“Me bajo en Atocha. Yo me quedo en Madrid”
La noche del domingo, la victoria del PSOE sorprende a un país todavía sobrecogido por la tragedia
Nada más llegar al colegio electoral, a Ana Botella se le humedecen los ojos. Este 14 de marzo estaba destinado a ser un día emotivo, el último que ella y su marido acuden a votar procedentes del Palacio de la Moncloa. Pero no es por eso por lo que llora la esposa del presidente del Gobierno. Hay un grupo de ciudadanos que recibe al matrimonio enarbolando carteles con la palabra paz y un grito unánime:
-¡Manipuladores!
Otro grupo de afectos al PP intenta contrarrestar:
-¡Aznar, por siempre, será mi presidente!
Cuando Ana Botella y José María Aznar abandonan el colegio Nuestra Señora del Buen Consejo, él con gesto adusto y ella llorando, ambos grupos se quedan durante buen rato lanzándose insultos, retándose, casi llegando a las manos.
Cayetano acude a votar desde el hospital Doce de Octubre. Lleva varios puntos de sutura
Poco después, Mariano Rajoy y su esposa, Elvira Fernández, viven idéntico trago en el colegio Bernadette:
-¡Mentiroso! ¡Pinocho!
Este es un día feliz para un ciudadano que ya no está perdido. Durante más de 24 horas ha deambulado sin horizonte por el parque del Retiro, víctima sin saberlo del primer tren de la muerte. Durante el jueves y parte del viernes caminó desorientado y confundido, sin noción de la realidad. Ingresó después en urgencias del Gregorio Marañón sin capacidad para recordar su nombre, sin una pista que lo situase en la realidad. A medida que pasan las horas recupera pedazos de su conciencia. Habla de un tren que explota, describe a una hermana que viaja a su lado. Por fin recibe el alta médica. Y con ella le regalan una buena noticia. Sí, su hermana viajaba en el tren con él. Y está viva.
Aznar sigue desde La Moncloa la marcha de la jornada electoral. Los primeros avances hablan de un incremento de la participación. Como siempre que se celebran elecciones, ha mandado instalar junto a la biblioteca una gran pantalla para seguir el recuento. Pero aún es pronto. Por el momento, sólo llegan impresiones. Los últimos acontecimientos han dejado sin valor las encuestas de hace unos días. Por ejemplo, aquella del CIS (24.109 entrevistas) divulgada el 5 de marzo que señalaba una ventaja para el PP de 6,7 puntos y lo situaba muy próximo a la mayoría absoluta (176 escaños, cuando en 2000 obtuvo 183). Tampoco parece demasiado creíble a estas alturas las proyecciones del último domingo que situaban al PP en un margen entre 168 y 172 escaños. Ninguno de los colaboradores de Aznar se muestra optimista, pero tampoco se atreven a mentar la bicha.
Los periódicos se vuelcan en contar las historias de las víctimas y los heridos en el atentado. Los lectores saben que hay una polaca de 28 años, Yolanda Rzaca, ingresada en el hospital clínico de San Carlos, que pregunta por su hija Patricia, de siete meses, y por su esposo Wieslaw, de 24, sin que nadie se atreva a decirle que fallecieron el viernes.
Ana Palacio insiste ante la BBC en que "la idea de que ETA está detrás se mantiene"
Yolanda Rzaca viajaba con ellos en el tren. Ahora se esfuerza en recuperarse de las heridas que sufrió en la mano y en el intestino porque cree que así le permitirán ver antes a su niña y al marido. Ni el cura ni su hermana ni tampoco ninguna amiga se atreven a decirle aún la verdad.
Ángel Acebes convoca a la prensa a las 14.15. Ofrece algunas precisiones sobre el avance de la investigación. Deja atrás toda mención a ETA. Anuncia que la investigación va a ser larga y compleja. Se han efectuado registros en domicilios y comercios del barrio de Lavapiés, donde la policía se ha incautado de material de telefonía móvil que pudiera tener relación con el teléfono y la tarjeta conectados con la bomba desactivada dentro de una bolsa de deportes en la madrugada del jueves al viernes. Tres de los detenidos son marroquíes y tienen antecedentes. Uno de ellos, Jamal Zougam, originario de Tánger, aparece citado en un sumario que abrió el juez Baltasar Garzón tras la desarticulación en noviembre de 2001 de la célula de Al Qaeda en España.
Pero Ana Palacio, la ministra de Exteriores, sigue erre que erre. Le preguntan en la cadena británica BBC y contesta:
-La idea de que ETA puede estar detrás se mantiene con fuerza.
