'El arte de la amistad
Es más habitual en el cine. Rodar un remake de una película de éxito, o tomar la idea central de un filme para hacer una nueva versión. En teatro es más infrecuente, aunque en los últimos años abundan las producciones basadas en precedentes tomados del cine. Por eso resulta un tanto insólito que una compañía argentina recree las líneas básicas de un montaje de éxito, que en España montó Josep María Flotats, muy bien acompañado en la interpretación por Josep María Pou y Carlos Hipólito, en un montaje que aquí no pudimos ver en nombre de uno de los muchos misterios programáticos de nuestro primer coliseo. A cambio, el Olympia acoge durante muchas funciones un en parte nuevo montaje de este afamado texto de Yasmina Reza, escritora también de novelas y guiones de cine, que ha obtenido con esta obra el triunfo de su joven carrera.
Art
De Yasmina Reza, en versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino Intérpretes, Ricardo Darín, Oscar Martínez, Germán Palacios. Recreación de iluminación, Juan Carlos Londero. Recreación escenográfica, Adriana Maestri. Música, Gary Yershon. Dirección, Luis Romero. Teatro Olympia. Valencia.
El secreto de ese éxito queda al descubierto ya en las primeras escenas. La autora construye un texto de tintes casi shakespeareanos (con una triada de personajes distintos, bien dibujados, y complementarios), a partir de elementos apegados a la vida cotidiana, en el que, curiosamente, asoman alguna que otra vez contrapuntos próximos a la rapidez de la escritura de Cortázar. Se habla aquí de lo de siempre a partir de una situación inicial de apariencia novedosa: un médico acomodado adquiere por una suma importante un cuadro bastante particular, lo que modificará sus relaciones con sus dos mejores amigos. Bien entendido que el pretexto de esa desconcertante compra es sólo la excusa donde se proyectará la historia de una relación, a la manera de un cierto espejo que no refleja sino lo que cada uno quiere ver (metáfora perfecta de la amistad), y acaso también una broma sobre los fiascos de cierto arte de vanguardia.
Y es ahí donde la obra adquiere todo su vuelo, en una oscilación constante entre los detalles de la vida cotidiana y una realidad más oscura que los alimenta. Un conflicto que aparece soterrado pero que, al verbalizarlo en una corriente de acontecimientos como en espiral, propicia el lucimiento de unos actores siempre en escena, que intercambian observaciones como latigazos hasta ir desvelando las razones últimas de una crisis de amistad a la que llegan por el camino del arte... de la palabra. Y de sus consecuencias. Todo con una dirección muy limpia de Luis Romero, que acierta en llevar de la mano a un trío de actores que saben cómo estar, cómo decir, y cómo servir a un texto sembrado de buenas trampas. Y de mucho humor.
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