Llamada de Washington: “Ha sido Al Qaeda”
La sospecha de que ETA no es la autora del atentado empieza a extenderse a primera hora
Un policía local, de nombre Jacobo Barrero, acaba de encontrar una bomba sin explotar en la estación de El Pozo. Está escondida en una mochila negra, debajo de un asiento del tren atacado, junto a una ventanilla. De una fiambrera naranja salen dos cables, uno negro y otro rojo, que llegan hasta un teléfono móvil con pinta de armatoste. Jacobo se imagina que si la bomba no ha estallado ya, no tiene por qué hacerlo ahora. La coge con cuidado, la saca del tren y la coloca detrás de una papelera, lejos de los heridos por las bombas que sí han estallado. Llegan los artificieros, llamados Tedax. Uno de ellos, el más veterano, curtido en Angola y en El Congo, se acerca, la observa, y decide colocarle un cebador para que estalle.
El Anatómico Forense no sirve: no tiene capacidad para más de 40 cadáveres
Aznar a Zapatero: "Espero que no haya dudas de que ha sido un atentado"
"Es que no ha sido ETA", le dicen los policías al testigo camino de la comisaría
Rodríguez Zapatero: "Si el Gobierno dice que es ETA, estamos con el Gobierno"
Desde el interior de las bolsas de basura con enseres de las víctimas suenan los móviles
La bomba estalla con gran estruendo.
El policía olfatea el ambiente. Un artificiero guarda en su memoria todos los olores que puede llevar la muerte según el explosivo que la inspire. Y esta mañana, en la estación de El Pozo, el aire acaba de quedar impregnado de un olor picante, intenso. No puede tratarse de cloratita, cuyo olor se parece a las pastillas de potasio para aclarar la garganta; ni a titadyne del que posee ETA, robado en Francia y gastado hasta el punto de que no huele más que a humo. El aire tampoco huele a amoniaco, y por tanto no es amonal. La bomba, piensa el artificiero, está compuesta por dinamita, una sustancia gelatinosa, parecida a la plastilina. Por eso el aire desprende esa sensación picante.
La policía ya tiene la primera pista.
En el vestíbulo del Ministerio de Agricultura, frente a la estación de Atocha, se reúnen el delegado del Gobierno, Javier Ansuátegui; el juez decano de Madrid, José Luis Armengol; el ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, y Pedro Calvo, concejal de Seguridad. Improvisan un gabinete de crisis. Se decide que sea el teléfono de urgencias de la Comunidad de Madrid, el 112, el que atienda las llamadas de los familiares de las víctimas.
Y deciden también otra prioridad.
-Madrid está a Nivel 3.
Eso quiere decir que todos los servicios, incluida la policía municipal, quedan a las órdenes del Cuerpo Nacional de Policía.
Las emisoras de radio difunden que las llamadas se centralicen en el 112 y piden además a los madrileños que dejen las calles libres en la zona de los atentados. En los veinte minutos siguientes a la explosión se reciben 200 llamadas de angustia en el 112. Y el tráfico en Atocha se reduce hasta el punto de que las ambulancias llegan y se marchan sin apenas dificultad.
En el Palacio de la Moncloa, el presidente Aznar está reunido con los ministros Rodrigo Rato, que acaba de llegar de Atocha, Javier Arenas y Eduardo Zaplana. También asisten a la reunión los secretarios de Estado Alfredo Timmermans y Javier Zarzalejos junto a Jorge Dezcallar, director del Centro Nacional de Inteligencia. Al rato de empezar la reunión se incorpora Ángel Acebes, que viene de su ministerio -en el Paseo de la Castellana, 5- donde ha mantenido contactos con los mandos policiales y también con Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre.
En Atocha, hasta las autoridades tienen dificultad para comunicarse por teléfono. La red de telefonía móvil no puede sostener el número de llamadas que se están manteniendo en ese momento. Deciden utilizar las radios de la policía. El Samur consigue evacuar en hora y media a todos los heridos graves y trasladarlos a 13 hospitales. El que más víctimas recibe es el Gregorio Marañón.
Es mediodía. Los familiares esperan angustiados que alguno de los médicos nombre a su ser querido. Las listas son interminables. Se leen una y otra vez y luego se abre un mostrador bajo un cartel que pone:
-Familiares que no están en las listas.
La gente se agolpa para facilitar cualquier dato que ayude a encontrar a esa persona querida de la que todavía no tienen noticias. Cualquier cosa vale: un piercing, un antojo, un arete en la oreja...; una operación de apendicitis, un diente de oro. El actor Jorge Sanz atraviesa con paso rápido el pasillo, baja las escaleras y se detiene ante el mostrador recién inaugurado. Tiene el rostro desencajado. Da sus datos y se va.