La memoria colectiva no sólo retiene la cifra de 200 muertos, sino caras, nombres y apellidos como los de Félix González Gago, subteniente del Ejército del Aire, de 52 años. Félix se desplazaba a diario hacia su trabajo en autobús. Si lo perdía, cogía el tren. Y el jueves lo perdió. En vez de una cifra, el lector se encuentra con la sonrisa de Ana Isabel Gil Pérez, de 29 años; la melena del chileno Héctor Figueroa Bravo, de 33 años; el perfil de la francesa Marion Cintia Subervielle, de 30 años, abrazando a la hija de 10 meses que se ha quedado sin madre; el pendiente en la oreja y las gafas negras sobre la frente de Iris Toribio Pascual, de 20 años...
Aznar pide a Rato y a Gallardón que respalden a Rajoy en la noche de la derrota
Hay largas colas de ciudadanos en los colegios electorales, colas que recuerdan las elecciones de 1977 y 1982. Los avances que ofrece el Gobierno indican que la jornada va a registrar una participación extraordinaria.
Cayetano Abad, técnico del Ministerio de Hacienda, de 43 años, hubiese preferido votar discretamente, guardando cola, como uno más. Pero acude desde el hospital Doce Octubre al colegio Ciudad de Valencia, en el barrio madrileño de Santa Eugenia, y los vecinos lo agasajan con una ovación. La gente del barrio sabe que Cayetano viajaba el jueves 11 con su hija Ana, de 14 años, en uno de los vagones que estallaron en el Pozo del Tío Raimundo. Con la primera explosión la niña sintió que todo se quedaba oscuro. Con la segunda, sintieron que flotaban. Y ahora Cayetano, con la cervical maltrecha y el pecho contusionado, con varios puntos de sutura en la cabeza y una sonrisa nerviosa, quiere depositar su voto. Para demostrarse y demostrar que ningún atentado puede prevalecer sobre un derecho tan sagrado. Le preguntan.
-¿Qué va a votar usted?
-Eso es lo de menos. Lo importante es votar.
Zahira Obaya, una dependienta de 21 años que sufrió heridas graves en la cara cuando estalló la bomba en la calle Téllez, se despierta del coma el domingo. Y quiere votar. Pero no puede. Su padre se presenta a primera hora de la tarde en el colegio electoral Nuestra Señora del Pilar con el DNI de Zahira para depositar el voto por ella. No le dejan.
Las autoridades internacionales se movilizan. Italia destina 4.000 soldados a vigilar estaciones y aeropuertos. El Gobierno británico ordena desplegar agentes de paisano armados en trenes, estaciones de metro y ferrocarril. Alemania solicita una reunión urgente de los ministros de Interior de la Unión Europea. Pero Ana Palacio en la BBC sigue manifestando que la pista etarra se mantiene "con fuerza" en la investigación sobre los autores del atentado. Dice la ministra española:
-Todo es posible en este mundo de tinieblas.
Hay fotografías, carteras, relojes y zapatos sin su par. También hay una ejemplar de la Constitución Española manchada de sangre. El pabellón número seis de Ifema es todavía, ese domingo, un cementerio de cosas sin dueño. Los familiares van llegando gota a gota. Algunos, los más afortunados dentro del infortunio, encuentran alguna ropa de sus seres queridos y se abrazan a ella intentando recuperar sensaciones, olores. Es un día muy raro ese domingo. Las elecciones y su incertidumbre; la tragedia y su tristeza. En el cementerio de la Almudena todavía quedan cadáveres sin identificar, mientras que los restos de otras cinco víctimas ya vuelan hacia Colombia. De los hospitales llega el parte de heridos: 259 siguen ingresados, 18 han recibido el alta. El número de enfermos en estado crítico asciende de 17 a 19. Los periódicos publican la lista de fallecidos. Y en Atocha, donde desde la noche del jueves hay velas siempre encendidas y flores siempre frescas, alguien ha puesto un cartel que dice:
-Me bajo en Atocha. Yo me quedo en Madrid.
A las seis de la tarde, ha votado el 63% del censo. Eso significa un incremento de 7,6 puntos sobre las elecciones de 2000. Cataluña es la comunidad autónoma que registra mayor aumento.
Daniel Ramírez, el marido de la víctima Beatriz García Fernández, decide no cumplir el deseo de su mujer. La mujer, de 27 años, le había advertido que si intentaba votar le rompería el sobre con los votos. Beatriz no quería que nadie de su familia votara. No tenía demasiada confianza en los políticos después de que hubieran desoído los gritos del no a la guerra. Para ella, lo único importante era la familia. Beatriz y Daniel se habían casado un año antes. En las fotos de la boda hay un fondo de pancartas contra la invasión de Irak. El viernes 12 tenía previsto reunir a toda la familia para celebrar que hacía 10 años que se conocieron ella y Daniel. Al final, toda la familia menos ella acudió el viernes al Ifema. Decidieron no hacerle caso y votar el domingo.
