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VISTO / OÍDO
Columna
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Cómicos

Este cambio de régimen, o de democracia, o de lo que sea -ya veremos- se debe a las personas decididamente hartas; no estaban movilizadas por conjuras imaginarias, sino por un engaño permanente que en el último momento se hizo paroxismo paranoico -no se han tranquilizado: los psicólogos, los psiquiatras, deberían movilizarse hacia ellos, que sufren y se revuelven-, y ese engaño fue continuamente desvelado y denunciado por algunas personas: habría que poner en primer lugar a los cómicos, que dijeron "no" a la guerra. Salieron a la calle, izaron en la Puerta del Sol al más veterano de todos para leer la protesta, se manifestaron en sus Goya, que rememoraban a quien hizo la película de su tiempo con la punta seca, el primero que condenó la guerra cuando los grandes la consideraban como un honor.

Leo que teatros y cines han bajado de público estos días: por el luto. Es injusto. Muchos sabemos que el teatro y el cine forman parte de la cultura, y no del espectáculo -como aún creen en este periódico-, y la cultura se ha hecho cargo del desastre de antes de la guerra con una película de 33 directores; y que tendrá el apéndice y la respuesta popular con un corto que hará Diego Galán. Los cómicos, y los directores, y los autores, no son nada sin el público, que les debe mucho: entre otras cosas ponerles delante el espejo en que se han de mirar, y verse unas veces como héroes, otras como pueblo y a veces como esperpento. No se nos olvide que lo primero que hacen los tiranos y sus aprendices los demócratas de la autocracia -si vale esta expresión- es manipular el teatro hasta prohibirlo, como estuvo en la antigua España durante algún tiempo. Cuando no conviene verse en el espejo, se rompe el espejo.

Muchas de las obras de teatro y de las películas que se están pasando ahora aquí, hasta las americanas (cuya predominio fue otra ofensa a la cultura y a las gentes del teatro y el cine: vienen de la serie C, las de tercera, y llenan las televisiones), son elogios de la libertad, o llamamientos a ella. Pero cuando no fue tan posible, o no suficiente, los cómicos se quitaron la máscara de Arlequín o la botarga de Pantalón, salieron a cara descubierta y proyectaron su voz para avisarnos a todos de que el peligro estaba encima. Tenían razón. Ahora hay que ir a aplaudirles y darles las gracias: por despertarnos, una vez más. (Aunque algún crítico gruña y rezongue; pide perdón. Pero sigue con su papel en el tinglado de la antigua farsa).

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