Ya se sabe que el número de muertos es muy alto. Se habla de más de 70. La cifra aumenta tras cada llamada. Hay muchas personas que han muerto, y otras muchas -ese número multiplicado por cuatro, por cinco, por seis...- que sospechan que alguien suyo puede estar entre los hierros del tren.
La magnitud de la tragedia parece inabordable. Alberto Ruiz-Gallardón intenta achicar el drama desde la sede del Ministerio del Interior coordinando toda la actuación relacionada con las víctimas. Consulta con Carmen Baladía, directora del Instituto Anatómico Forense, que ha conocido las primeras noticias por la radio. Al principio cree que el Instituto puede hacerse cargo de la situación, siempre que se habilite el salón de actos de la facultad de Medicina. Pero muy pronto se da cuenta de que el Instituto sólo puede albergar a unos 40 cadáveres.
La respuesta tiene que ser rápida. Pedro Calvo piensa en uno de los pabellones que alberga la Sociedad de las Naciones en la Casa de Campo. Envía una patrulla para comprobar en qué estado se encuentra. Está libre, pero es pequeño. Piensa entonces en los pabellones del Ifema, cercanos al aeropuerto de Barajas. Localiza a Fermín Lucas, director gerente del Ifema: hay que montar una morgue inmensa en menos de dos horas. Fermín Lucas se las arregla para que el pabellón 6, el único de los diez del recinto ferial que se encuentra libre, esté listo en una hora. Se instalan 20 mesas, 234 sillas, 34 módulos de sillones, así como las líneas telefónicas, de electricidad y tomas de agua necesarias. Para atender a los familiares, se emplean 1.200 sillas, 200 mesas y 70 sofás, que se sacan de las salas de convenciones. Carmen Baladía recoge guantes, mascarillas, bisturí, pinzas, hilo para coser, material de radiología y se marcha al pabellón seis. A lo largo de los siguientes horas se incorporan un total de 60 forenses.
José María Aznar llama a Zapatero. Es la primera vez que se produce una comunicación entre ambos desde el verano. De un tiempo a esta parte, Aznar sólo llama a Zapatero cuando se produce un atentado. La primera frase de Aznar es cortante.
-Espero que no haya dudas de que es un atentado.
Aznar pronuncia enseguida la palabra ETA como presunta autora de la matanza y anuncia la convocatoria de una manifestación para el viernes. El convocante es el Gobierno, no los partidos políticos.
La Moncloa inicia una intensa labor informativa. Es Aznar quien personalmente llama a algunos directores de periódicos españoles. Las conversaciones son muy breves y en todos los casos hay una frase que suena a estribillo.
-Y no tengas dudas de que ha sido ETA.
Javier Arenas, vicepresidente segundo del Gobierno, telefonea al líder de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares. Mantienen una conversación muy seca, que apenas dura un minuto.
-La manifestación será mañana a las siete. Espero que estéis allí.
-Allí estaremos.
De forma paralela, una funcionaria de Moncloa llama a los periodistas extranjeros destinados en Madrid. También les insiste en la autoría de ETA. Un corresponsal le pide las razones de esta conclusión. Y la funcionaria, que obedece órdenes, responde que son cuatro las razones. Una: porque utilizan los mismos explosivos, una mezcla con dinamita de la marca Titadyne. Dos: porque los terroristas están ansiosos por cometer un atentado en Madrid. Tres: porque ETA siempre tarda unas semanas en reconocer la autoría del atentado. Y cuatro: porque el modus operandi responde al operativo preparado para la noche de Navidad cuando ETA pretendió cargar de explosivos un tren que se dirigía de Irún a Madrid. Tenían el objetivo de hacer estallar las bombas en la estación de Chamartín. La secretaria termina su llamada con una frase que siempre es la misma:
-Podéis decir que esta información procede de "fuentes de la Moncloa".
Siguen llegando familiares al hospital Gregorio Marañón. Quieren saber. Hay que informarles. Pero ¿dónde están las víctimas? Nadie ha tenido tiempo para hacer un registro, para anotar el lugar donde han sido enviadas. Menos mal que una enfermera les escribió con un rotulador su nombre en la piel. Se decide urgentemente montar un equipo de voluntarios para recorrer todo el hospital buscando a los heridos que han sido internados: se apuntan estudiantes, enfermeros, celadores. Siempre hay alguien disponible. Se concentra a los familiares en el aula magna para ordenar el caos.
