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Reportaje:CIENCIA FICCIÓN

Se busca continente perdido

UN EXTRAÑO MANUSCRITO, pacientemente grabado en tablillas, es descubierto por dos exploradores en una remota cueva de la isla de Gran Canaria. El texto narra los últimos días de un majestuoso Imperio, cuyos dominios se extienden por Egipto y América Central, de la mano de la azarosa odisea de Decaulion y su titánico y devastador enfrentamiento con la pérfida emperatriz Phorenice. El argumento corresponde a The Lost Continent. The Story of Atlantis (1899), de C. J. Cutcliffe Hyne, la obra más celebrada de cuantas narran la epopeya de la mítica Atlántida.

Tierra de paz y prosperidad, la mitológica Atlántida ha sido frecuentemente invocada por los paladines de lo irracional como cuna de la civilización moderna. Así, mayas, incas, sumerios, egipcios, chinos... deberían su existencia a los atlantes que, según estos historiadores de pacotilla, se extinguieron años ha en un cataclismo sin precedentes. A diferencia de otras fabulosas leyendas que jalonan los tiempos modernos, el mito atlante presenta orígenes bien definidos que se remontan a Platón y sus diálogos de Timeo. En ellos, Platón narra el auge y caída de una avanzada civilización que emergió en una isla más allá de los pilares de Hércules (esto es, el estrecho de Gibraltar). No se trata del Peñón, claro está (ni siquiera de la militarmente estratégica Perejil), sino de la mítica Atlántida, un presunto oasis de tierra en pleno océano Atlántico.

La historia, probablemente inventada por el propio Platón (según algunos críticos, inspirada en la espectacular erupción volcánica que diezmó la isla de Thera, en el Mediterráneo, hacia 1500 a. C) como contraposición a su modelo de ciudad ideal (la que describiría en La República), cayó en saco roto durante siglos. Pero en el alborear de la era de viajes y descubrimientos de los siglos XV y XVI, la mítica Atlántida emerge de nuevo cual ave Fénix, de la mano, entre otros, de insignes españoles: en 1552, López de Gomara sostiene que los aztecas son descendientes de los desaparecidos atlantes. No en vano, la palabra azteca nahuatl (agua, en cristiano), terminada claramente en atl, evidencia irrefutable de tal conjetura. Siglos después, otro español, Diego de Landa, obispo del Yucatán, complicó las cosas asignando por su cuenta y riesgo un alfabeto al lenguaje escrito de los mayas (de tipo jeroglífico), lo que desencadenó toda una sarta de traducciones sui generis de diversas obras mayas, en las que alegremente se identificaron elementos de la fábula atlántica.

La imaginación al poder... Esta antológica colección de disparates encontró a un ferviente defensor en la figura de Ignatius Donnelly, a la postre gobernador de Minnesota en el siglo XIX. Considerado el padre de la moderna teoría atlante, Donnelly publicó Atlantis: The Antediluvian World en 1882, un texto recopilatorio sobre lo habido y por haber de la legendaria civilización, sin el más mínimo filtro racional.

Su tesis se centra en la Atlántida como origen de toda civilización de la antigüedad. Ahí es nada... Valiéndose del bíblico diluvio universal como prueba del cataclismo que destruyó la Atlántida, Donnelly desgrana una serie de similitudes entre civilizaciones a ambos lados del Atlántico, como muestra de la existencia de un patrón único, que ni corto ni perezoso atribuye unívocamente a la Atlántida. Así, por ejemplo, se sirve de obeliscos y pirámides en Egipto y Centroamérica para demostrar su origen común (harto dudoso, habida cuenta de las diferencias de forma, tamaño, función o materiales de construcción).

De hecho, aunque a ambos lados de Atlántico se desarrolló también el bronce, en el viejo mundo se empleaba una aleación de cobre y plomo, mientras que en el nuevo, principalmente cobre y arsénico. Parece difícil hablar de una metalurgia común vistas las diferencias. De la misma forma, las distintas ganadería y agricultura fueron ignoradas por Donnelly.

En el amplio catálogo de supuestas pruebas sobre la existencia de la Atlántida destacan restos arqueológicos, como los hallados frente a la costa de Bimini, en las Bahamas... Estudios modernos han echado por tierra tales hipótesis: las presuntas columnas no son otra cosa que restos de hormigón fechados hacia el 1800 d. C. Y es que también los tramposos y vividores de hoy necesitan actualizar sus métodos para burlar a la ciencia moderna...

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