Esperando el contraataque en una ciudad fantasma
Las alarmas no ulularon en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. Pero casi nadie las habría oído al alba del 20 de marzo, que despuntó inusualmente callada, como con un nudo en la garganta. Los animados mercados estaban desiertos en la ciudad fantasma que despertaba en medio de su peor pesadilla.
La mayoría de los civiles de la capital kurda y de las grandes poblaciones del norte de Irak habían huido en desbandada hacia las montañas. Hacinados en remolques y camionetas, centenares de miles de kurdos intentaron ponerse a salvo de una amenaza que creían cierta: un ataque del Ejército de Sadam Husein con misiles con armas químicas o biológicas. Pesaba sobre todos ellos el recuerdo de la matanza de Halabja, la ciudad kurda cercana a la frontera con Irán, donde más de 5.000 civiles murieron asfixiados en un bombardeo con gas mostaza, en 1988.
Los habitantes del norte de Irak tenían razones de sobra para el miedo. El contundente ataque lanzado en 1991 por Sadam contra la rebelión kurda, que esperaba el avance de las tropas estadounidenses y británicas que habían expulsado de Kuwait a las fuerzas ocupantes, se saldó también con un baño de sangre y un éxodo de población civil kurda hacia el exilio en Irán o Turquía.
Los atemorizados ciudadanos acabaron regresando a sus casas al cabo de unos pocos días. El territorio del Kurdistán iraquí escapó finalmente a la guerra, donde los principales combates se libraron desde el cielo: toneladas de bombas lanzadas por la aviación estadounidense machacaron las bases de las tropas de Sadam mientras las fuerzas terrestres de EE UU avanzaban hacia Bagdad.
Cuando la capital iraquí fue tomada, todo el frente norte cayó como una fruta madura. Peshmergas (milicianos kurdos) y paracaidistas norteamericanos avanzaron hacia los pozos de petróleo de Kirkuk y Mosul mientras los palacios de Tikrit, el feudo familiar de Sadam, eran saqueados con regocijo por los iraquíes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.