Ángel Acebes comparece en el Ministerio del Interior a las 13.30. Anuncia la cifra de 173 muertos y 600 heridos y expresa su creencia de que ETA es la autora del atentado. Califica de "absolutamente intolerable cualquier intoxicación por parte de miserables". Se refiere a lo dicho por Otegi unas horas antes.
Acebes no anuncia que la policía tiene un testigo.
Pero lo hay. Alguien que dice haber visto a los hombres que se bajaron de la furgoneta. No queda tiempo que perder. Dos funcionarios, de paisano, lo introducen en un vehículo de los llamados K (camuflados) y lo sacan del barrio de la estación para interrogarlo. El testigo cree que lo llevan a la comisaría de Alcalá de Henares. Se sorprende cuando los policías, que van escuchando la radio, enfilan la carretera de Madrid.
Apenas intercambian palabras. Sólo hay un momento en que el testigo, preso de gran nerviosismo, arremete contra el jefe de Batasuna, Arnaldo Otegi, quien niega que sea la banda terrorista ETA la autora del atentado.
-¡Y este impresentable dice encima que no ha sido ETA!
El testigo se queda helado cuando escucha la respuesta de uno de los agentes.
-Es que no ha sido ETA.
En el coche de la policía sigue puesta la radio. En el siguiente informativo se escucha la voz de Acebes asegurando que es ETA.
Uno de los policías comenta en voz alta:
-¡Y éste todavía sigue con que es ETA!
No hablan más hasta que llegan a la comisaría de la calle de Tacona, en el barrio de Moratalaz, cuartel de las unidades antidisturbios.
Zapatero sólo dispone de tiempo para escuchar durante unos minutos la intervención de Acebes. A las 13.45 se presenta ya ante los periodistas. Zapatero no se aparta un milímetro de la tesis oficial:
-Estamos ante el atentado más horrendo de ETA.
Luego ofrece un mensaje de unidad de las fuerzas políticas.
-Me dirijo al Gobierno y a las fuerzas políticas para decirles que éste es, más que nunca, el momento de la unidad democrática frente al terrorismo. Los terroristas tienen que saber que sus crímenes son tan atroces como inútiles.
Tres cuartos de hora después, a las 14.30, es el momento de Aznar. Su primera frase es contundente:
-El 11 de marzo de 2004 ocupa ya su lugar en la historia de la infamia.
Aznar hace una referencia a las víctimas, comunica que se han decretado tres días de luto nacional y anuncia la convocatoria de una manifestación bajo el lema "Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo". Califica a los terroristas de asesinos y fanáticos y habla de "la banda terrorista". Pero en ningún momento pronuncia la palabra ETA:
-Somos una gran nación cuya soberanía reside en todos los españoles. Quien decide es el pueblo español. Nunca permitiremos que una minoría de fanáticos nos imponga nuestras decisiones sobre nuestro futuro.
Los asesores de Zapatero escuchan atentamente las palabras de Aznar desde una televisión en la sede de Ferraz. Les choca que no pronuncie la palabra ETA. Se lo comentan a Zapatero. Y él responde:
-Si el Gobierno dice que es ETA, estamos con el Gobierno.
En esos momentos, una furgoneta Renault Kangoo con un cartucho de dinamita y siete detonadores, ropa diversa y una cinta de casete con versículos del Corán está ya depositada en las instalaciones que tiene la Policía en Canillas a disposición de la Policía Científica.
También está en camino un testigo.
Los investigadores que trabajan sobre el terreno no contemplan la hipótesis de ETA. Y en un departamento de la Policía de Canillas tienen preparadas tres fotografías de extranjeros para mostrárselas. Todas las preguntas de los investigadores encaminadas a una descripción de los terroristas hacen siempre hincapié en su aspecto extranjero.
A las tres de la tarde del jueves ya hay almacenadas 200 bolsas de basura verdes y negras con enseres personales de las víctimas. Desde el interior de las bolsas siguen sonando los teléfonos móviles. Seguramente no son números desconocidos los que llaman. En una de las bolsas aparece el estuche de los lápices de una niña pequeña.
Miguel Sebastián, uno de los hombres fuertes de Zapatero en materia económica, llega a Madrid procedente de Las Palmas, donde ha celebrado una de sus últimas intervenciones de la campaña electoral. Miguel Sebastián se dirige a su domicilio. Sabe que la campaña se ha suspendido ya definitivamente. Al poco de llegar recibe una llamada desde Washington. Es un antiguo compañero de Universidad, un colega que trabaja en el mundo de las finanzas con buenas conexiones en la Casa Blanca. El interlocutor le quiere hacer llegar un comentario acerca del atentado:
-Miguel. Es Al Qaeda.
-¿Es fidedigna esta información?.
-Al noventa y nueve por cien.
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