_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El odio y la democracia

Por desgracia, hay que reconocerlo y medir sus consecuencias: el jueves 11 de marzo, la Unión Europea, herida en Madrid, entró en la era siniestra del terrorismo de masas. Como Estados Unidos tras el 11 de septiembre de 2001, y con Estados Unidos, tendrá que enfrentarse a un adversario inasequible. Un adversario que no tiene ninguna reivindicación concreta -como puede tener hoy ETA o tenía el IRA en otro tiempo-, ni territorio especial. Ataca a las sociedades democráticas por ser lo que son: abiertas, fluidas, respetuosas del Estado de derecho. Su enemigo es la democracia, tanto aquí como en tierras del islam.

Y sería inútil y absurdo, además de ruin, creer que este o aquel país está más o menos a salvo, según la orientación de su política exterior: Francia no está más protegida que España o Italia; es más, ha sido blanco de ataques (en Karachi), igual que Australia (en Bali), Marruecos (en Casablanca) y, ahora, España. Para Al Qaeda, el territorio es uno sólo y el objetivo es el mismo. Nuestras sociedades son blancos fáciles. Sufren atentados en nombre de un combate "contra los cruzados y los judíos", con la excusa de una hipotética opresión cuyas víctimas se supone que son los países de la comunidad musulmana.

En nombre de ese combate, este adversario pone en práctica una estrategia terrorista de una sencillez aterradora: matar al mayor número posible de personas. No tiene objetivo político, aparte de impedir que se desarrolle la democracia en el ámbito musulmán. Tiene un solo criterio para juzgar su éxito: causar, cuantos más muertos, mejor. Tampoco tiene domicilio exacto. No es un Estado, ni un grupo de Estados, aunque en ciertos países (Afganistán, Pakistán y, tal vez, Arabia Saudí) posea unas redes sólidas. Ni es una guerrilla localizable en un perímetro determinado. Es una organización que probablemente no tiene "centro", cuya estructura consiste en un ejército de células durmientes, que se extiende a través de las fronteras en un tejido de apoyos logísticos y dispone de numerosos candidatos al martirio, establecidos en "Occidente" después de haberse sometido, en "Oriente" -especialmente en Afganistán y Pakistán-, al adoctrinamiento de algún emir islámico extremista. Es un adversario que no responde a la disuasión política. No se puede negociar con él. No existe una diplomacia, "a favor" de esto o "a favor" de aquello, capaz de proteger a un Estado de las locuras de la nebulosa Al Qaeda.

Tampoco responde este adversario a la disuasión militar. Aunque, durante un tiempo, le debilitaran las operaciones llevadas a cabo en Afganistán, no tiene territorio ni población que defender, ni necesita proteger instalaciones civiles o militares, aparte de los campos de entrenamiento desperdigados en los países amigos. En ese sentido, no sirve para nada una "guerra", al menos no una guerra en el sentido clásico como creen Bush y su equipo; y aún menos una guerra contra Irak. Porque ¿cón quién se firmaría la rendición, cómo se negociaría la paz? La fuerza de Al Qaeda reside en que, desde el punto de vista material, es prácticamente inexistente, ilocalizable. Es más una idea que un estado mayor; sus miembros son más fieles que soldados. Sólo tiene un programa: el odio.

¿Cómo se puede luchar contra semejante peligro? El método estadounidense ya lo conocemos. Un método legítimo, al principio -Afganistán, si se tienen en cuenta el papel y la posición de los talibanes en el dispositivo de Al Qaeda-, pero que llevó a Estados Unidos a abrir, en Irak, un paréntesis lamentable, ilegítimo e inútil, que los trágicos acontecimientos de Madrid deberían ayudar a cerrar... Por una parte, porque sabemos que uno de los pretextos de la guerra -el vínculo entre Bagdad y Al Qaeda- era falso, y vemos que la infiltración de partidarios de Bin Laden ha sido consecuencia de la guerra, y no a la inversa. Por otra parte, porque la respuesta global, consistente en querer "remodelar" toda una región a partir de la patada en el hormiguero iraquí, ha demostrado, a estas alturas, que no funciona ni disminuye el terrorismo.

Mentira de Estado. Por otro lado, sería más justo hablar del "método Bush", más que estadounidense, puesto que en Estados Unidos se va asentando, encabezada por el candidato demócrata John Kerry, la crítica radical de una política exterior acusada de ser exclusivamente ideológica. Esa ideología es la que hizo decir al desastroso Donald Rumsfeld que ETA y Al Qaeda "son la misma cosa". Como quizá sea también la ideología la que empujó al Gobierno de Aznar a la mentira de Estado que los españoles acaban de castigar. Es posible que los estadounidenses castiguen otras mentiras, las de George Bush.

¿Cómo luchar? Desde luego, no mediante más nacionalismo, precisamente cuando, en nuestros países, está creciendo la tentación del repliegue y el proteccionismo. Hace falta buscar, más que nunca, la construcción de un nuevo tipo de relación entre Estados Unidos y la Unión Europea. Es evidente que la potencia norteamericana, siempre que renuncie a su soberanismo actual y acepte una relación de socios, seguirá siendo el centro de la estabilidad internacional. Ahora bien, la extrema complejidad del contexto debe eliminar las consignas simplistas e impedir que nos prestemos a una movilización visceral de la opinión pública.

La lucha contra un adversario así tiene que organizarse en diversos frentes: cooperación policial, judicial y militar, pero también protección civil. Nos impone unas condiciones y unas precauciones que van en contra de nuestros deseos, nuestros modos de vida y la fluidez que requiere la economía moderna, en la que los medios de transporte desempeñan una función crucial. Y suscita inmediatamente la preocupación por las libertades públicas; más en concreto, por su salvaguardia. Nos obliga a preguntarnos: al día siguiente de un atentado contra una gran estación de París, tan asesino como el que ha golpeado Madrid, ¿rechazarían nuestros diputados un Patriot Act a la francesa?

Es un debate fundamental. Como consecuencia de los atentados, ¿querrá Europa redefinir su concepción de las libertades? Hemos visto despuntar en Estados Unidos la tentación del aislamiento, el crecimiento de las tendencias xenófobas y la obsesión por la seguridad. En el mundo actual, existe un país que nos anuncia el futuro posible: Israel. Israel es un Estado democrático. Sin embargo, para defenderse, se cierra y se encierra, hasta el punto de construir un muro. Es probable que esta solución cuente cada vez con más partidarios en nuestros países. Por fortuna, el rey de España reaccionó de antemano y por cuenta de los países europeos: "Debemos luchar", dijo, "con los medios del Estado de derecho". Nuestro colega Juan Luis Cebrían, fundador del diario EL PAÍS, afirmaba también que "contra los enemigos de la democracia, la única respuesta es más democracia". En estos momentos tan difíciles, reveladores del periodo que comenzó el 11 de septiembre de 2001, ambos han sabido encarnar nuestra identidad común. Debemos trabajar juntos para protegerla.

Jean-Marie Colombani es director del diario francés Le Monde. © Le Monde, 2004. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_