Diario de lecturas
MARZO
DOMINGO 7
Mañana debo viajar a Lyón para participar en una discusión sobre el escritor alemán W. G. Sebald que murió hace ya tres años y a quien conocí brevemente durante un congreso en Saint-Malo. Busco un libro para leer en el tren, algo breve y familiar. En el avión no me importa compartir la incomodidad del viaje con un desconocido y suelo llevar conmigo libros que no he leído antes para ver si puedo disfrutarlos a pesar del asiento estrecho, la mala comida y el aire irrespirable. Pero para el tren, mi forma de transporte preferida, sólo elijo la compañía de viejos amigos. Deslizo en mi bolsillo la edición de Francisco Rico del Lazarillo de Tormes.
Sebald explica que las víctimas no pueden ser consideradas sacrificios para obtener un fin; por el contrario, son tanto el medio como el fin
Dentro de unas semanas saldrá en España mi Diario de
Lecturas, donde trato de contar cómo los libros que leo comentan y me revelan el mundo que me rodea, y me pregunto cuál puede ser la justificación para escribir un libro así. El anónimo autor del Lazarillo me responde con su primera fase: "Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite".
Leí el Lazarillo por primera vez en el Colegio Nacional de Buenos Aires, hace ya ¡caramba! más de cuarenta años. En aquella primera lectura, Lázaro era para mí tan sólo el pícaro adolescente de los primeros episodios. Hoy aquél es también capaz de sentir lástima de otros "con pensar si padece lo que aquél le vi sufrir".
LUNES 8
Lyón parece una ciudad más severa, menos caótica que París o Madrid.
En el siglo primero después de Cristo, en Lyón, una dura ley exigía que, al cabo de un concurso literario, los perdedores borrasen con su propia lengua los textos presentados. Mi Lazarillo comenta: "Y a este propósito dice Plinio que 'no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena'; mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello, y así vemos cosas tenidas en poco de algunos que de otros no lo son".
Es así como justifico mi biblioteca.
MARTES 9
Anoche, durante el debate sobre Sebald, el traductor francés, Patrick Charbonneau, contó cómo trabajaba este iluminado creador de un nuevo género literario -combinación de ficción, crónica, documentos fotográficos y comentarios críticos- buscando minuciosamente detalles que luego distorsionaba para que el lector los sintiera más verdaderos. Sebald es, a mi parecer, uno de los pocos autores contemporáneos que pueden, sin ironía, ser llamados clásicos, quizá porque la vasta visión del mundo que sus libros nos proponen, cercana a la de Chateaubriand o Montaigne, se enriquece a cada nueva lectura.
Nota de estilo: Sebald usa siempre la primera persona, aun cuando narra la experiencia de otros ("dijo Juan, yo sé..." o aun "dijo Juan, recordó Pedro, yo sé...") obligando al lector a compartir su intimidad toda entera. Esta intimidad compartida es una de las delicias del Lazarillo: "Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parescióme no tomalle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona".
JUEVES 11
Enciendo la radio y escucho el horror de lo que ha ocurrido en Madrid. Llamo inmediatamente a varios amigos para saber si están bien. Nadie puede creer lo sucedido. Al estupor sucede el dolor, y enseguida la cólera. Es lo deliberado del acto que espanta y enfurece. Alguien ha tenido que imaginar, minuciosamente, con trabajo y paciencia, la muerte atroz de cientos de personas que sabe son inocentes. Reseñando un libro que contaba cómo la sangrienta Condesa Bartory interrumpía sus terribles sesiones de tortura para cambiar su vestido empapado de sangre, Alejandra Pizarnik se preguntaba: "¿En qué pensaría durante esa breve interrupción?".
El mundo siempre fue de una violencia constante, como aprende Lázaro en su primera salida, cuando el mendigo ciego le estrella la cabeza contra el toro de piedra en el Puente de Salamanca. "Parescióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba", dice. Y naturalmente, venida la oportunidad, Lázaro le paga el ciego con la misma moneda, obligándole a darse de cabeza contra un poste de piedra. Si bien horrible y tal vez injustificada, la violencia del mundo del Lazarillo es mitigada porque puede ser correspondida y porque no resulta en la muerte de nadie. Podemos incluso reír de ella como reímos de los golpes de Polichinella, o de Tom y Jerry.
En cambio, la violencia del terrorismo no permite diálogo alguno, no convence a nadie con sus supuestos propósitos, no tiene otro objetivo que la destrucción. Su única propuesta es la que tanto indignó a Unamuno: "¡Viva la muerte!".
En la página 20 de su libro Luftkrieg und Literatur, Sebald explica que las víctimas civiles no pueden nunca ser consideradas sacrificios para obtener un fin determinado; por el contrario, en un sentido preciso, son tanto el medio como el fin. Son el resultado del prejuicio al estado puro, de la voluntad de no conocer al otro para poder odiarlo.
Dice Lázaro: "¡Cuántos deben de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!".
SÁBADO 13
Hoy cumplo 56 años, la edad a la que Jonathan Swift se preguntaba si podía aún, decorosamente, declarar su amor por su querido (y mucho más joven) Stella. Como Lázaro al final del libro, pienso que me ha llegado el momento de "tener descanso y ganar algo para la vejez".
Esta mañana, el cardenal Lustiger ha oficiado en Notre Dame de París una misa de homenaje a las víctimas de los atentados de Madrid. Su sermón concluyó con estas palabras: "No debemos pensar que esta tragedia es obra de la fatalidad, o de la política, o de la religión. Es obra tan sólo de la locura de los hombres. La locura de los hombres es la única culpable".
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