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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

SANDRA IGLESIAS LÓPEZ / Un piso sin ocupar

No habrá firma de contrato en la inmobiliaria donde Sandra Iglesias López y su novio, Andrés, tenían previsto dar ayer la entrada para un piso. Un pisito pequeño en Torrejón de Ardoz, la localidad vecina a Madrid donde creció Sandra, y donde vivió hasta el jueves 11 de marzo, último día de su vida. Sandra, "una chica simpática, comunicativa, solidaria, amante de las cosas pequeñas, amiga de sus amigos", dice su primo entre lágrimas, viajaba en el tren que saltó por los aires poco antes de llegar a la estación de Atocha. Sandra utilizaba siempre el transporte público para llegar al trabajo en Madrid. Era una rutina sin aparentes riesgos. Temprano, entre las 7.05 y las 7.10 de la mañana, cogía el tren en Torrejón, todavía un poco adormilada, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en la estación de Atocha. De allí a su oficina, en una empresa de la construcción de la avenida Ciudad de Barcelona, no había mucho trecho. Sandra llevaba cinco años trabajando como secretaria en la misma empresa y parecía contenta. A los 28 años podía considerarse afortunada. Tenía trabajo, una vida sentimental feliz, proyectos de un hogar propio. ¿En qué pensaría el jueves mientras el tren de cercanías se aproximaba a su destino? ¿En el piso nuevo? ¿En la vida futura? Su hermana mayor, María del Val, no sabe mucho de aquellos últimos minutos, ni quiere saberlo. "Cuando nos enteramos del atentado no quisimos ver la televisión", dice. Ni ella, ni su padre, antiguo empleado de Iberia de 67 años, ni su madre, de 65 años. No querían ver ni una imagen de aquel horror. Mejor recordarla como era. Una chica normal, amante de la música, del cine, de la vida. Sandra será enterrada en Ambite, el pueblo de su madre, junto a la tumba de su hermana mayor, muerta en 1991 en un accidente de tráfico.-

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