"Ya no soy un apestado"
"El Zaragoza me ha devuelto la vida y quiero pagarle mi deuda", dice Dani
La misma cara, el mismo nombre, idéntico aspecto físico. Resulta evidente: el de la cinta en el pelo que recibe elogios de Víctor Muñoz en un entrenamiento es Dani. O sea, Daniel García Lara, un delantero nacido en Barcelona en 1974 y que creció como promesa en el Madrid, en el que debutó en 1994 para irse al Zaragoza ese mismo año y regresar dos después para ganar La Séptima aunque no la jugara. Es el mismo que se marchó al Mallorca para hacer historia, aun perdiéndola, en la final de la Recopa de 1999 antes de regresar a Cataluña, al Barça, ya como estrella y a golpe de talonario.
Es él. Pero es otro sencillamente porque los últimos seis meses han cambiado sus esquemas, el orden de sus valores. "Soy otra persona después de lo que me ha pasado", explica tajante y con cierta satisfacción después de todo: "Ahora disfruto del ruido de los tacos, de las bromas de los compañeros. Hasta el olor del vestuario me parece un placer".
Es Dani, aunque nadie lo diría. Será porque le traiciona la mirada. Ni cuando hace diez años apareció en la élite ni cuando se consagró como punta letal mostró tal felicidad. No lo niega. Desde que en agosto de 2004 fue marginado en el Barça, obligado a trabajar a deshoras, se le escapó la sonrisa: "Si el equipo se preparaba por la mañana, yo lo hacia por la tarde". Solo o, a lo sumo, con otros en situación similar, como Bonano y Enke. Siempre, eso sí, con Paco Seirul.lo, preparador físico del primer equipo: "Jamás podré agradecerle como se merece su generosidad y su apoyo".
Dani entendió la decisión del club -"no contaba conmigo y no me dio el alta federativa"-, pero no perdona la indiferencia de sus compañeros: "No puedo. No hicieron nada por mí y tampoco por ellos mismos, por respeto a su profesión. Me tocó a mí, pero mañana puede tocarles a ellos". Reconoce que entrar en un vestuario vacío, vestirse "sin nadie al lado con quien bromear", le amargó el carácter, le convirtió en un alma en pena, en un ser al que ver un periódico deportivo en el quiosco o un partido por televisión le recordaba su condición de "apestado; el sentimiento de ser un desgraciado, un ser vacío". Lo pagó la familia, los amigos, porque "es duro vivir con alguien amargado". "Ni el dinero, por mucho que lo crea la calle, te compensa", matiza.
Por eso hoy, en Montjuïc, tiene tanto por lo que pelear: "El Zaragoza me ha devuelto la vida y tengo una deuda que quiero pagar con esta Copa". Piensa en la plaza del Pilar. La quiere ver repleta de gente feliz, como él: "Disfruto como nunca". El Zaragoza le ha dado, dice, la oportunidad de sentirse persona otra vez. Ahora es tan positivo que está seguro de levantar el trofeo: "No sé por qué, pero miro las caras de mis compañeros y lo tengo claro. Vamos a ganar".

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