Volar con pinceles
El Alcázar Genil de Granada acoge una selección de las obras creadas por los reclusos de la cárcel de Albolote
Nada más elocuente para describir una prisión que el sonido de esas enormes puertas que se cierran como losas. Más que un paisaje o una composición de lugar, es una tortura psicológica. Hay que atravesar muchas de esas para llegar al taller de pintura del Centro Penitenciario de Albolote (Granada). Allí varios reclusos pasan mañanas enteras buscando la libertad con sus pinceles. A veces consiguen encontrarla.
Ni Michael Maertens ni Joaquín López Fabres ni F. V. estuvieron el pasado lunes en el Alcázar Genil. Pero sí sus obras, que se exponen desde entonces en este palacete nazarí junto a otras de sus compañeros de taller. La muestra Pintores privados de libertad enseña al público cerca de 40 cuadros escogidos entre un centenar que se presentó al concurso Patio de autores privados de libertad, que financia la Junta con 1.800 euros y organiza la Asociación para la Promoción de los Barrios Marginados de Granada (Aproma).
Tal vez nunca se expongan al lado de lienzos de Miró, Dalí o Van Gogh, pero Maertens y Fabres, cada uno en un extremo del salón al que cada mañana de lunes a viernes acuden a pintar, muestran sus preferencias. "Este es un homenaje a Miró", explica Maertens delante de un lienzo de grandes dimensiones que imita el estilo del genio surrealista. "Ahora quiero acercarme al realismo", asegura delante del caballete, en el que ya tiene listo el lienzo para su próxima obra. "Será un autorretrato".
Maertens, natural de Alemania, consiguió el primer premio (valorado en 600 euros) con un retrato de mujer. En un perfecto castellano y con un toque de humor, relata que las ideas las saca de las revistas. "Como no tenemos modelos en vivo...", exclama. Lo mejor del taller, en el que el preso participa desde hace seis meses, "es que se te olvida el tiempo", dice.
Fabres, ganador del tercer premio con Un paisaje para mi hijo, asegura que lo que pinta es lo que imagina. "No copio nada", dice. Ahora está trabajando en un lienzo con figuras geométricas en el que experimenta con el color. "Son como ejercicios", comenta mientras muestra, colgado sobre la pared, otro lleno de rectángulos. Le ha puesto Recuerdos y pasó todo agosto pintándolo. "Son los barrotes de la ventana del chabolo, con las cajetillas de cigarros que voy dejando allí. Quería sacar la figura; que la imagen no fuese plana". En su celda, confiesa, echa a volar la imaginación para luego plasmar eso en el cuadro.
A Fabres, cincuentón de manos rudas -trabaja también la alfarería-, le gusta pintar desde niño. "Pero no tuve a nadie que me enseñara", explica. Antes de conocer el significado de las letras, aprendió a dibujarlas. "La gente creía que yo sabía escribir", comenta entre risas. Fue esa afición a dibujar las letras y "las malditas drogas" las que lo metieron entre rejas. Fabres está en prisión por falsificar cheques, según cuenta. Pero "quien sufre es la familia", sobre todo ese hijo para el que ha pintado un paisaje imaginado.
"Pintando me siento libre. Estás relajado, tranquilo, hasta que llegue la hora". Una hora que no sabe a ciencia cierta cuándo llegará. "Tal vez dentro de dos o tres años, aunque no pienso en ello", asegura. "Prefiero estar pintando cuando vengan a decirme: 'Fabres, tienes permiso'. Porque aquí no nos vamos a quedar, eso es seguro".
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