Ellos las prefieren blancas
Blanquearse, desteñirse, es la obsesión que persigue a millones de africanas que diariamente se untan productos abrasivos en la piel para ser un poco menos negras, para subir en el escalafón social y lograr el objetivo final: volverse más deseables y gustar y gustarse más. En la carrera hacia el triunfo social pierden la melanina y contraen enfermedades cutáneas que van desde quemaduras, estrías, acné, alergias, hasta el cáncer de piel. Un fenómeno que recorre gran parte de África y que algunos estudiosos llaman ya "el trauma poscolonial".
Se trata de una práctica antigua -comenzó a finales de los sesenta-, pero las cifras no dejan de crecer, hasta alcanzar en los últimos años niveles alarmantes. Hoy, el 67% de las mujeres senegalesas despigmenta su piel. En Togo lo hace el 58% de ellas, y en Malí, el 25%. Los iconos de belleza occidentales no conocen fronteras e inundan las pantallas de televisión de las aldeas más remotas del África más profunda. Ellos y ellas se dejan seducir por la blancura televisiva y se destrozan el cuerpo (sobre todo ellas) con tal de clarearse. La cara, la espalda, el pecho, el codo, los pies, las axilas. Cualquier centímetro de piel es susceptible de despigmentarse y, por tanto, de volverse un poco menos oscuro.
El uso de cremas para despigmentar es el primer motivo de hospitalización dermatológica en Senegal; de las ingresadas, la mitad tiene lesiones irreversibles
Muchas lo tienen claro: "Ellos las prefieren blancas", asegura una adolescente senegalesa, preguntada por los motivos que le llevan a autolesionarse. El desconocimiento sobre los efectos nocivos de estos productos se encarga del resto. La mayoría de estas mujeres ignora que el uso de cremas para despigmentar es el primer motivo de hospitalización derma-tológica en Senegal y que, de las ingresadas, la mitad tiene lesiones irreversibles. Tampoco saben que al despigmentarse eliminan progresivamente la melanina de su piel, acaban con el sistema inmunitario y dejan sus cuerpos indefensos frente al sol africano.
El 'khessal de las pobres'
Khessal es el nombre genérico que reciben estos productos en algunos países. Piel Clara o Cleartone son algunos de los nombres con los que se comercializan estas cremas, de las que hay hasta 117 marcas en el mercado. Cuestan entre uno y 12 euros y se venden en casi cualquier tienda de barrio de cientos de ciudades. Se aplican dos veces al día y lo ideal es embadurnarse todo el cuerpo para igualar la decoloración. Todo un presupuesto para países como Senegal, donde el 68% de la población vive con menos de dos euros al día. Por eso, la mayoría de las usuarias se decantan por el llamado khessal de las pobres, un sucedáneo del original fabricado con ungüentos elaborados por curanderos y mezclados con detergentes y todo tipo de lo que ellas llaman "decapantes", incluidos la lejía y ácidos.
Las cremas que se venden en las perfumerías contienen corticoides e hidroquinona (en una proporción mucho mayor del 10% permitido en Senegal y del 4% legal en España), y algunas, también sales de mercurio, y se fabrican en su mayoría en Europa, Estados Unidos, Nigeria y Suráfrica. Los efectos secundarios del uso y abuso de estos productos son devastadores. "Lo más frecuente es que aparezcan manchas negras hiperpigmentadas y endurecidas en la espalda o en la cara, que son irreversibles, y también nacen estrías en zonas en las que normalmente no se dan, como en la cara o en los brazos. Pero el mayor peligro es el de las infecciones o incluso el cáncer de piel, relativamente frecuente en Europa, pero muy raro en África, donde la piel, negra, tiene mucha más protección natural", explica el doctor Bassirou Ndiaye, dermatólogo y miembro de la Asociación Internacional de Información sobre la Despigmentación Artificial (AIIDA en sus siglas en francés), con sede en Senegal, Francia y Malí, y entre cuyos objetivos prioritarios figura que la Organización Mundial de la Salud pase a considerar el uso del khessal un problema de salud.
Pero las consumidoras parecen hacer oídos sordos a estos peligros, sobre todo cuando se trata de celebrar grandes acontecimientos como bodas o bautizos. Es entonces cuando hay que brillar más que nunca, y en el caso de los bautizos cuando más peligroso resulta, ya que es en el embarazo, cuando la mujer se prepara para la gran fiesta del bautismo en la que ha de ser la protagonista y lucir despampanante, cuando más se aplican estas cremas. "El problema es que la gestación es el peor momento para decolorarse, porque la piel se vuelve débil y luego es muy difícil coser en el caso de cesáreas. Además hay casos en los que los corticoides se infiltran hasta la placenta y dañan de manera irreversible al bebé", explica Ndiaye.