-Se lo debíamos a ella.
Alberto Ruiz Gallardón dedica la mañana a descansar, después de depositar su voto. No llama a Génova. Tiene ya los contactos cerrados en varios medios de comunicación para conocer a mediodía los datos que adelantan las encuestas que están en marcha, las conocidas como israelitas. Los datos que recibe a partir de las dos menos cuarto son concluyentes, el PP pierde las elecciones.
La hermana del hombre que camina sin rumbo por el parque del Retiro está viva. Ella también ha sufrido un proceso similar, lo que los médicos llaman "estrechamiento de la conciencia". También estuvo deambulando por las calles de Madrid. Sin objetivo, sin dirección aparente. Horas trágicas para una madre que estuvo buscando a sus dos hijos, que visitó el Ifema temiéndose lo peor. El domingo, ambos hermanos se encuentran por fin, ilesos. Sin otra herida que un agujero en la memoria.
Unos minutos antes de las ocho, llega a la puerta de la sede de la calle Ferraz una simpatizante del PSOE. Se llama Rocío Muñoz y dice que ha leído en el periódico la historia de una de las víctimas, Álvaro Carrión Franco, que hoy tendría que haber cumplido 18 años. Rocío Muñoz se ha emocionado con unas palabras de Diego, el hermano del chaval fallecido:
-Era un cacho de pan, tenía un corazón enorme. El domingo iba a votar por primera vez, le hacía muchísima ilusión. Iba a votar a IU, como yo.
Dice Rocío que, a pesar de lo socialista que es ella, ha estado a punto de votar por IU en su recuerdo. A muchos kilómetros de aquí, en Bruselas, una joven llamada Ana Parrilla no sólo lo ha pensado:
-El triste destino de este chico me conmovió especialmente y la declaración del hermano mayor se me quedó grabada. Este testimonio hizo que me decidiese a votar a Izquierda Unida, a modo de homenaje. Y supongo que no habré sido la única.
La noche electoral discurre a gran velocidad. A las nueve de la noche, las cifras, porcentajes y estimaciones de escaños empiezan a inundar de números las pantallas de los ordenadores conectados con el Ministerio del Interior. Los primeros datos confirman las tendencias apuntadas por las encuestas realizadas a pie de urna, salvo en un detalle. La victoria socialista parece más amplia de lo que esos sondeos apuntaban. En las filas populares esperan algún tipo de remontada a partir del 22% del voto escrutado, pero ese repunte es tan modesto que cunde el pesimismo. Cada nueva aportación de datos es un mazazo para la hueste de Rajoy.
Las cifras llegan también a la pantalla instalada en la biblioteca de La Moncloa. Aznar habla un momento con Rajoy. El presidente del Gobierno decide que ha llegado el momento de desplazarse a la sede del partido, desde donde Gabriel Elorriaga, el jefe de la campaña del PP, llama a José Blanco para felicitarle y acordar el turno de intervenciones ante los medios de comunicación. A las 22.10, José Blanco, secretario de Organización del PSOE, anuncia con una sonrisa la victoria socialista. Ya en Génova, José María Aznar pide a Rato y a Ruiz Gallardón que respalden a Rajoy en la noche de su derrota.
Nadie en el PP parece desear un alargamiento ficticio de la noche. A las 22.45, Rajoy reconoce públicamente que el Partido Popular ha perdido las elecciones.
-Acabo de llamar al secretario general del PSOE, el señor Rodríguez Zapatero, para felicitarle por su victoria electoral.
En Ferraz, el recuerdo del atentado impide que la alegría se dispare. La gente grita en la calle:
-¡No estamos todos, faltan 200!
A eso de las once, Zapatero comparece, pide un minuto de silencio por las víctimas y luego anuncia:
-Os aseguro que el poder no me cambiará.
Los que abarrotan la calle le responden:
-¡No-nos-fa-lles!
Madrid tardará tiempo en borrar la huella del atentado. Las noticias contrastadas circulan a veces mezcladas con bulos o invenciones. Relatos de víctimas, testigos, vidas rotas, familias despedazadas, héroes anónimos, gente que no subió al tren en el último momento... Una de esas historias es amplificada en Huesca por un psicólogo de Madrid. Durante una conferencia, el psicólogo cuenta la historia de una mujer que la misma mañana de los atentados iba a tomar uno de los trenes en Alcalá. Un hombre de aspecto árabe, elegantemente vestido, la agarra de un brazo y le dice:
-No suba a ese tren. Lleva una bomba.
Al oír el rumor en boca del psicólogo, alguien que está presente llama a la policía. Los agentes se personan allí e interrogan al conferenciante, que no consigue ofrecer los datos suficientes para localizar a la protagonista de una historia que seguramente nunca sucedió.
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