Las humedades confinadas
No vamos a descubrir ahora la enorme potencia verbal de García Lorca, que se afina con el breve tiempo que le tocó vivir hasta desdeñar sus orígenes agrarios para elaborar algunas de las metáforas mayores de la literatura en castellano. Una condensación de esa asombrosa capacidad verbal para juntar palabras que en principio se repelen (uno de los juegos favoritos de surrealistas de menor fortuna), se encuentra en esta obra, El Público, que supone también un testimonio y un encontronazo con el teatro que se hacía en España en el primer tercio del siglo pasado.
Pero no sólo el autor ajusta aquí sus cuentas más o menos particulares con el hecho teatral, y con su veracidad, al hilo de la puesta en escena de un pasaje de Shakespeare, que no por casualidad es de Romeo y Julieta en su vinculación con la muerte. También Atalaya reconstruye su particular historia del teatro, mediante un juego (asombroso muchas veces) de impostaciones deliberadas en el que lo mismo aparece la tragedia griega que la comedia del arte, los atributos de la magia o la alegría de la farsa, en un propósito escénico de mucha fuerza en el que predominan los procesos deudores de la gran época del expresionismo alemán. Todo ello no oscurece para nada el secreto íntimo, y a veces inalcanzable, del texto de Lorca, sino que lo arropa como si se tratara de un niño de pecho al que hay que alentarle para que se atreva al fin a abrir los ojos. Lo hace.
El Público
De Federico García Lorca, por Atalaya, de Sevilla. Intérpretes, Jerónimo Arenal, Joaquín Galán, María Martínez de Tejada, Silvia Garzón, Aurora Casado, Manolo Asensio, Juanlu Corrientes, Juan Rivadeneyra, Cynthia Luque, Charo Sojo. Iluminación, Miguel Franco. Vestuario, Carmen de Giles. Música, Inmaculada Almendral. Coros, Esperanza Abad. Máscaras, Rocío de la Calle, Fau Nadal. Escenografía y dirección, Ricardo Iniesta. Teatro Rialto.
Los recursos de Atalaya son numerosos y de mucha habilidad, ya que aprovechan el grandioso texto del poeta para llevar a cabo su propio recorrido por los secretos de la puesta en escena. Todo en un trabajo muy bien trabado, que derrocha creatividad, y en el que se adivina un ahora infrecuente aliento colectivo que el director ordena mediante una divertida severidad. Un espectáculo brillante, inquietante a medida que se aproxima a un final anunciado, que es preciso ver más de una vez.
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