Una de las medidas que defienden los médicos es la prohibición de la importación de estas cremas, medida adoptada por algunos países, entre ellos Gambia, donde la prohibición, implantada en 1995, ha surtido cierto efecto. Pero médicos y activistas saben que se trata de una medida necesaria, pero no suficiente. Saben que hasta que no cambien los modelos de belleza y crezca la autoaceptación hay poco que hacer.
En un café de Banjul, un adinerado hombre de negocios que ronda los 70 años comparte mesa y mantel con una joven gambiana blanqueada (es fácil reconocerlas por los berretes que asoman en los talones o por la concentración de pigmentación en las articulaciones. Además, mezcladas con el sudor, las cremas desprenden un olor fétido). Les acompaña otra joven, también con la piel aclarada artificialmente. La escena se repite en cafés, mercados y tiendas de la capital gambiana. La élite económica y política del país es adicta a las cremas decolorantes, y algunos expertos defienden que hasta que esto no cambie, seguirá habiendo un ejército de gambianas que acudan al mercado clandestino a comprar las cremas. En Suráfrica, el khessal está prohibido desde 1992, pero es fácil hacerse con él, y en la República Democrática del Congo está disponible en cualquier colmado.
Las nuevas generaciones se dividen entre los detractores y los defensores del khessal. "Vosotros los hombres, ¿por qué tenéis debilidad por las mujeres de piel clara?", escribe una joven senegaleses bajo el seudónimo de Love en un chat. Bajo el título "¿por qué los hombres prefieren a las mujeres blancas?", las respuestas se agolpan en un chatroom de la Red. "Puede que el hecho de ser más claras no sea suficiente, pero está claro que las más blancas son las más solicitadas, le responde a Love un internauta del norte de Senegal. Otras no entienden por qué la decoloración ha de ser un problema y argumentan que a las blancas también les gusta cambiar de color y por eso se tuestan al sol.
Objetivo: estar más guapa
El deseo de complacer a sus maridos es otra de las respuestas que más se escuchan entre las consumidoras. "Lo que la mujer senegalesa haga para contentar a su marido es incontestable", asegura convencida una mujer de mediana edad en Dakar. "No creo que sea malo utilizarlo, porque el objetivo es estar más guapa. Yo lo utilizo lo justo para mantener mi color, porque no soy demasiado negra", afirma Rama Cissokho a un periódico popular senegalés.
Entre las detractoras están las devotas musulmanas, que tienen claro que tratar de cambiar el color de la piel sería lo mismo que poner en duda la creación de Alá. Y junto a ellas, los defensores de la negritud, que de la mano de los afroamericanos luchan por defender la piel de ébano.
Radio, televisión y escuelas para concienciar
UN CHISTE SENEGALÉS dice así: "¿Qué haces?, le pregunta una joven a su amigo. Cazo moscas, le responde él. ¿Y has matado alguna? Sí, tres machos y dos mujeres. ¿Cómo sabes de qué sexo son?, pregunta ella. Tres estaban en una taza de té y dos en mi bote de khessal, explica el cazador". Los senegaleses hablan del gusto de las mujeres por el khessal con la misma ligereza con que critican su afición por las telenovelas o su debilidad por la ropa. La concienciación acerca de la gravedad de los problemas de la despigmentación es todavía muy incipiente, a pesar de las campañas en las escuelas, en televisión y en la radio dirigidas sobre todo a los jóvenes. "La nueva generación empieza a comprender que usar el khessal es muy peligroso, pero todavía falta mucho", dice el doctor Ndiaye.
Una generación que en cuanto puede emigra a Europa o EE UU en busca de una vida mejor. Y emigran con el khessal a cuestas. Es frecuente ver a mujeres negras blanqueadas en París, Londres, Milán o Madrid, y es posible encontrar cremas de despigmentación en las peluquerías africanas de estas ciudades. "Llevo dos años usándolo y ahora mira cómo me han quedado las manos", se queja Ida (nombre ficticio), una joven senegalesa que ahora vive en Madrid y que enseña sus manos y su espalda, a manchas por el efecto de las cremas. "Ahora sólo espero que alguien me diga cómo me lo puedo quitar; al parecer, ni siquiera la cirugía funciona", se lamenta.
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