ÁNGEL PARDILLOS CHECA / "Cuñado, este año me jubilo"
Ángel, de 62 años, funcionario del Banco de España, estaba eufórico el verano pasado en la boda de su hija Pili. Ese día bailó con todo el mundo, fumó puros, rió, estuvo hasta las tantas con sus amigos y familiares. Su ilusión era, una vez jubilado, pasar más tiempo en su pueblo, Manchones (Zaragoza), y desconectarse allí del mundo con su mujer, Juani. Descansar, cazar, pescar, hacer chapuzas en la casa, dejar de madrugar, jugar al julepe y a la subasta. Del pueblo siempre traía vino para sus amigos "y un acento maño que ponía a propósito", recuerdan sus hijos, Fermín y Miguel Ángel. Pero a Ángel aún le quedaban unos meses para jubilarse y poder dedicarse a escuchar las canciones de Antonio Machín, de Rocío Jurado y de Isabel Pantoja que su hijo Fermín le bajaba de Internet. Así que cogía todos los días el tren en la estación de Santa Eugenia. A veces se quedaba dormido y se pasaba de parada. Las tardes las dedicaba a sus tres nietos. No se perdía ninguno de sus partidos de fútbol, les acompañaba a clases de informática, a los entrenamientos. "Mi padre era muy cariñoso, pero con un pronto de mal genio, muy cabezón", cuentan sus hijos. Ángel, siempre pendiente de sus hijos. "Vamos, hay que salir para adelante", les decía cuando había alguna crisis familiar.
La noche anterior al atentado, Miguel Ángel le pidió a su padre que, por favor, a las ocho de la mañana del 11 de marzo le llamase al móvil porque no quería quedarse dormido. Pero el teléfono nunca sonó. Sus restos fueron identificados porque llevaba puesto el reloj que el Banco de España regala a sus empleados tras 30 años de servicios. El reloj aún funciona.-
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