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EL ENREDO
Columna
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La danza del sable

MI HIJA ESTÁ A PUNTO DE CUMPLIR DOS AÑOS,

Mi hija dejó de pronunciar el nombre de su hermana y, aunque en su clase hay una niña que se llama igual, ella no la nombra

es más cursi que Blancanieves y habla como Piolín. Me llama papi, es mimosísima y a todas horas dice ay y no quiero. Bastante a menudo la regaño entre bromas: no hables así, compórtate como un recio pirata, y ella ríe, probablemente me toma el pelo. En la guardería juran que no habla así. Menudo trasto, dicen, con esta exageración amable que utilizamos para referirnos a los niños: ¡menudo tras-to! En mi empeño por refrenar su cursilería, que mi mujer consiente con escepticismo, intenté enseñarla a jugar a fútbol: coloco la pelota en el salón y chuto para que haya rebotes entre el sofá y las sillas. Después de tres o cuatro patadas, digo: ahora tú. Ella va muy seria, coge la pelota entre sus brazos y le da un besito, para curarla de las patadas. No sabe que su hermana murió hace tres meses. Sabe que no está, pero lógicamente desconoce por qué. Sabe que no está y sabe que no es una ausencia pasajera, como cuando se va su abuelo o se va su madre a trabajar o su padre de viaje. Eso se nota, es evidente. Sabe que es algo más. A pesar de que parlotea con bastante soltura, dejó de pronunciar el nombre de su hermana y, aunque en su clase hay una niña que se llama igual, ella no la nombra. Habla de Quique, de Elena, de Ona, de Arnau, de Lluís, pero no de Julia. Es evidente que no la ha olvidado, y da muchas señales de recordarla. En casa jugábamos todos a La danza del sable, un juego absurdo, por supuesto: poníamos la música y echábamos a correr como locos alrededor de la mesa del salón, incluida Julia en su silla de ruedas. Montábamos el pollo del siglo todos los días, y los fines de semana, dos o tres veces al día. A veces invitábamos a los vecinos. Era una de estas locuras bobas que hace uno con los críos y que no se pueden contar porque cada cual hace las suyas y a quién le importa. Durante unas semanas, no hubo en casa danza del sable, pero el día que volvimos a ponerla, Isabel se volvió loca de alegría, dio mil gritos entre risas, echó a correr buscando la mesa del salón para dar vueltas, y al terminar su fragmento favorito, en lugar de tirarse al suelo para hacerse la dormida (formaba parte de la coreografía), se fue como una flecha hacia el aparador, donde están las fotos de su hermana, me pidió que la alzara en brazos y se quedó unos segundos mirando los retratos en silencio, sin decir nada, ni papi, ni mami, ni Julia, ni ay, ni nada, a palo seco, lo que demuestra que es una falsa cursi y que sí, nos toma el pelo. Al suelo, dijo luego, y una vez en el suelo siguió con sus cosas, muñecas, platos, puzzles, etcétera. Desde entonces lo repite cada vez. Después de La danza del sable, se va a saludar unos segundos a su hermana. Yo observo mucho todos esos gestos, porque no creo que haya mejor escuela para enfrentarse con la muerte, que es algo más bien difícil, para qué vamos a decir otra cosa, pero no imposible. Y no sé qué más decir, ya lo habrán notado.

MATT

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