Gente anónima inspirada
Si por fin -ya veremos- ha funcionado bien mi espionaje industrial, debo dar por hecho que, en algún momento de su columna, mi compañero de sección hablará hoy de esa tradición oral en la que genios anónimos hablan de la actualidad, pero cantando. Contar con este único pero casi seguro dato me ha llevado a pensar en paralelo a la columna de al lado, y me he puesto a recordar que Fernando Savater, al comentar un libro mío sobre los escritores que renuncian a escribir, me sugirió que pensara en un libro -complementario al mío- que trataría de ese inclasificable mundo de los textos que nadie escribe conscientemente, palabras que se fraguan solas, todas esas ocurrencias o textos geniales que escriben o cantan seres anónimos ignorando que tienen un gran talento.
Genios anónimos que no saben que lo son. Daba Savater algunos ejemplos para que le entendiera mejor y citaba un manual escolar que le habían regalado en una convención de maestros en Extremadura: una primera edición facsímile de Rayas, ilustrada de caligrafía y lectura, y editada en tiempos de la República. Allí había encontrado ejemplos didácticos de letra redondilla, pequeñas redacciones ingenuas, páginas que configuraban espontáneos poemas en prosa que en algunos casos evocaban misteriosamente a grandes poetas. ¿Puede suceder que un inocente y anónimo plumilla de provincias sea tan genial como, por poner un ejemplo cualquiera, el afamado García Lorca? Pues sí, puede ser perfectamente. Decía Savater que en esa revista encontró una composición anónima que le sorprendió: "El vino de la viña / la niña lava / la tela la llama / de la vela / dame tú la llave / una vela / de la nave / la lluvia de la / mañana".
A mí también me parece un inspirado poema, es escritura automática fabricada por un ser anónimo que seguramente no sabe que tiene talento surrealista. Podría, por cierto, pensarse lo mismo de la leyenda metafísica que encontró Savater en unas excavaciones en el Zócalo de la capital mexicana, pero, en este caso, la genialidad de ésta sólo fue el fruto de su lectura española de un cartel local que vetaba rotundamente aparcar a los camiones que transportaban los escombros: "Se prohíbe a los materialistas estacionarse en lo absoluto".
Llevo tiempo coleccionando textos de personas anónimas que no saben que dormita en ellas cierta genialidad. En un principio los coleccioné -frases sueltas, fragmentos con ocurrencias eminentes- con la intención de hacer algún día un libro, pero ya abandoné la idea de esa obra infinita. En cualquier caso, mientras preparaba este libro que no haré, di con más de un suculento texto de redactor ingenuo, de genio suelto y desconocido. Baste por hoy con algún botón de muestra de esa colección de ciudadanos inspirados. Un anuncio, por ejemplo (por no alejarnos del cartel del Zócalo), que vi no hace mucho en un solar vacío de Avellaneda, cerca de Buenos Aires: "Se reciben escombros".
Con destino a esa antología de genios anónimos que nunca escribiré (aunque sigo reuniendo notas como si fuera Joe Gould, aquel mendigo de Nueva York dedicado a escribir una historia oral de su tiempo, que comprendería millones de palabras de seres anónimos), he anotado hace un momento una frase de un amigo que me ha llamado después de ver cómo gente anónima inspirada votó y dio un vuelco a las elecciones del 14 de marzo: "El amor es un accidente de la atención". O esta otra, que me dijo ayer una amiga de Gràcia: "Yo, que vivo para hacer un favor al barrio". Genios anónimos, libro interminable. Invito al lector a seguir buscándolos. Puede que acabe encontrándose a sí mismo.
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