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Columna
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Periodistas empotrados

Si muchos arquitectos mantuvieran que se puede edificar sin cimientos y lo hicieran; si numerosos médicos diagnosticaran y trataran apendicitis a sabiendas de que son tumores; si los mecánicos dieran por buenos frenos que les consta no funcionan... ocurrirían cosas graves y dejaríamos de confiar en los arquitectos, en los médicos y en los mecánicos dando igual si su trabajo fuera público o privado, lo mismo si parecieran directamente responsables que si resultaran inocentes pero consentidores de las malas prácticas ajenas.

Si tantos periodistas han mentido con conocimiento de causa en circunstancias tan dramáticas, o han permitido que se hiciera a su lado sin hacerse oír... ¿qué derecho tenemos, en conjunto, a seguir reclamando una credibilidad peligrosamente resquebrajada?

Electores y lectores son clientelas que pueden reaccionar igual. La del agonizante gobierno popular le ha retirado su confianza por mentir, y no sólo ahora, que lo ha hecho y mucho, sino por tantos otros engaños y manipulaciones. La clientela de los medios informativos acabará por no fiarse de los periodistas voceros del poder, porque cualquiera sabe exactamente qué manos y ordenadores han elaborado las grandes trolas y quiénes únicamente han sido incapaces de evitar que fueran escritas, editadas, ilustradas, impresas, difundidas, dichas y emitidas.

No estoy hablando de las columnas de opinión, ni de las líneas editoriales libremente (aunque a veces desvergonzadamente) elegidas por las empresas. Digo de las "noticias" que no lo son, o que son todo lo contrario. Por ejemplo, de quienes insistían en la autoría de ETA sabiendo que la policía sabía que no era cierto y que el gobierno estaba engañando a las cancillerías, a los servicios secretos extranjeros, a los corresponsales internacionales (que ellos sí, han protestado). Tampoco me refiero sólo a los medios públicos, cuyos trabajadores por fortuna se han rebelado ruidosamente, y ya hace tiempo venían denunciando oficialismos varios. Porque a ver: ¿por qué los hechos que cuenta TVE o TVV han de responder a la realidad y los de Antena 3 no necesariamente? ¿En qué libro pone que la redacción de El Mundo debe aplaudir a su entrevistadora estrella cuando entra ilegítimamente en campaña el día de reflexión? Nada de esto es tolerable si entendemos la información como servicio público esencial, y así se considera en la carta de derechos fundamentales de la Unión Europea, con independencia de quién componga cada Consejo de Administración. Un cambio de la propiedad de un despacho de abogados, ¿modifica las leyes a tener en cuenta, como si mudara de papel pintado?

Las organizaciones profesionales alegan que no se puede pedir heroicidades a los periodistas que se jugarían el puesto de trabajo ejerciendo la disidencia, la decencia. Y que la sociedad ha de encontrar la manera de blindar las libertades de información y expresión. Tienen razón. Pero eso no justifica que nos resignemos a este papel de empotrados que tantos han representado tan gustosamente, y que estoy segura volverían a jugar con cualquier otro nuevo gobierno que se lo reclamara o permitiera. El creciente encanallamiento del periodismo es una gangrena que no sólo apesta, sino que finalmente acabará con él y con quienes lo ejercemos: peor que el más malo de los cánceres, que un coche desbocado a 200 por hora, que los cascotes de una torre desplomada sobre nuestras cabezas.

Esto es lo que hay, colegas. ¿Qué pensamos hacer?

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