de plan de saneamiento que incluye reducir las plantillas a 25 jugadores, establecer techos salariales y una reducción automática de los sueldos en un 40% en caso de descenso de categoría. La Assocalciatori, el sindicato de futbolistas, exige a su vez que las cuentas de los clubes sean controladas trimestralmente (los auditores de Thornton, que daban por buenas las cuentas falsas de Parmalat, se niegan a firmar el balance de 2003 de la Roma por considerarlo pura fantasía) y que se sancione con pérdida de puntos a las sociedades que no paguen puntualmente los salarios.

El de hoy será, en cualquier caso, sólo un primer paso. Resultará muy difícil salir del abismo sin soluciones drásticas. Y el gobierno, en cuyas manos están tanto las decisiones finales como la gestión de cualquier consecuencia violenta, no sabe qué hacer. "Yo no seré quien hunda el fútbol italiano", afirma Silvio Berlusconi. El problema es que el calcio ya está hundido.

La policía rodea a hinchas del Lazio y el Roma tras la suspensión del partido el pasado domingo.
La policía rodea a hinchas del Lazio y el Roma tras la suspensión del partido el pasado domingo.ASSOCIATED PRESS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_